“DEJA VU” para optimistas
Por Alan Luna


Cuando creas que se puede cambiar el mundo, te estrellarás con tu canoa en una saliente rocosa; cuando vuelvas a creer que se puede cambiar el mundo, te estrellarás con tu barco de triplay en un peñasco como el del Gibraltar, e irás a dar irremediablemente al fondo de tus optimismos. Cuando hables de cambio te pedirán soluciones, cuando des soluciones te pedirán paciencia, y cuando tengas paciencia te habrás fosilizado.
Cuando digas que el mundo está de cabeza, tú lo estarás con el…
Cuando creas que naciste para algo, ese algo te devolverá un reflejo de inútil belleza y sacrificio. Cuando creas que eres el elegido para llevar la antorcha, nadie te sacará a bailar. Cuando imagines que el uno por ciento del mundo está mejorando, el doscientos por ciento estará empeorando. Cuando creas que tu vida es meritoria de una biografía, tu epitafio será editado entre los anuncios clasificados de un diario cualquiera. Cuando informes que estás entrando al ruedo, los oídos habrán fugado por la puerta de escape. Cuando creas que todo está en su lugar y enfocado, descubrirás que el calidoscopio te ha tomado el pelo. Cuando confíes en el sol como vitamina D, te habrá dado insolación y quemaduras de primer grado. Cuando supongas que todo está tan mal que no se puede poner peor, un hoyo de buzón te esperará en la esquina. Cuando te creas el telepromter de los decálogos de Cornejo, un encantador de serpientes habrá sido picado en la mano. Cuando tengas el valor de pedirle un aumento a tu jefe, tu hijo estará ganando más que tú. Cuando hagas de la utopía un atajo para el ocio, y encima seas descubierto, los productivos te habrán colocado un código de barras en la nuca. Cuando creas que se puede cambiar el mundo,… el mundo te habrá anestesiado, y quizá, sólo quizá, estés un poco más tranquilo.
Novela impersonal: Made in Perú
Por Ybrahim Luna Rodríguez


