Revista Nuestra Gente 07 edición - Cajamarca

COCINA NOVOANDINA / MISS MOLLEPAMPA / KARLA FONTENLA / JAIME VALERA / UNA EMPRESARIA DE ALTURA / ¡QUÉ PIERNAS TAN LARGAS! / LA HISTORIA DE MARIO PASTOR...



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Francisco Cortez

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TEXTOS Y PRETEXTOS 03

Fujimorismo, la patología

Se había quedado bajo el sol como un insecto, cabeceando un periódico chicha. Un sueño lo cubría y lo halaba por el cuello. Los primeros ronquidos. La voz de una señora que gritaba, chillaba. Muchas personas. Una pared naranja de polos y lemas: ¡El Chino es inocente! ¡El Chino es inocente! Raja de acá que te meten un piedrón en la cien. Están como locos. Nos van a pegar. Guarda que ahí vienen los de la CGTP. Ahora sí se armo.

25 años y apela. Este no tiene cara. El sueño se inclina y le oprime el pecho. En cualquier momento despierta. Van a regresar con sus palos. Están locos. Una señora explica que el Chino venció el terrorismo, nos pacificó y que hizo obra. Y además ya no hay colas. Todo lo del Chinito es venganza. Venganza de los caviares. ¡Abajo los rojos! Pero, señora, ¿y lo de Barrios Altos y la Cantuta? Eso fue de Montesinos. Pero, señora…Nada, nada. Y agáchate que ahí vienen los herederos.

Ya se dio la sentencia. El Perú respira y los familiares cierran un círculo que quedó abierto hace más de una década. Las lágrimas no son de alegría, son de nostalgia, de solidaridad, de descanso.

De diez taxistas, nueve están a favor del Chino. ¿Qué crees, que eran inocente? En guerra mueren inocentes. Pero, señor, si usted fuese… Son tres soles amigo.

Un país vive en democracia. Pero un porcentaje enorme, mayormente oculto, sufre de una patología incompatible con la libertad: “fujimorismo”.

Se había quedado dormido bajo el sol con la radio prendida. No era un sueño, era la realidad. Ronquidos más fuertes. Se despierta con sensación de ahogo. Respira. Toma aire. Hace estiramientos. En la radio una mujer grita. Grita.

Anécdotas de escritores (Tu vida es mi vida)


Las anécdotas son la cereza en la torta de las biografías, la foto más curiosa del álbum, el dato que resalta en el reporte. Una anécdota es, en suma, la sal de las experiencias.

Por otro lado, las anécdotas no poseen un rigor de objetividad. Son, en ocasiones, tan incidentales como el azar. Y en su mayoría se transmiten por un método de dudosa confiabilidad como es el popular “de boca en boca”. Así que es casi seguro que muchas anécdotas derivan de un chisme o del “me contaron que fulano”. Claro que hay muchas otras que están registradas por medios físicos y por testigos de evidente credibilidad. Como fuere, a nosotros nos gusta creer en su veracidad como si de una noticia periodística de un lunes por la mañana se tratase. En buena cuenta arman el esqueleto de la personalidad de quien las vive, ya sea un artista reconocido o un ciudadano común y corriente. Por ello, es probable que muchas vidas aburridas hayan sido sazonadas fugazmente con interesantes y eventuales vivencias, y viceversa. Pero retomando el tema de la veracidad, eso nos parece tan secundario ante el dato que nos puede desenmascarar o encumbrar al héroe o antihéroe que esperábamos. De hecho, algunos inventaron anécdotas a la medida de sus necesidades en donde quedaron siempre bien, entre la moraleja y la autoiluminación.

En resumen, nos gustan las anécdotas porque nos pintan un mundo menos aburrido. Y de eso se trata el libro de Noel Clarasó, “ANTOLOGÍA DE ANÉCDOTAS” (*), que registra unas 3 100 anécdotas de personajes conocidos.

