Entrevista a José Carlos Yrigoyen, por Francisco Izquierdo


El poeta José Carlos Yrigoyen estuvo hace unos días en el Festival de Poesía, Patio Azul, de Cajamarca.

Rescatamos esta interesantísima entrevista del portal LIBROS PERUANOS:

Libertad bajo palabra
Por: Francisco Izquierdo Quea*
Fuente: Revista Quehacer Nro. 149 (Jul-Ago. 2004)

Ameno, directo, sin medias tintas, así es José Carlos Yrigoyen (Lima, 1976). El autor del reconocido poemario Lesley Gore en el infierno conversó con nosotros y nos dio sus impresiones en torno a la tradición literaria peruana de los últimos años, sobre su trabajo con la poesía y algo más.

¿Qué te llevó a publicar Lesley Gore en el infierno? ¿Impera demasiado para alguien que escribe publicar?
En el caso de mi primer poemario tuve muchas ganas, por una vanidad propia de ser leído, sabiendo que el libro no era del todo bueno. Ahora, pues, yo me demoro mucho en publicar; unos tres o cuatro años para tener algo terminado. Apelo a cierto rigor para estas cosas. Pienso que un libro puede tener errores por incapacidad, por flojera o por incomprensión. Yo trato de evitar cualquiera de estos.
¿Compartes tus textos con alguna persona de tu entorno antes de publicarlos?
Por cábala escojo a dos o tres personas. Este último poemario se lo di a Alfredo Villar, Francisco Melgar y a Arturo Higa, cuyas opiniones me bastaron para hacer los cambios pertinentes. Como te decía, creo que antes de publicar procuro imponer un rigor que me obligue a estar horas y horas encerrado en mi casa, durante semanas, corrigiendo, puliendo, hasta no poder más. Para mí, el mejor placer de escribir poesía está en esta disciplina, que si bien puede parecer objetiva me gusta mucho.
¿Por qué Lesley Gore?
Porque me gusta la canción, y ella me parece una chica linda, además de que me seducía mucho el hecho de darle mi voz a otra persona. Para esto último tuve muchos personajes, la mayoría inventados, pero elegí a Lesley Gore, una chica hermosa que a los 18 años llega a cúspide de la fama y sufre mucho; ahora, todo este aspecto he tratado de ponerlo de relieve en el libro, claro que intercalándolo con mis experiencias.
La polifonía…
Claro, yo quería que en este poemario hablaran muchas voces, y estoy satisfecho, pues creo que lo he conseguido en la mayoría de poemas. En los anteriores libros solo hay un yo poético fijo. En este caso, la voz y el entorno de Lesley Gore, una chica gringa de los años sesenta, se ven mezclados con la voz y experiencias de un sujeto contemporáneo, o de otro siglo.
¿Tú propósito fue implantar como referente a aquellos años o todo partió de la figura propia de Lesley Gore?
A mí me encanta esa época, toda su música, su literatura, su cine; pienso que en el lapso 60-70 la humanidad vivió un momento de inspiración que no ha vuelto a repetirse. Mi intención en sí fue hacer un paralelo de esos años con los principios de los noventa. Así, los poemas referidos a ella son festivos, con un clima caluroso, de pecado y salvación; pero cuando me remonto a lo contemporáneo hablo de mis padres, de la culpa, del tedio de vivir acá. Y hago esa comparación para dejar en claro lo aburrida que me pareció esa época, al menos acá, en el Perú.
¿Por qué imponer en este poemario un lenguaje con notoria influencia narrativa?
Mi poesía más que asumir un aliento lírico es netamente conceptual: una narración de imágenes. Y está el caso del poema "Lesión neural irreversible", donde quise detallar una experiencia con las drogas. Esta experiencia, como otras, la quise hacer a modo de complicidad, como describirla en un diario, y ello guarda relación con el nombre de la primera parte del poemario: Diario, notas y canciones.
¿Qué lecturas previas has tenido para escribir el poemario?
John Berryman, quien ha influenciado mucho en esa cuestión de la polifonía, de insertar diálogos en medio de un poema, en toda la alteridad de voces juntas. Su capacidad para crear una serie de imágenes sugerentes me parece increíble. Están también Olson, los poetas de fines de los setenta, John Ashbery; de los peruanos, he recogido versos de Ojeda, de Jorge Pimentel. He tratado de parodiar lo clásico. Por ejemplo, el poema "Lesión neural irreversible" tiene un parecido con el poema "El envío" de El huso de la palabra de Watanabe.
¿Cómo asumes la buena acogida de Lesley Gore en el infierno por la prensa?
Tranquilo, pues considero como poco relevantes todos los méritos que he recibido.
