Por los que no tienen voz, una luz.
Por Alan Luna

Por los que no tienen voz, una luz. Por los que toman el bus para escapar de su sombra. Por los que ya no sienten nada. Por los que un día supieron que no eran ellos. Por los que vieron a alguien dar su último suspiro. Por los que sienten que el mar les queda pequeño. Por los que la ausencia les es una constante. Por los que tienen las manos rotas, y a la vez intactas. Por los que en la guerra perdieron su memoria, y su amor en una rama. Por los que ya gastaron su último centavo y apenas inicia el mes. Por los que le deben al casero, y su hijo está enfermo. Por los que están obligados a pensar. Por las ballenas azules que ven morir a sus crías, acuchilladas. Por las especies de gorilas que no serán más que un catálogo de extinción. Por los aullidos que el lobo da para llamar a sus tristezas. Por los que trabajan veinticinco horas al día. Por los esperan lo que nunca vendrá, y aún así siguen esperando. Por los no actúan cuando el mundo es un teatro horrible. Por los que dan a luz bajo una vela. Por los que se marchan cuando el baile recien empezaba. Por los que protejen a las crías de tortuga, y las devuelven al agua. Por los músicos que le dan sus latidos a la calle. Por los gallinazos sin pluma. Por los que teniendo ojos prefieren la ceguera de la locura. Por los que ya no están, por los están llegando. Por los que dan sus primeros pasos, y descubren que el mundo no es tan hancho ni tan ajeno. Por los que regresan a la raíz. Por los abrigan la esperanza de tener esperanzas. Por los que sueñan con la responsabilidad del azar. Por los que saben que todo ha quedado atrás. Por los que ya saben besar. Por los que se sorprenden con una bombilla eléctrica, o con un encendedor. Por los que estamos acá, siempre acá, una luz. Una inmensa luz, de lado a lado. Una luz que recuerde de qué están hechas las sonrisas.

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