Una pizca de Pisco

Recordando los artículos del gran periodista César Hildebrandt que aparecían en el diario La Primera (Pueden leer más artículos aquí).

Calumniando al pisco

(La Primera)
Por César Hildebrandt

Dicen que el pisco es la patria líquida, el río ardiente de nuestras raíces. Pero yo lo uso como elevador de octanaje.
Dicen que el pisco es lo que Chile no puede tener, el maná de Baco y la divina copita milagrosa. Pero a mí me tienta usarlo como desatorador.

Dicen que cura el resfrío, mata el berrinche, limpia las venas, entumece las tristezas, alivia la gastritis, le da su chiquita al sarro arterial, es amigo de la digestión y enemigo de las pedorreras, dicen que es el secreto de la longevidad iqueña y que hasta sus borracheras son apacibles y dormilonas. Pero a mí no me pasa por el gaznate.

Pero sobre todo dicen que no se puede ser peruano sin el pisco, que el pisco te da un DNI afectivo que no puedes obtener en ninguna parte y que si no lo bebes con entusiasmo o lo chupas de las cañerías de la misma patria, entonces algo de traidorzuelo tienes, un aire de no haber cantado a Polo Campos ni de haber jaraneado en el club ese que tiene un Señor de los Milagros gigante tras el zaguán. Pero a mí el pisco me sabe a agua pesada con iridio.

Más: no he podido jamás llenarme el buche con esa sustancia corrosiva que no quiere que te la tomes sino que busca dominarte, invadirte y hasta incriminarte.

Más: a mí el pisco siempre me ha parecido un producto ajeno al campo y al sol, lejano de los valles soleados y los agricultores ensombrerados del sur chico.

Porque creí hasta hace poco que el pisco era el elíxir inventado por un químico loco y hasta llegué a creer que la quebranta era una cal que podía conseguirse en las ferreterías. En suma, llegué a creer que la Química Suiza era una gran productora de pisco.

Dicen que el pisco es arriba Perú y no nos ganan y que este aguardiente-fetiche es, además, imprescindible en las ceremonias de graduación de los adolescentes que pasan al estadio de hombres hechos y derechos.

–Salud, Javiercito –dice el papá. Y Javiercito liquida la enésima copita antes de caer desmayado para siempre. Este fuego aceitoso, esta agua que hierve sin hervir, esta quinina que gotea, esta lengua viperina de las uvas, este tufo de dragón metido en una botella, este pisco idolatrado por todos a mí me parece el más linajudo de los ácidos muriáticos. Mil perdones.

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