¿Tanto así?
Es que la función del crítico literario en el Perú ha sido tomada por muchos periodistas que no tienen la preparación para opinar sobre un libro. Personalmente me interesa que la crítica venga de gente especializada, que haya estudiado literatura. No creo que un periodista que ha estudiado ciencias de la comunicación pueda formular un juicio de valor estimable frente a un poemario o una novela.
A pesar de que mucha gente se deja orientar por las críticas o reseñas en los medios para buscar libros de autores jóvenes…
Eso es normal. Acá en el Perú nadie va a una librería a buscar un libro de literatura, menos de poesía, por mero interés de lector, sino más bien orientándose por lo que dice la prensa. Y es aquí donde la lectura de la gente peligra, pues se deja llevar por la escasa preparación literaria en los medios de prensa al momento de afrontar la crítica a un libro de literatura.
¿Pero crees que esto sucede solo con los autores jóvenes?
No, pues la prensa también comete el error de celebrar excesivamente a los llamados "poetas de edad", o sea, a los poetas de los sesenta y setentas. Un caso es Watanabe y su Habitó entre nosotros, un libro que no renueva nada en absoluto y que es presentado como grandioso; o el caso de Marco Martos, con su decadente Jaque perpetuo. La crítica de los medios no advierte eso. No puede. Desde hace más de veinte años que Marco Martos no entrega nada bueno, y viendo a Watanabe cualquiera puede pensar que la poesía peruana va para arriba, cuando no es así.
¿Frente a lo que dices, toda crítica es buena?
Cuando es constructiva, sí. A mí me sorprende que aún haya gente que piense que en los últimos 15 años la poesía peruana tiene buenos exponentes, cuando solo hay buenos libros. Una tradición poética no se consigue solo con buenos libros, sino con proyectos, con una idea de base consolidada, que pueda leerse de cabo a rabo. Acá existen buenos poemarios y poetas, pero no proyectos de verdad.
Que consoliden una obra…
Claro, algo más allá que escribir libros a granel. Al poeta actual le falta consolidación; en los noventa, ¿quién más allá de Miguel Idelfonso o Alberto Valdivia tienen una obra continua, organizada? Nadie. Idelfonso posee tres libros interesantes, algo excesivos, pero con un valor inestimable para estos últimos años. Valdivia puede ser ampuloso y desbordante pero en sus dos poemarios se observa un proyecto muy coherente, con un lenguaje sobresaliente para el pobre nivel de nuestra poesía actual.
Y así llegamos a la poesía de los noventa…
Que es la menos interesante; que ha preferido seguir la línea de los poetas anteriores, la anglosajona, de Cisneros y sus discípulos, y la de la experimentación, como Sánchez-Piérola. Por ejemplo él en Ego puto muestra un experimentalismo pueril, un gusto enorme por tontear. Realmente, el gran problema de la poesía de los noventa es su falta de conciencia ante la coyuntura. Hubo muchos grupos que tuvieron cierta claridad, como Neón o Noble Caterva, que dentro de todo lo deleznable fueron durante un tiempo lo mejor de esta generación, que tiene poco valor y que parece haber caído en un hoyo negro.
Muchos pueden pensar que lo que dices es por demás gratuito
Es que la gente cree que digo esto por fregar, pero yo los invito a revisar una antología de esa época y se darán cuenta de que si ahora tenemos poetas malos, por aquellos tiempos batimos todos los récords.
Dentro de los contextos, ¿qué le corresponde a los noventa?
En los sesenta, Lima tenía 2 millones de habitantes; ahora tenemos 9. Por razón de perspectiva, sin culpar a los poetas, nuestra coyuntura actual es pobre. Esto se arrastra de los noventa, un período chicha, en el que la dictadura adormiló a los poetas. Y ahora ellos son los hijos del terrorismo urbano, que por entonces no tenían conocimiento de lo que sucedía a kilómetros, salvo por uno que otro coche-bomba. Son poetas que no han tenido una perspectiva real de lo que pasó; por eso, ante una experiencia nula y una mala asimilación de lo propio solo les quedó escribir sobre la base de lo anterior o simplemente experimentar. Y los resultados han sido pobres. Aquí se marca la involución a la poesía: no hay una adecuada óptica de la realidad.
¿Con todo esto dónde queda el poeta joven?
No lo sé. Con decirte que aquí no hay un Premio Nacional de Literatura desde 1977. Somos el único país en América Latina que no lo tiene; es decir, no hay un incentivo mínimo del Estado ni de las instituciones para el poeta.