A través del este libro podemos conocer a un bucólico y adolescente Edgar Allan Poe que a los catorce años iba al cementerio a sentarse al lado de la tumba de la mujer amada, que no era otra que la madre de un compañero, y que al preguntársele por ello, respondía: -No pierdo la esperanza de verla resucitar.

A un Apollinaire que le decía a otro escritor, mientras se levanta de su asiento en un café:
-Debo ausentarme un momento. Espérame.
El otro le esperó mucho rato, pero no volvió. Días después se encontraron. El otro preguntó:
-¿Qué te pasó la última vez?
-Nada. Es que no llevaba dinero.
-Haberlo dicho y habría pagado yo.
-¿Pero tú llevabas?
-Sí.
-Pues haberlo dicho.

A un provocador e infante Charles Baudelaire a quien le gustaba decir cosas que asustaran y molestaran. Un día se fingía enfermo del estómago. Una señora le preguntaba:
-¿Estáis mal?
-Se ve que sí. Esta mañana he desayunado un niño al horno y, aunque estaba tierno, se ve que se me ha indigestado.

A un lord Byron que luego de casarse sin estar enamorado contaba a sus amigos:
-Me desperté a altas horas de la noche, vi un brasero encendido y creí que estaba en el infierno. Después, cuando me di cuenta de la verdad, vi que era mucho peor: que estaba casado y con mi mujer allí.

A un Albert Camus reaccionando de modo singular cuando un amigo le comunicaba que le habían concedido el Premio Nobel:
- ¿El Nobel? ¿A mí? No es posible. Soy demasiado joven. Y están Sastre y Malraux. ¡No me toca a mí!
- Pues te lo han concedido a ti.
Contaba el amigo que Camus le cayó en los brazos y se echó a llorar.
Tres años después moría Camus en un accidente de automóvil.

A un místico poeta Jean Cocteau reflexionando de forma singular ante un incendio.
Hubo fuego una vez cerca de donde vivía Cocteau. Y un amigo que estaba con él, mientras los dos contemplaban el fuego, le preguntó:
-De todo lo que tienes aquí, si un día ardiera tu casa, ¿qué te llevarías?
Y Cocteau, a lo mejor pensando que el otro repetiría la frase, contestó en seguida:
- ¡El fuego!

O a un pesimista Arturo Rimbaud que cansado de escribir sentenciaba su pasado negando su presente.
Abandonada la literatura, marchó a Abisinia y allí emprendió negocios en los que no tuvo éxito. Otro francés viajero que le encontró en ese país, le reconoció:
-Sois, si no me equivoco, el gran poeta Rimbaud –le dijo.
Rimbaud contestó secamente:
- Lo fui.
Y habló de otra cosa.

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(*) ANTOLOGÍA de ANÉCDOTAS
3.100 anécdotas de personajes extranjeros,
de personajes españoles y anónimas
Noel Clarasó

3.ª EDICIÓN Ediciones ACERVO
Barcelona 1982

Magaly Solier en el Cocodrilo Verde, por Malapalabrero

Nuestro amigo Luis Torres, mejor conocido por su concept blogger star, su otro yo, su Mr. Hyde: Malapalabrero, estuvo en el Cocodrilo Verde en la presentación de la mágica Magaly Solier y su disco Warmi:

Recordando a las Geishas fujimoristas de los 90

A propósito de la reciente avalancha de identidades recuperadas, de una nueva clasificación para el periodismo agazapado y de la moral de nuestros feligreses del sadomasoquismo:


* * *
Una raza extraña, compuesta de anfibios y primates, se consolidó un mañana entre tintas y redacciones. Su alias: geishas. Por ese entonces el Perú ya calzaba con el sensacionalismo macartista.