El Perú madruga. El Perú despierta. El Perú se prepara a mover toda su carga sobre un mercado de esperanzas. El Perú se instala como un rompecabezas de rostros y apuros; está por rodarse la película de la vida, entre carritos de emoliente y kioscos de revistas. El film bien podría llamarse “Made in Perú “y contar con veintisiete millones de extras, abarcar todo el territorio nacional y la mitad de un lago altiplánico. El país se quita la pereza bajo el ademán de un gallinazo que se ha petrificado en la punta de una catedral. Los cargadores cubren su cabeza con un pañuelo, los puestos humean, es hora de inventar, o de reinventar, esa fórmula diaria para sobrevivir en el juego de la vida. La creatividad, se define como la capacidad de crear; y crear, es la acción de producir una cosa que no existía. Los peruanos elaboran, incluso, una forma de vida. Juan Pérez (Primero) ve la vida desde una silla de ruedas. De chico nunca le gusto el dibujo, a lo mucho el garabato, pero la necesidad lo obligó a convertirse en un dibujante de plaza. Ahora hace retratos y no le va mal, a pesar de su discapacidad se da fuerzas para sacar adelante a una familia de tres bocas. Aprendió su oficio de purito observador, hizo círculos y luego trazó una cruz, líneas arriba, líneas abajo, rayas de carbón. Al inicio las formas le salían mal, más parecían caricaturas, y bueno, esa fue la salida. Colocó un pequeño cartel que decía: le dibujamos su caricatura por cinco soles. Su esposa lo admiraba, y cómo no hacerlo si la conquistó con un retrato que le hizo para su cumpleaños. Con el tiempo los rostros fueron un bello calco de la realidad. Luego puso en marcha una idea innovadora. Para atraer a la gente puso unos trabajos suyos basados en artistas y cantantes. Era capaz de incluir una cuota de realismo maravilloso en las imágenes. El rostro de un peatón podía verse envuelto en motivos inkaicos, griegos, o vikingos. Al público le gustaba jugar con sus perspectivas. Había demanda, y unas monedas más para llevar a casa. Juan Pérez Segundo, vende jugos frente a una universidad. Al inicio las cosas no iban bien. Luego se pusieron peor. Pero qué queda cuando el barco hace agua, quizá flotar en un madero hasta llegar a tierra. Entonces se impuso una minúscula novedad: una sombrilla, una simple sombrilla hizo la diferencia. Vaya, que por ahorrarse unos segundos de sol, los estudiantes lo preferían por su sombra. Pero, qué mejor que agregar una banquita para que la gente descanse. Y al día siguiente apareció la banca, claro, prestada por un vecino. Y qué tal un mandil, perfecto, y que sea blanco porque este lugar es limpio. Pero, es la era Light, las chicas lo saben. Juan Pérez Segundo sólo recomienda a sus clientes una vida más sana y los despide con una sonrisa. Luego su interés creció. Ha averiguado en Internet cuáles son los jugos o extractos más saludables y solicitados en las dietas naturistas. Ha empezado a prepararlos con mucha responsabilidad, pero necesita un respaldo. Recuerda que varios profesores han visitado su puesto, el que ahora cuenta con la ayuda de su esposa y de su hijo mayor. Ha consultado cuestiones de higiene y nutrición con los profesores de la Facultad de Industrias Alimentarias. Es más… lo han recomendado de boca. Su puesto es casi como un local naturista. Ahora tiene un toldo y bancas de madera, la gente lo requiere por la seguridad que él y su familia han logrado demostrar a sus consumidores. Juan Pérez Tercero, canta en la calle. Se ayuda por un amplificador para llamar la atención, y de un micrófono que parece de audio profesional. Todo el prototipo lleva por motor una pequeña radio-casetera que ha sobrevivido desde la década del ochenta. Los cassettes también se venden. Es un karaoke ambulante. Y sobre todo una garganta ambulante. Sus amigos del barrio lo llamaban el antiguo, por su afición obligada a la nueva ola, aunque a él le gustaría más cantar o vender chicha o cumbia, eso es lo suyo; pero qué se le va hacer, la música de antaño tiene más compradores, por ahora, y quizá por que esa gente aún tiene algo de plata, un guardadito. Ayer vendió un equipo completo, con amplificador y todo. Ya ves que todo sale compare. Cervecitas o cigarros son vicios o lujos que él no puede permitirse, teniendo en cuenta que sus cuerdas vocales son sus únicas herramientas de trabajo, con lo que da de comer a sus hijos y pagar la pensión escolar. A veces está cansado, pero a veces se cree su chamba de verdad, como debe ser. Y canta imaginando que es un trovador de esquina, o un juglar suburbano. Hay que dale pa lante nomás, compare, que así salen las cosas. Piensa, sonríe y vuelva a cantar. Este es un fragmento de vida, un pedazo de esa novela cotidiana e impersonal que vemos pasar ante nuestros ojos; la historia de todos los Juan Pérez, y los fulanos de tal que la creatividad a ayudado a sobrevivir en nuestro país, con ese no sé qué tan, pero tan, peruano.

Acuarela de Alan Luna ...Manzana Gris


Acuarela n. 5

Manzana Gris

por Alan Luna

Acuarela de Alan Luna...Tan lejos

TAN LEJOS
ACUARELA N. 3
por Alan Luna

Acuarela de Alan Luna...Extraño traductor

ACUARELA N. 1 Autor Alan Luna

EXTRAÑO TRADUCTOR


Un lucero en la otra avenida
(Por Ybrahim Luna Rodríguez)
“El vals perdido”