¿Es el Perú una tierra de poetas?
El Perú mantiene un buen nivel, incluso ahora, a pesar de que hemos perdido mucha calidad. Al escuchar hace poco a unos poetas argentinos pude comprobar esto: lo mejorcito de ellos se mantiene a la par con nuestra actual irregularidad. Ahora nuestra tradición se ha visto disminuida a esto, a bajar al nivel de la poesía argentina o colombiana.
Sobre esto último, Enrique Sánchez Hernani, refiriéndose al caso de Colombia, mencionaba que siempre mantuvo un nivel bueno, óptimo de poesía, pero que nunca tuvo uno alto, como en nuestro caso…
Estoy completamente de acuerdo con Sánchez Hernani. Acá hemos tenido muchos altos y bajos, muchos Cubillas y Waldir, esa es la realidad. Colombia no posee hitos determinantes, como nosotros con Vallejo o Eguren. Igual sucede con la poesía venezolana, boliviana o ecuatoriana: no tienen picos ni momentos claves. Ecuador por ejemplo tiene el caso de Adoum, que es un gran poeta, pero que no ha marcado un cambio en su contexto, como sucede aquí con Vallejo, quien se barre las dos generaciones siguientes, y luego con Hinostroza, Cisneros y Hernández hasta llegar a los ochenta. De ahí todo parece ser igual, con la onda coloquial, la poesía pop. Ante la ausente renovación de cánones en nuestra literatura se ha creado una ruptura que escenifica la falta de calidad de nuestra poesía actual. Nosotros, los poetas del noventa, somos la continuación del fracaso que se inició en los ochenta. Esta se mantiene en la actualidad, con los poetas jóvenes.
¿Vale la pena publicar en el Perú?
No. Aquí, para publicar, tiene que prevalecer en ti la vanidad. Si piensas que vas a recuperar lo invertido estás mal. En sí, todo es cuestión de darle tu libro a los amigos, a los críticos, y esperar las pocas reseñitas que puedan salir en los diarios. Y el hecho de que no exista una crítica de verdad en este país conlleva a que casi todos los libros publicados, como el mío, lleguen a no más de cien personas.
¿Publicar poesía en el Perú es un acto suicida?
Lo es. Aquí no creo que existan muchos imbéciles que tiren su plata para publicar un libro que casi nadie comprará, a menos que esperen sentados a que Peisa o Campodónico los visite: algo imposible, que solo le toca a un Cisneros o a un Martos. El que se publica, como yo, únicamente puede aspirar a recuperar una parte de su inversión.
¿Y la ley del libro?
No sirve, los libros continúan y continuarán caros. Acá vas a una feria y todo es carísimo; el colmo es cuando llegas al stand de Peisa y te topas con la última novela de Cueto. Considero que lo mejor en una feria son los stands de libro viejo, definitivamente.
Frente a esto, ¿qué opinas de la piratería?
Yo sí la justifico. Gianmarco o Suárez Vértiz se quejan de la piratería, cuando deberían estar agradecidos pues por medio de ella llegan a mucha gente que recibe un sueldo mínimo y no puede adquirir un CD original. Aquí alguien que quiere leer a Vargas Llosa no se va a gastar los setenta soles que te pide Peisa, que para eso es una tremenda conchudez; no, tiene que recurrir modestamente a comprar su edición pirata. Yo no le puedo exigir a alguien que gane trescientos soles que compre mi libro de 15. Si lo consigue a tres soles, pues bien.
¿Te sentirías halagado si piratean tu libro?
Totalmente, me encantaría, aunque aquí nadie piratea poesía, salvo a Vallejo. Creo que todos los poetas deberían sentirse halagados si se encuentran pirateados en la calle; es más, deberían piratearnos de una buena vez en lugar de hacerlo con Bryce. Ahora, hay que resaltar las ediciones de los periódicos, que son bonitas, sencillas, y muy cómodas.
¿Qué opinas de los suplementos culturales?
Bueno, El dominical en sí es el suplemento de Alonso Cueto, de Thays, de Ampuero, los mismos de siempre, que libro tras libro demuestran que no han ganado nada. En sus páginas se ve que no hay nadie que imponga una renovación. De por sí es previsible: yo te puedo decir palabra por palabra qué sale ahí este domingo, los libros que van a comentar, el tipo de crítica aduladora a Bryce, el amiguismo en su máxima expresión. Por otro lado, Identidades me parece una publicación mucho más seria, más académica. Incluso criticaron un artículo mío, pero de manera tangencial. A mí me hubiera gustado que me contradigan frontalmente, pero, bueno, hasta ahora sigo esperando.
¿Revisas literatura en Internet?