Esos, y esas, agentes del dardo y la franela, se aprendieron una predica de hienas camufladas de gorriones. Y fueron intocables. Se asumieron como jueces de la moral y la verdad. Sus plumas y despachos periodísticos eran más patéticos y mortíferos que un palillo chino envenenado o un paraguas con la punta de polonio 210. Su fuente de abasto cultural siempre fue Palacio de Gobierno o, en todo caso, la comisaría más sangrienta del distrito; sus ideales, generalmente dictados por las empresas más estables, eran tan canjeables como chapitas de gaseosa; sus amores, las peores cicatrices sociales.

Esa turba gobernaba la opinión pública. Esas jóvenes mártires, sólo de sumisión, creían que todo se justificaba con tal de beneficiar al bien privatizado, o al jefe de turno. Esas heroínas de la libertad de prensa de los noventa, que estudiaban tres años en un instituto, creían tener la suficiente autoridad para levantar el dedo acusador en contra de las libertades que atentasen contra la “democracia” de sus convenios bajo la mesa .

Esas heroínas estaban dominando la pradera de la vergüenza. Esas edecanes de la ignominia se paseaban en juguetes privados por todo el país, sonriéndole a la impunidad, creyéndose el cuento de hadas de las elegidas de un proyecto imperecedero. No, para ellas no habría fecha de caducidad, ni jubilación peruana. Ellas serían las hijas negadas, pero empalagosas, de un mandatario inoxidable. Su código de barras sería actualizable.

Ellas también representaban, de algún modo retorcido, una característica muy peruana: el arribismo. Ese oficio que consiste en ser una sombra asalariada. Ellas nos mostraban lo peor de nosotros.

Pero al hundirse el barco se hundieron ellas. Y no hubo un salvavidas ni recicladora que las compusiera. Todas hicieron agua en pleno alta mar; y las que estuvieron hechas de cartón se desmenuzaron rápidamente en las aguas que anticipaban los primeros asomos de democracia.

Un día las geishas desaparecieron. Un día quisieron justificarse. Un día fingieron un mea culpa, y muy pocos les creyeron. Un día desaparecieron, y al siguiente aparecieron. Un día se mostraron al público como si nada. Un día visitaron nuevamente las redacciones y lograron el tan anhelado reciclaje. Pero un día también descubrieron que el estigma de Geisha sería absolutamente imborrable.

Audio de "Trátame bien" de Fito Páez

Del unitario de ficción "Trátame bien" con la participación de Cecilia Roth, y la música del mismo Fito...




Visto primero en Ciudad Fito Páez

25 años, ¿y nosotros cuándo pediremos perdón?

Y fue sentenciado Fujimori a 25 años de cárcel. Él no tuvo la dignidad de reivindicar y limpiar la memoria de las víctimas y deudos de Barrios Altos y La Cantuta; los jueces, sí. Ahora le toca al Perú pedirle perdón al Perú. ¿Podrá hacerlo? ¿Podrá ese grueso de la nación –aún soberbio- asumir parte de la culpa por haber dado la espalda a sus hermanos desaparecidos durante tanto tiempo?


Para recordar, esta breve crónica cuando Fujimori ya estaba en manos de la justicia peruana.
Ybrahim Luna