Descubrir a Chabuca es revelar la más sensible de las dimensiones de la música peruana. Un lugar diferente, reservado a cierto desvanecimiento de las cosas buenas. Un perfume que agoniza, que está expectante en cada evocación. Una música de ángeles enmohecidos, anclados a puentes y alamedas.
Chabuca es peruana, orgullosamente limeña, mágicamente negra. Pero sin duda universal; y marginalmente universal en el Perú. Conocida aquí por sólo un puñado de canciones, una exquisita selección que, sin embargo, deja de lado una producción real de casi cuatrocientos temas, legados a una nación que olvida las mejores herencias de sus hijos, y que se pierde en la ignorancia de sus apuros cotidianos y en la insultante falta de difusión de los medios.
Chabuca abrió las cortinas de una nueva belleza. La belleza de lo poético cotidiano. Su música irrumpió en el escenario como una creación sofisticada y clásica a la vez. Estaban siempre presentes las evocaciones de una Lima antigua, señorial, de balcones, puentes y jardines. Chabuca es sin duda de otro huerto. Su cadencia se acerca más, aunque a algunos les cueste reconocerlo, al tango, al jazz, o al flamenco. Ella se aleja, radicalmente, desde el ayer de la criollada de peña que domina actualmente la escena de la moribunda música peruana. En el presente no hay compositores que siquiera se le acerquen. Ella, al igual que otros artistas que rompieron con el molde de su época, izó una bandera única; una bandera que nació con ella y se perdió con su partida. La compositora tuvo una forma de interpretar muy peculiar, un ritmo de voz asincopado, ritmo perteneciente más al jazz que a nuestros estilos vernaculares, y por ende muy difícil de seguir. Los “criollos” de hoy interpretan la música de Chabuca de una manera que no favorece en nada a la versión original. Un claro ejemplo de ello, es la canción José Antonio, que se ejecuta como un tema de desgarro y desamor, siendo en realidad un recuerdo suave, nostálgico, de tipo fraternal, casi filial; y no el pedido de una amante desesperada.
Alguien dijo, con algo de razón, que los valses de Chabuca eran tangos disfrazados. Y eso no ofende. Chabuca viajó mucho y conoció a los grandes. Su riqueza musical, intelectual, y estética la diferenciaron de los demás. Ella misma como persona era muy sensible, una mujer que emanaba una aura de paz y de sobrecogedora clase.

Una veredita alegre con luz de luna o de sol/ tendida como una cinta con sus lados de arrebol/ arrebol de los geranios y sonrisas con rubor/ arrebol de los claveles y las mejillas en flor/ perfumada de magnolias/ rociadas de mañanita/ la veredita sonríe cuando tu piel acaricia/. . . (Fina Estampa)

Así como la etapa reservada a la evocación de la Lima señorial; llegó la dedicada a la poética del ser humano, caracterizada por un verso maduro de matices sólidos y pasión sensual. Centrada en la fuerza vital del idilio, y del deseo convertido en un pedido de la noche, de trágicos amores, de imágenes fantasmales, de la lejanía del amante. Una etapa en la que resaltan, como ejemplo, algunos temas dedicados a personajes puntuales como poetas.

Pero, pero/ pero cómo serán mis despertares/ cómo serán mis despertares/ pero cómo serán mis despertares/ cada vez que despierte avergonzada/ cada vez que despierte avergonzada/ tanto amor y avergonzada/ tanto amor y avergonzada. (Cardo o ceniza)
Otra de las etapas de la gran Chabuca es la dedicada a la música y ritmos negros, afro peruanos, de la Lima emergente de aquella época. Ritmos que por entonces eran relegados a un segundo plano por su génesis plebeyo y negro. Chabuca junto a quien reconocería sentimentalmente como su hijo adoptivo, el maestro del cajón “Caitro” Soto, recrearon la esencia de este género, dándole un lugar en los estrados de la trascendencia.
Pero María Isabel Granda Larco, como otros genios, fue olvidada, y convertida en artista casi de culto. Ese lucero andará ahora brillando en la otra avenida.