No, aún no puedo habituarme a ese tipo de lectura. Yo sigo pegado al papel. Tengo un apego especial por el libro como objeto físico, tanto así que la sola idea de quemar uno me irrita; no tiene ningún sentido hacer eso con un libro, salvo los de Verástegui. (Jajaja).
¿Nunca quemarías un libro?
En realidad, en toda mi vida he quemado un solo libro, en la parrillada de un amigo, hace muchos años. Fue uno de Winston Orrillo. Recuerdo que entre varias personas buscamos un poema malo, y revisábamos página por página para ver cuál se quemaba, pero como todos eran malos no había pierde, así que prendimos el poemario completo.
¿Tan mal poeta es Orrillo como para quemar un poemario suyo?
Por supuesto, y te digo con sinceridad que Orrillo debe estar entre los cinco peores poetas peruanos, desde la época de la República hasta ahora. Por ahí también andan José Beltrán Peña y Eduardo Rada.
¿Qué opinión tienes en torno a la poesía femenina peruana?
Salvo María Emilia Cornejo, quien ha dejado poemas extraordinarios, no existe. Bueno, existió hasta finales de los ochenta con Patricia Alva. Hubo intentos como Ana Varela Tafur, quien comenzó bien. Ahora hay buenas perspectivas como Lucía Guerrero o la última entrega de Elisa Fuenzalida, que si bien es interesante respeta mucho el canon y no propone otros planteamientos.
¿Y los casos de Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban, Giovanna Pollarollo y Rosella di Paolo?
Rescato el primer poemario de Carmen Ollé, Noches de adrenalina, un libro orgánico, sorprendente para la época, con muchas imágenes y harto nervio. De Rocío Silva solo Este oficio no me gusta, que es bueno; el resto de su obra me parece una seguidilla de clichés eroticones. Pollarollo me cae muy bien, pero no me gusta para nada lo que hace. Y Di Paolo pues, no ofrece nada novedoso.
¿Qué piensas de los narradores peruanos contemporáneos?
Ahora hay más competitividad. Hay buenos narradores como Santiago Roncagliolo y Santiago del Prado. Creo que ambos le han puesto una cuota de esperanza a la narrativa de los noventa, copada por Bellatín, Benavides, quien plagió el argumento de Conversación en La Catedral para hacer una novela; y Thays, el escritor más sobrevalorado, quien posee un lenguaje excelente pero cuyos argumentos parecen sacados de una obra teatral de tercer grado. Sinceramente me gusta más su programa de televisión que su narrativa.
Y de los consagrados…
Arguedas me gusta mucho. Bryce solo hasta La vida exagerada de Martín Romaña. De Scorza me quedo con Redoble por Rancas y Garabombo, el invisible, novelas con las que no me conecto del todo, pero que sin embargo me parecen notables. Y bueno, Vargas Llosa, que eclipsó a toda la narrativa peruana hasta principios de los ochenta.
Y en el caso de cuentos…
Yo soy más de novelas que de cuentos. Del Perú me agrada Ribeyro, el primer libro de Reynoso, Los inocentes, que es excelente, una belleza.
¿Te atrae algo más aparte de la literatura?
Me gusta mucho el cine. Recurro a películas de serie B, y modestamente me considero un especialista en cine estadounidense e italiano. Ahora estoy investigando el cine turco, básicamente la versión de La guerra de las galaxias titulada Dunyayi Kurtaran Adam, y que obviamente es considerada desde su estreno, a inicios de los ochenta, como uno de los hitos del cine basura de todos los tiempos, peor que Godzila o King Kong.
Háblanos de tu proyecto actual
Ando escribiendo un poemario, en el cual unas partes girarán en torno a la selección indonesa de fútbol. He cogido a cinco de sus principales cracks, y en los poemas estoy intercalando sus voces con las mías. Este libro también se verá relacionado con Bonnie Consolo, quien es una mujer sin brazos y que hace todo con los pies. Reconozco que este proyecto es sumamente complicado, sin forma del todo definida, cuyos referentes me seducen mucho para plantearlos como poesía. Está una selección siempre perdedora, que nunca le ha ganado a nadie, y que representa la frustración; el caso de Bonnie Consolo simboliza la esperanza. Trataré de armonizar esto.
Finalmente ¿qué pueden esperar tus lectores de ti?
Creo que nada. Lo que sí quiero dejar en claro es que todo libro que yo tengo es un proyecto conceptual, es un trabajo que va más allá de la poesía. La poesía es experimentar, es buscar nuevas perspectivas, y eso es lo que realmente el lector debe esperar, no solo de mí, sino de cualquier poeta.