“…porque hasta los objetivos más patológicos pueden ser sentidos subjetivamente como lo que más necesita el individuo”(Erich Fromm)
Es lunes, 9 a.m. Subimos al taxi, y le pedimos al chofer, con cierta expectativa, que sintonice una radio informativa, y el chofer nos responde (con cierto fastidio): por qué tanta vaina, tanta bulla, si a las finales, bueno, el chino Fujimori y Vladi hicieron obra; robaron, pero hicieron obra.
El “careo” del siglo, entre el dictador y el asesor, quedará en la memoria como el careo de San Valentín. Una danza patética, y de salón, en donde ambos personajes se midieron, miraron, sonrieron y jugaron el papel de la serenata pactada. Desplegaron, de un lado, una insufrible dialéctica chicha, y del otro, un silencio reptiliano. Previsible después de todo.
Y sin embargo al verlos juntos, custodiados, y juzgados en un proceso correcto, uno, después de todo, no puede dejar de sentir algo de satisfacción y esperanza en el sistema. Después de tanta tormenta, de tanta oscuridad, parece que la justicia podrá ver una mañana histórica en esta latitud sur.
Mientras se hace el día podemos recordar algunos tránsitos de la década pasada.
Muchos crecimos creyendo que algo andaba mal, realmente mal. Empezaban los noventa, y las esperanzas de un gobernante “correcto” empezaban a desvanecerse. Después del cinco de abril el horizonte empezó a nublarse. Algunos se percataron de la verdadera dimensión de los hechos; otros, los que aplaudieron, digámoslo así, se redescubrieron como potenciales seguidores del autoritarismo a cualquier costo.
Surgieron por entonces las primeras denuncias de acciones oscuras tras bambalinas. Y los que ejercíamos la pre-pubertad andábamos en otras cosas. Las cortinas de humo inundaron las redacciones, la privatización empezó su marcha, el trans y el reggae llegaron a las discos, la clase media empezaba a ser digerida por la inestabilidad. Los mejores y más acertados fiscales eran algunas revistas independientes que estremecían con sus carátulas. Recuerdan a CARETAS, Revista Sí, etc.
El debate no parecía trascender: pueden robar, matar, pero hacen obra. Con esa “conjura” la dictadura Fujimori - Vladimiro, como tantas dictaduras latinoamericanas, se hizo popular, muy popular. Los que empezaban a oponerse serían rápidamente etiquetados como simpatizantes “comunistas” anti-pacificación.
La necesidad de vencer el terror hizo que muchos peruanos justificaran todos los métodos de respuesta. Aunque dichos métodos fuesen tan “radicales” como el terror mismo, y aunque esos métodos, en su aplicación, borrasen del mapa a muchos inocentes, ya que eso no importaba tanto, porque la mayoría de ese “saldo lamentable” vivía o provenía de las alturas del Perú profundo.
La clase media, esa que según muchos era la reserva moral, debería desaparecer por representar, básicamente, un obstáculo en las intenciones embrutecedoras y perennizadoras de la dictadura. No sé cómo, pero se logró. La educación universitaria se volvió un pasatiempo para institutos al vuelo. Mientras la gente estuviese más preocupada por sobrevivir, menos reclamaría por las injusticias.
Y alguien diría: pero se venció la inflación.Digamos, que el momento internacional, la privatización de medio Perú, y la desaparición de los derechos laborales, de hecho sirvieron.
Ya de adolescentes, algunos discutimos los porqué en el colegio, pero las interrogantes a lo mucho eran atendidas por uno o dos amigos, de hecho por hijos de profesores. El Sutep por entonces encabezó una férrea e histórica defensa. Defensa que no se debe olvidar.
Crecimos, y las noticias sobre Vladimiro Montesinos se colaban cada fin de semana en programas televisivos, revistas y diarios no “alineados” con la “causa”. El doc, quien fue impedido de ingresar a cualquier institución castrense por haber sido dado de baja por la más abyecta de las causas: traición, había encontrado a su gemelo, a la carne sobrante de su siamés, al ventrílocuo de sus espejos, al chinochet de su corazón.
De jóvenes (así de extensa fue la cosa), como universitarios, salimos a las calles a protestar por lo que a veinte cuadras ya olía a podrido. Y la prensa, totalmente comprada, hablaba de nosotros como la turba-multa.
Incluso, el grupo Colina, fue motivo de un extraño debate. Para la gente con un poco de dignidad siempre fue un grupo de criminales; pero, para la mayoría, probablemente, héroes nacionales merecedores del anhelado indulto presidencial.
Pero así como en la salsa: todo tiene su final.
Los vladivideos terminaron por resquebrajar una relación que ya estaba en su etapa más complicada. Después de las elecciones fraudulentas, las entidades internacionales quitaron el respaldo al gobierno de Fujimori. Las culpas y recriminaciones venían de ambos lados de la trinchera. La hoguera de vanidades y poderes ya no podría convivir mucho tiempo.
Y aun ahora, cuando subes a un taxi, el chofer siempre repite: total, tanta vaina por este juicio, si nuestro chino y vladi pacificaron el país, detuvieron la inflación, y si desapareció gente, bueno, eran terrucos o serranos.
¿Qué responder a eso?
La serenidad de los que encuentran el sentido en la verdadera justicia social tiene la respuesta.
………………
Actualización: 25 años

