Texto: Alan Luna R.
Fotos: James Urbina
Hay una dimensión entre la geología y la magia, muy emparentada a la ficción, llamada Callacpuma. La identidad: un cerro, un apu de piedra, un muro de Babel que quiso alcanzar el cielo, al menos el cajamarquino.
Cuando despierta el valle, el sol aparece tras una inmensa espalda pétrea. Ahí podrás ubicar visualmente a Callacpuma. Si deseas visitar –enfrentar- sus dominios, tomarás el camino a los Baños del Inca. Luego, todo dependerá de la resistencia de tus muslos y pulmones. Conquistar la cima te demorará dos horas, aproximadamente; pero, ver el paisaje será una recompensa demasiado especial para no sentirte afortunado de estar vivo.
El poeta Ibáñez Rosazza escribió al respecto: “Cuevas de Callacpuma”, poema “casi” inédito :
Cuevas de Callacpuma
con mi fatiga en las narices y mi emoción en cada zapato;
arriba, subterráneo del aire, boca de la montaña, todo está igual,
y desde lo alto, quitándole un poco de aire a los cernícalos,
he pasado la mano otra vez por las pinturas resecas de los muros.
Allí no hay nadie, sólo un silencio habla edades a los oídos,
salvo unas hormigas ermitañas que me critican como un gigante intruso
que observa a lo lejos, entrecerrando los ojos, a Cajamarca
como un diluído y calmoso hormiguero a la distancia.
Qué pequeñez la nuestra, que fácil parece todo desde este viejo hueco,
desde esta casa sin candados agarrada para siempre a la montaña,
desde este hogar de fuegos apagados a soplos por los siglos,
en donde otro hombre y otros hombres invisibles
escucharán nuestro rumor de parientes ascendiendo paso a paso
desde estos tiempos de licuadoras, refrigeradoras, radios, planchas,
cocinas y otros artefactos eléctricos para pagar en cuotas mensuales,
aquí, a la vieja casa donde lo único eléctrico es el cielo afuera.
Mi ojo derecho observa un añejo y polvoso amigo prehistórico,
mi ojo izquierdo persigue el vuelo perfecto de una astronave.
Aquí es como para desesperarse y sentirse animal disecado e inútil
o para echarse a correr por el tiempo, las pendientes y los caminos,
para sentir que no hemos muerto a escasos metros del precipicio,
para sentir que hemos nacido simplemente y es de veras esta vida.
Cuevas de Callacpuma, donde se puede tener miedo de un silbido
o la alegría de elevar la mano hasta el pedernal y su calurosa penumbra.
¿Qué puede haber más viejo que una piedra horadada?
¿Qué puede haber más eterno que esta piedra que mirará nuestra muerte?
Esta es una taza vacía pero llena del hombre, allí su secreto.
Cúpula indiferente ante los desaparecidos que olvidaron despedirse,
dormitorio sin sábanas, rincón inefable sin resfríos ni remordimientos.
Y termino este poema como si iniciara el descenso de regreso,
palabra por la palabra hasta los míos,
oh colina con rostro, Callacpuma, vértigo de cactus e interrogaciones
sobre una gorda almohada de nubes,
y atrás se va quedando tu silvestre prodigio
sobre peñas inmóviles, mis años y terribles andamios de silencio.
MANUEL IBAÑEZ ROSAZZA
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