FITO PÁEZ, 20 AÑOS DE LETRAS Y MÚSICA
POR YBRAHIM LUNA
El mundo sigue girando. El tiempo se ha colado por una grieta y no retrocede; pero alguien sigue cantando con la misma fuerza de hace veinte años. Fito Páez, no cabe duda, es un sobreviviente de aquellos tiempos en los que la magia del cambio era una realidad a la vuelta de la esquina, en los que creer era una actitud de la razón más que de la pasión. Pero todo y nada ha evolucionado de verdad, dependiendo de los puntos de vista y de los lentes psicodélicos con los que se vea el día a día.
Páez, para decirlo en términos especiales, es visceralmente como un vino: añejo, fuerte, exótico y con clase, a pesar de todos los años que la macondiana latinoamérica le ha cargado encima y a pesar del ingenio plástico y poderosamente efectista de los nuevos artistas-producto de la industria musical de hoy.
Año ochenta y cuatro, Rodolfo Páez, un desgarbado chico de lentes, cabellera larga, jeans, polo y zapatillas, llegaba a brillar con estrella propia en los escenarios después de haber transitado en un constante ensayo semiprotagónico con los rockeros más emblemáticos de la Argentina.
Nada lo detendría en adelante, ni siquiera los altos y bajos en la carrera, ni siquiera este mundo que cambiaba radicalmente, esta Latinoamérica que se moldeaba al ritmo de las más grotescas dictaduras y los ensueños memorables de lo real- maravilloso. Paéz tuvo su cuota de mal puro; alguien mató a las mujeres que lo criaron, un desquiciado asesinó a sus madres políticas y eso le enseñó el mal no sólo como teoría, sino como esencial realidad. Nace entonces o, dijérase correctamente, renace un Páez nuevo, maduro, quizá menos ingenuo, pero igual de suspicaz y brillante.
“Busco mi piedra filosofal/ en los siete locos, en el mar/ en el cadáver exquisito, en no tener piedad/ en la quintaesencia de la música/ dentro mío en el amor y odio, tener que pensar/ preferiría tu sonrisa a toda la verdad/ avanzo un paso, retrocedo y vuelvo a preguntar/ que algo cambie para no cambiar jamás/ todo es imperfecto amor y obvio”. (Cadáver exquisito- (Euforia))
”Del 63”, su primer trabajo es acogido por la crítica como un disco revelación y el inicio de una carrera prometedora. Pero pocos, en realidad, previeron que más de dos décadas después ese tipo delgado seguiría vigente con un ángel igual de creador, directo y genial. Sin embargo algunas cosas sí se modificaron y podría decirse que para bien. Ahora Páez se toma un tiempo para opinar, piensa las cosas dos veces, ya no cree tanto tener las respuestas de todo como en cierta época, las meditaciones tienen un trasfondo de preocupación real. El músico se pregunta a través de sus canciones, y le pregunta a los chicos de esta época: qué estás haciendo por voz, a dónde vas. Dice que es hora de coger las guitarras y dejarse de tanta radicalidad metafísica y perezosa.
Alguien alguna vez lo definió como el hijo de Charly García y Nito Mestre. La verdad es que Fito sobrepaso largamente las expectativas de sus influencias y referentes musicales. Si de originalidad hablamos sería justo identificarlo como uno de los más prolíficos creadores de la escena del rock en castellano. En Páez encontraremos una variedad que desafía fronteras e ideologías. Por ejemplo, no es difícil toparnos entre sus producciones con algún Bossa Nova, influencia directa de los temas que de pibe oía como las obras de Jobim, o más tarde, de su pasión artística por Chico Buarque, o de su afinidad con Caetano Veloso; también hallaremos algún vals suave con matices clásicos influencia de la mismísima Chabuca peruana; o temas provenientes de la cantera trovera a lo Spinetta, a lo León Gieco, a lo Baglietto; además de la mágica cadencia del jazz y del blues a lo Elvis Costello o Bob Dylan. Eso, dejando de lado el rockandroll y el pop maduro, ejercicios propios de su músculo vital: el cerebro. Y todo con su especial e hipnotizante estilo.
Son pocos los sobrevivientes; “hubo un tiempo que fue hermoso”, un tiempo en el que Charly llenaba los estadios, y un flaco de Rosario-Argentina, de pelo largo y zapatillas, empezaba a soñar y que ahora, veinte años después aún late psicodélico, rabioso, maduro, más provocador y resistente que nunca.