Tool, recordando a una de las mejores bandas del mundo

Con su peculiar y obscuro mundo stop-motion que enrojecería al mismo Tim Burton, Tool fue un referente noventero de verdadero eclecticismo y genialidad condensada.

Prison Sex




Stinkfist



Sober

25 años para Fujimori

Y se hizo un silencio que pareció un grito, y después...un poco de tranquilidad como una flama azul de frescura sobre los familiares de los desaparecidos. Un pequeño atenuante para tanto dolor, para tanta espera.

Creo que he visto una luz al otro lado del río...


MARCO ANTONIO CORCUERA SE CONVERTIRÁ EN UN SONETO


Por Eduardo González Viaña

Siempre que pienso en Marco Antonio Corcuera, lo imagino joven, flaco, con un tic nervioso y enfundado dentro de un terno que le flota. Como ya lo he contado, fue así como lo vi la primera vez que en mi vida vi un poeta. Primo de mi padre y abogado joven de su estudio jurídico, así lo vi cuando yo era niño y adolescente.

Cuando entré a la Universidad Nacional de Trujillo, al lado de mis amigos del grupo “Trilce”, alterné con él y otros dos poetas asombrosos, Horacio Alva Herrera y Wilfredo Torres Ortega. No me quedó duda entonces de que para ser poeta era condición la flacura, el humor y la mayor elegancia.

Esa imagen suya no ha dejado de aparecer en la poesía del Perú desde 1940 en que ganó los Juegos Florales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, junto al contumacino Mario Florián, el celendino Julio Garrido Malaver y el cajamarquino Napoleón Tello Rodríguez.

En los cincuentas, comenzó a publicar “Cuadernos trimestrales”, la primera revista completamente de poesía editada en Trujillo y destinada a poetas y a lectores de todo el planeta. El año 60, su concurso literario “El poeta joven del Perú” descubrió a César Calvo y Javier Heraud, y comenzó a difundir y consagrar a jóvenes que, de otra manera, no habrían sido considerados en esa especie de corte que es el mundo de las letras.

Aparte de las tareas de de este desbordante agitador de la poesía, su propia obra es una límpida cantera cuya sencillez invita a leerlo y a recordarlo así como a escribir y a vivir como él en olor de poesía: como él mismo lo diría, con el corazón tendido como una baraja.

La última década del siglo XX, visité al poeta en su casa todas las veces que llegué al Perú y siempre leímos juntos el mismo libro, una antología de sonetos hispanoamericanos. Fanáticos como somos ambos del soneto, coincidimos en que el castellano es la lengua más pura del mundo porque solo con ella se puede remontar a tanta altura y convertir al idioma en una lengua del cielo.

Cuando Marco Antonio sufrió el ataque cerebral que lo ha postrado, viajé desde Estados Unidos a visitarlo. En Lima, una persona ajena a su casa me dijo que visitarlo era un error porque el poeta era pero ya no era. No le creí. Fui a su casa en Trujillo. Me puse al lado de su cama con el libro de sonetos, y comencé a leerle los que más nos gustaban, y nos gustan.

El que no era volvió a ser el que era y es. Me sonrió. Me oprimió la mano. Y allí nos quedamos leyendo toda la tarde y todo el tiempo como lo vamos a hacer cuando no exista el tiempo y nos encontremos en el cielo.

