Acuarela de Alan Luna...Laura López Castro


Acuarela para LAURA LóPEZ CASTRO, agradecidos por su música
Attem:
Alan Luna, septiembre del 2006
Sobre César Vallejo Post-Guerra

OCUPACIÓN ALEMANA Y CENIZAS HÚMEDAS
( Por: Alan Luna )

Georgette lleva en manos a un Vallejo escrito y póstumo, olvidado entre kilos de azúcar y botellas de aceite. Ella va indignada pero serena. Piensa cada hecho. Mide cada paso. Las cosas no han salido como se esperaban, ni mucho menos. Después de la muerte se descubre la cotización de una vida. Los mercaderes del apuro y el miedo han dejado perderse las mejores herencias en hogueras de esquina y sótanos de incomprensión. El día es gris de puro desgano. Una mujer, fuerte y sola, camina por las calles de París, llevando el más lúcido de los rompecabezas: la obra inédita y póstuma de Vallejo. Pero…el olor a guerra asoma ya en la boca de las esquinas. Y todos andan de prisa.

ANÉCDOTA (VALLEJO, “Obra Poética Completa”, Mosca Azul Editores. Apuntes Biográficos sobre César Vallejo, pág. 396 - 397, Por Georgette de Vallejo)
Dos semanas después de la muerte de Vallejo empecé a copiar a máquina, en cinco ejemplares, todas sus obras inéditas. Las guardaré 35 años. Poco antes de la invasión de Francia por las fuerzas nazis alemanas, cediendo en un momento de debilidad a un sentimentalismo que iba en contra de la voluntad de Vallejo., me dirijo a la Legación del Perú en París, y expongo a estos señores: “Van a bombardear. Convendría trasladar, me parece, los restos de César Vallejo, al Perú…” No sin altivez y desprecio, oigo que me contestan: “Esto… se verá en momento oportuno”. Por ingrata coincidencia, esta contestación es la que me diera textualmente la familia de Vallejo a quien he escrito en el mismo sentido: “Eso se verá en momento oportuno”. Y es la misma familia que escribe a la Legación de París preguntando si “esta persona con quien vivía Vallejo es su mujer legítima”.
Más tarde, al hacerse más inminente el peligro de invasión, regreso por segunda vez a la Legación peruana a la que llego con un paquete pesado bajo el brazo. “Aquí, señor –digo- está la obra en prosa completa e inédita, como usted sabe, de César Vallejo. Entrados los alemanes en París, dudo que el expediente de comunista que tengo en la Prefectura haga muy firme mi cabeza sobre los hombros. Si, la guerra terminada, aún estoy viva, usted me la devolverá. Si he desaparecido usted sabrá qué hacer con ella… Con fe se la entrego y la deposito en sus manos”.
Recibo naturalmente todas las más agradables garantías y me retiro.
Pronto, los alemanes están a las puertas de la capital cuyos habitantes queman en los depósitos todas las reservas de alimentos en conserva. Llueve y el viento lleva y cubre todo de un hollín mojado y aceitoso. Teniendo que recoger no recuerdo qué documento en la Legación del Perú, ahí regreso por tercera vez. Está vacía: todos los diplomáticos han huido a Bordeaux. Sólo queda el portero, un español, don José, a quien Vallejo le estrechaba la mano ante el mayor asombro de sus compatriotas. “Suba, por favor, -me dice- suba y le traigo ahora mismo su papel”. Subo y entro al salón que ya conozco y donde sobresale la gran chimenea de mármol blanco. Veo, asombrada, que está cubierta de kilos de azúcar, de tallarines en paquetes, velas, sal, botellas de aceite, sardinas en lata… y, mezcladas a todo ello, páginas escritas a máquina… páginas y páginas… Por la ventana dejada abierta, el viento ha penetrado y están también salpicadas de hollín y medio mojadas. Distraída me acerco, maquinalmente tomo una de ellas… Lo que veo es apenas creíble: todas estas páginas son las obras inéditas de Vallejo. Ni siquiera olvidadas, al último momento, en la huida, en el cajón de algún mueble. No. Están aquí, tiradas, manchadas, sucias, inservibles… Cuando el portero aparece, ya he recogido la obra de Vallejo. Tomo el papel que me tiende don José: ¡Muchas… muchas gracias, don José… Don José, adiós!
Aquí tienen los hacedores de anécdotas, el testimonio imborrable de lo que representaba César Vallejo a los dos años de su muerte, hasta para los peruanos de la Legación Peruana.

