Anécdotas de escritores (Tu vida es mi vida)


Las anécdotas son la cereza en la torta de las biografías, la foto más curiosa del álbum, el dato que resalta en el reporte. Una anécdota es, en suma, la sal de las experiencias.

Por otro lado, las anécdotas no poseen un rigor de objetividad. Son, en ocasiones, tan incidentales como el azar. Y en su mayoría se transmiten por un método de dudosa confiabilidad como es el popular “de boca en boca”. Así que es casi seguro que muchas anécdotas derivan de un chisme o del “me contaron que fulano”. Claro que hay muchas otras que están registradas por medios físicos y por testigos de evidente credibilidad. Como fuere, a nosotros nos gusta creer en su veracidad como si de una noticia periodística de un lunes por la mañana se tratase. En buena cuenta arman el esqueleto de la personalidad de quien las vive, ya sea un artista reconocido o un ciudadano común y corriente. Por ello, es probable que muchas vidas aburridas hayan sido sazonadas fugazmente con interesantes y eventuales vivencias, y viceversa. Pero retomando el tema de la veracidad, eso nos parece tan secundario ante el dato que nos puede desenmascarar o encumbrar al héroe o antihéroe que esperábamos. De hecho, algunos inventaron anécdotas a la medida de sus necesidades en donde quedaron siempre bien, entre la moraleja y la autoiluminación.

En resumen, nos gustan las anécdotas porque nos pintan un mundo menos aburrido. Y de eso se trata el libro de Noel Clarasó, “ANTOLOGÍA DE ANÉCDOTAS” (*), que registra unas 3 100 anécdotas de personajes conocidos.

A través del este libro podemos conocer a un bucólico y adolescente Edgar Allan Poe que a los catorce años iba al cementerio a sentarse al lado de la tumba de la mujer amada, que no era otra que la madre de un compañero, y que al preguntársele por ello, respondía: -No pierdo la esperanza de verla resucitar.

A un Apollinaire que le decía a otro escritor, mientras se levanta de su asiento en un café:
-Debo ausentarme un momento. Espérame.
El otro le esperó mucho rato, pero no volvió. Días después se encontraron. El otro preguntó:
-¿Qué te pasó la última vez?
-Nada. Es que no llevaba dinero.
-Haberlo dicho y habría pagado yo.
-¿Pero tú llevabas?
-Sí.
-Pues haberlo dicho.

A un provocador e infante Charles Baudelaire a quien le gustaba decir cosas que asustaran y molestaran. Un día se fingía enfermo del estómago. Una señora le preguntaba:
-¿Estáis mal?
-Se ve que sí. Esta mañana he desayunado un niño al horno y, aunque estaba tierno, se ve que se me ha indigestado.

A un lord Byron que luego de casarse sin estar enamorado contaba a sus amigos:
-Me desperté a altas horas de la noche, vi un brasero encendido y creí que estaba en el infierno. Después, cuando me di cuenta de la verdad, vi que era mucho peor: que estaba casado y con mi mujer allí.

A un Albert Camus reaccionando de modo singular cuando un amigo le comunicaba que le habían concedido el Premio Nobel:
- ¿El Nobel? ¿A mí? No es posible. Soy demasiado joven. Y están Sastre y Malraux. ¡No me toca a mí!
- Pues te lo han concedido a ti.
Contaba el amigo que Camus le cayó en los brazos y se echó a llorar.
Tres años después moría Camus en un accidente de automóvil.

A un místico poeta Jean Cocteau reflexionando de forma singular ante un incendio.
Hubo fuego una vez cerca de donde vivía Cocteau. Y un amigo que estaba con él, mientras los dos contemplaban el fuego, le preguntó:
-De todo lo que tienes aquí, si un día ardiera tu casa, ¿qué te llevarías?
Y Cocteau, a lo mejor pensando que el otro repetiría la frase, contestó en seguida:
- ¡El fuego!

O a un pesimista Arturo Rimbaud que cansado de escribir sentenciaba su pasado negando su presente.
Abandonada la literatura, marchó a Abisinia y allí emprendió negocios en los que no tuvo éxito. Otro francés viajero que le encontró en ese país, le reconoció:
-Sois, si no me equivoco, el gran poeta Rimbaud –le dijo.
Rimbaud contestó secamente:
- Lo fui.
Y habló de otra cosa.

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(*) ANTOLOGÍA de ANÉCDOTAS
3.100 anécdotas de personajes extranjeros,
de personajes españoles y anónimas
Noel Clarasó

3.ª EDICIÓN Ediciones ACERVO
Barcelona 1982

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