¿Una mujer levita en la Plaza de Armas de Lima?...Mis polainas

¿Quién se creyó lo de la levitación de la Princesa Inca?
¿Ilusionismo? Claro...



Acá se revela el cómo.
Facilito nomás.

Entrevista al periodista Luis Miranda

Por diversos motivos esta entrevista recién ve la luz...



Le dicen el “Oso” Miranda, quizá cariñosamente o como descripción sincera, por los abrazos me refiero, como cuando levantó fraternalmente y en peso a Adriano Nativo, el hombre más pequeño del Perú, en Cajamarca.

El Oso es un tipo dispuesto a colaborar, medio chino al reír, medio cachaciento. Algo subido de peso pero siempre a dieta, o al menos eso jura. Conocerlo es experimentar cierta paradoja. Por un lado, el osado periodista que se sumerge en los callejones del mundo para dar con el antihéroe olvidado, y por el otro, el escritor de laptop que no sale de su apartamento durante varios días y que dispara buenas tomaduras de pelo vía el Messenger.

De adolescente fue como todos. Un chico normal, medio risueño, ensimismado a veces, algo mañosón con empleadas e inquilinas. Palomilla y amiguero. Terminada la secundaria, allá por el 84, no tenía mejor idea –o deseo- que pasarla bien con lo patas, o delante de la TV, en su casa de Breña, esa casa siempre repleta de gente, de tías, de empleados, y de todo lo que traía la abuela del Valle del Jequetepeque, en el Norte: gallinas, mangos, quesos.

Siempre le gustó la pintura, dibujaba retratos, ensayaba con acuarelas y témperas (de ahí su fascinación por dos de sus personajes de crónicas, el paranoico LU.CU.MA. y el laborioso “Salsa”), así que se decidió por Diseño Publicitario. Pero, ese bicho de la literatura ya picaba fuerte y sin tregua. Leía a Borges, con el que aprendió el gusto por la palabra justa, con García Márquez, el valor de la entonación de las frases, con Vargas Llosa, la arquitectura del texto, con Flaubert y Dostoievsky, el realismo y el frenesí creativo. Pero fue cuando terminó de leer “Espartaco”, a eso de los 17 años, que decidió ser escritor.

Abandonó el Diseño Publicitario y se dedicó a leer. Mamá lo miraba con resignación y pena. El chico de Breña comprendió que tenía que vivir de algo y se presentó a Ciencias de la Comunicación, lo más cercano a la literatura. Entró al toque. Pero lo desilusionó de hachazo la mediocridad de algunos profesores. Claro que también estaba allí Hernán Velarde buscando a “su heredero literario”. El editor del dominical de Expreso lo reclutó pronto, y de estudiante pasó a colaborador y a la planilla de dicho diario. Ese suplemento, hecho por universitarios de I ciclo con total libertad y un profesor que parecía fabular sus crónicas, se volvió surrealista. Las cosas no fueron bien y el “Oso” tuvo que renunciar. Entonces la tele -con todo su brillo- lo rescató de una época de desempleo. Pero esa…, esa es otra historia.


EL DATO

Ha trabajado con Umberto Jara, Fernando Ampuero, Oscar Malca, Eloy Jáuregui, Gustavo Gorriti, Fernando Obregón, Hernán Velarde, Alonso Cueto, Laura Puertas, etc., en medios como Expreso, El Comercio, SOMOS, El Mundo, y actualmente como reportero televisivo en CUARTO PODER. Ha sido publicado también en ETIQUETA NEGRA, CARETAS y Zona de Obras, de España.


DE SU PROPIA BOCA

“El 91, a veces iban los agentes del SIN (a Expreso) para decirnos solapa que no se les pasaba lo que escribíamos, porque (Hernán) Velarde se mandaba unas cronicazas sobre la pena y tragedia de los serranos, entre el fuego de los sinchis y los terroristas. Incluso llegaron a visitarlo en su casa agentes disfrazados de terrucos para ver si Velarde caía. Entonces yo no tenía la seguridad de quienes eran, pero con el tiempo he ido entendiendo todo.”