Lima, febrero de 1973
Georgette de Vallejo

* * *

Nuevo Video CREERÉ EN ...
de Alan Luna


Filosofía del Laberinto

Por Alan Luna

Aristóteles clasificó al hombre como animal político para ilustrar su idea de que el ser humano es un simple animal que vive en la ciudad. Luego, la naturaleza social contaminó la idea, haciéndola una de las más zarandeadas de la vulgaridad civilizada. El acto de pensar nos diferenció, e inevitablemente nos alejo de la pureza crepuscular. También nos hizo mejorar, y especializarnos en hacer daño. Hubo gente que pensó en DO mayor, que cuestionó al sol en voz alta. Aquellos que desconfiaron de la fiera pensante. Esa clase que no encontró la razón del porqué del simio matemático. Esos filósofos de sienes reflexivas, ellos intuyeron la salida del laberinto. Se dejaron caer sobre el colchón de hojas de su hedonismo natural, de su cobija ecológica, y amaron el equilibrio que los rodeaba. El milimétrico equilibrio entre la mosca que zumba y la ballena silenciosa. ¿Has pensado qué te enseñaría uno de esos Jedis de la conciencia, en un paseo por las calles inéditas de la actualidad?
Probablemente alguna de estas cosas:
“Las oportunidades de salir del laberinto son pocas, mas no imposibles. Pensar, mientras se mira al techo, te abre la posibilidad de descubrir quizá un planeta temprano o tardíamente, un buzón sin tapa. Las posibilidades de llegar son pocas. Las fugas son un trámite en este mundo. Todos así se especializaron, ladrones y policías, zorros y sabuesos. Entonces los huecos fueron iluminados, pero las luces no sirvieron de nada al mediodía. Y el mediodía fue una palma abierta, y la palma abierta, la pérdida de un puño. En fin, qué decir. Todos se la saben en este lugar. Todos han vivido más que el otro. Todos repiten su solución, su ecuación de ecosistema salvaje. La filosofía es una viruela ciega que no nos deja dormir. A nosotros no, y al vecino, sí. La identidad pudo ser un dogma neandertalense. Pero ya no lo es más, y… acaso debería serlo. Los que se sientan orgullosos de su tribu acaso deben amar a cada ser humano que la integra. Acaso deberían hacerlo sin reparar en la miseria civilizada del asesino potencial de cuello y corbata.
Animal político, animal que vive en la ciudad, nada más. Las interpretaciones manosearon esta bella frase de poesía realista y, como a casi todo aquello que valía la pena, aquello que se podía mover sobre el finísimo segundero de un reloj sin perder el equilibrio. Por la cuerda va entonces la hermosa equilibrista de los años setenta. La que se caerá si su amante no viene a prenderle el cigarro. Los que cambiaron nos cambiaron. Trajeron décadas en un soplo milimétrico de polaroid. Se extrañan las fotos amarillentas con esos enormes bordes para agitar. La belleza está cada vez más alta y más ajena. El camino de regreso es mucho más efectivo. Y qué dirán las plantas y los perfumes, y los vestidos, y las tardes del gato. Una fractura tiene el corazón que no requiere cura sino alcohol y carnaval privado. En la llanura que no conocemos está el acústico de la belleza que nadie mira. El único misterio del capital, es el capital misterioso. Lo demás son recetas económicas para Disney. El viajero graba en el pañuelo de su esperanza un sudor azul que cambia de color. Vamos a descansar. Mañana estaremos mejor”.

Video de Alan Luna. corto clip. EN EL AIRE LA MONEDA



El Bello Durmiente, ¿un final exagerado?


Escribe: A. Ybrahim Luna Rodríguez
Fantasmas menos poéticos revelan insospechada versión sobre deceso del escritor norteamericano Edgar Allan Poe (1809- 1849).
La misma voz
Estigmatizado como escritor “maldito“ ante los ojos del mundo, a E.Allan Poe no podía acontecerle un final común, al menos no uno que no coronase una vida llena de excesos, tormentos y desvaríos. Así lo entendieron los pocos interesados y amigos del escritor, quienes aceptaron y difundieron la noticia más clásica sobre sus últimos días:
Extraña y lívida madrugada en Baltimore. Desolada mañana cayendo, octubre de 1849. En un callejón, a pocos metros de una taberna, un hombre solo, ebrio y semiinconsciente, descuidado y sucio de sí mismo, agonizaba en medio del más desgarrador delirium tremens. Ese hombre era Poe, que alcoholizado hasta el desvarío era trasladado a un hospital cercano donde días después moría en el más absoluta olvido.

Otros delirios
Se cerraba así uno de los capítulos más marginales de la literatura. Con un hombre deshecho, presa de sus propios demonios. Tan marginal como su pluma: exquisita mezcla de la soledad en un país industrial y la nostalgia por una Europa romántica y decadente. En suma, un hombre de espectros estéticos tan adicto al alcohol y al opio como a la metafísica; una sombra gris perdida bajo la sonrisa blanca de una nación que se impulsaba en plena revolución industrial.
Pero pocos repararon o resaltaron una de sus cualidades más constantes: su desbordante inteligencia.
El estigma no perdona, mejor es mirar a Poe a través del lente de la degeneración; mirarlo como el maniático al hombre lógico; como el adicto, al lúcido; como el salvaje, al prolífico; como el maldito, al soñador.
Esa virtuosidad dejada de lado, fue probablemente motivo de envidias y rencores personales, tan insalvables como la contraposición de posturas ideológicas o políticas.


Una nueva cara de la moneda
La siguiente, es una versión aparecida en la Primera Edición de la Colección “Grandes Figuras de la Humanidad” – ESCRITORES CÉLEBRES Universales. Central Peruana de Publicaciones S. A. – LIMA, Pág. 200. (Biografía de E. A. Poe)
“... pero al pasar por Baltimore, en viaje a Nueva York, fue hallado sin conocimiento, la madrugada del 3 de octubre, en la calle, en las cercanías de un café transformado en comicio durante una elección municipal. Trasladado al hospital murió cuatro días más tarde, el 7 de octubre por la mañana. Su detractor Rufus Griswold, a quien él, equivocadamente había nombrado albacea literario, hizo circular la maligna leyenda de que el poeta había sucumbido de resultas de un ataque de delirium tremens. Pero el diagnóstico escrito del médico que lo asistió, el doctor Moran, atribuía el deceso a una congestión cerebral causada por el agotamiento y el frío. La verdadera causa de su muerte fue la miseria.”

Los motivos de Rufus G. serán siempre inciertos; pero es posible que nos encontremos ante uno de los precursores del marketing sensacionalista. Sobre Poe diremos, en humilde resumen, que era un hombre brillante con mala suerte en la vida, y con una fama gris, ennegrecida, quizá interesadamente, por pinceles oscuros de manos extrañas.