EL LIBRO

“El Pintor de Lavoes” se ha convertido en un boom para el periodismo literario. Las historias que retrata Miranda son tan diversas como la vida misma. Han aparecido previamente en medios impresos y han sido celebradas tanto por el lector común como por la crítica especializada. “El Pintor de Lavoes” (Ediciones El Erizo - 2008) es una compilación de 25 crónicas, algunas conocidas y otras inéditas que atrapan fácilmente a quienes comienzan a hojearlo.

* * *

LA CONVERSACIÓN

Dices que te atrae lo marginal, ¿qué tan riesgoso es entonces que te involucres con tus historias?

Diría que hacer crónicas es como viajar, quizá por lugares y por la mente de mis personajes. Si no hay riesgo, no vale la pena. Suelo pasar largas temporadas hibernando en mi casa, soy capaz de no salir en una semana sin sentirme infeliz, pero cuando salgo en busca de una historia estoy dispuesto a hacer que valga la pena. No veo riesgo donde otros lo ven, veo siempre puertas.

¿Al especializarte en la crónica no corres el riesgo de cargar tu pluma con una visión muy estigmatizada del mundo?

Si pudiera cargar mi pluma de esa manera que dices, pues, qué gran escritor no lo hizo. Me halaga que alguien pudiera pensar que soy capaz de eso. Sin embargo tu pregunta tiene supuestos que no comparto. No soy especialista en crónicas. Soy un escritor que se acomoda al género más literario que tolera el periodismo.

¿La compilación de las historias en El pintor de Lavoes fue premeditada, o responde más al azar del hallazgo?

Fue puro azar, el editor quedó en agruparlas, pero por flojera o porque tenía mejores cosas que hacer salieron en el orden que se las fui enviando. El resultado no me desagrada.

¿Pero existen otras que decidiste dejar fuera? Porque supongo que no son veinticinco las crónicas de toda tu carrera

Claro, hubiera querido incluir una nota gastronómica que realicé cuando Lima era un gigantesco mercado árabe, cuando los ambulantes habían invadido todos los espacios públicos. Esa nota era una guía del buen comensal en el caos de las sartenes y las ollas donde se estaba cocinando una nueva identidad. Hubiera querido incluir otras más, muchas. He hecho una crónica por semana desde 1989 hasta el 2002, pero puse las que tenía a la mano. Pero sí te digo que la gente que sabe del oficio de escribir y leer ha tomado este cronicario con mucho entusiasmo.

¿Extrañas alguna que consideres irrecuperable, que no haya visto la luz o se haya extraviado?

La primera crónica que hice se llamó La Esquina, y creo que era en realidad un cuento de la soledad y el desencanto, de los amigos que patean latas mientras sueñan con un futuro que no llegará como ellos piensan. La hice pensando en la esquina de mi barrio donde solíamos reunirnos desde los 16 años. La crónica enumeraba las personas que pasaban por la esquina mientras nosotros nos quedábamos allí. Más de 25 años después aún hay dos amigos que siguen en esa esquina.

Viajas mucho, ahora por tu trabajo en la televisión ¿Viajar tanto no te ha quitado un poco esa sensación de la novedad?

No, porque cada viaje te mete un poco más en lo foráneo, en un primer viaje veo rostros, en un segundo viaje los rostros tienen nombres, alegrías y problemas, el río nunca trae lo mismo, pero siempre es el rió.


¿Consideras tu historia personal como una digna crónica para El Pintor de Lavoes?

Un periodista joven me propuso hacerme una crónica "Un día con el oso miranda", yo le pregunté si no podría ser una noche. En todo caso, pienso que cualquier persona que se mueva por el mundo es capaz de ser objeto de una historia. Pero mi posición favorita es la de voyeur.