(*) Francisco Izquierdo Quea (Lima, 1980). Bachiller en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional de San Marcos. Coeditor de la Revista Virtual de Literatura El Hablador (www.elhablador.com)

No me gustan los libros de autoayuda




No me gustan los libros de autoayuda, porque, como diría un aforismo de Joaquín Sabina: "Excepto los de autoayuda, todos los libros son de autoayuda"
No me gustan los libros de autoayuda porque hacen pasar todo logro o éxito personal por el éxito económico. O sea, si no lograste tener tu empresa y una buena cuenta bancaria, simplemente, fracasaste.
A veces prefiero los finales de algunas películas de Cantinflas, en dónde, a pesar de seguir siendo pobre, es feliz con lo que tiene.
Y, bueno, por último, si los libros de autoayuda han salvado a miles de personas del manicomio, bienvenidos.

Resfriado...



Resfriado, muy resfriado. Espero asistir al Patio Azul... Seguiremos informando. Cof. CoF. COF

Festival de Poesía del Patio Azul, Cajamarca



PROGRAMA

Jueves 25
9:00 a.m.

VI Festival de Poesía “El Patio Azul”Recitales en Instituciones Educativas
Participan: poetas cajamarquinos

7:00 p.m.
Inauguración del VI Festival de Poesía el “Patio Azul” .Presentación del libro “Fiestas Populares” de Marcela Olivas Weston
Lugar: Iglesia de Belén
Organiza: INC – Cajamarca, Antares, artes y letras, Yanacocha y Universidad Alas Peruanas

Viernes 26
9:00 a.m.

VI Festival de Poesía “El Patio Azul”Recitales en Instituciones Educativas
Participan: poetas cajamarquinos

6:00 p.m.
RecitalesLugar: Iglesia de BelénOrganiza: INC – Cajamarca, Antares, artes y letras y Universidad Alas Peruanas

Sábado 27
7:30 p.m.

Recitales del VI Festival de Poesía“El Patio Azul”Lugar: Iglesia de Belén
Organiza: INC – Cajamarca, Antares, artes y letras y Universidad Alas Peruanas

Domingo 28
9:00 am.

Clausura del VI Festival de Poesía “El Patio Azul”Lugar: Colina Santa Apolonia
Recital de todos los poetas participantesOrganiza: INC – Cajamarca, Antares, artes y letras y Universidad Alas Peruanas

10:00 a.m.
Festival de Danzas “Todas las Culturas”Lugar: Patio del Conjunto Monumental de Belén

No hubo lugar para los agnósticos en el Censo 2007



En el Censo, como se habrán dado cuenta, no hubo lugar para los agnósticos, ni para la diferencia religiosa. Si alguien respondía: Católica (religión); le decían: ¿O sea, evangélica?.
Mucho menos existió la opción: AGNÓSTICO, sino, OTROS; metiendo a todos en un mismo costal. Creo que sí es necesario e importante medir el pulso de creencia y fe de un país (o de la falta de este) para saber por dónde va su esperanza de futuro. Los agnósticos no son malos, en serio.

César Hildebrandt, sobre Mario Vargas Llosa


Vargas Llosa vuelve a la política
César Hildebrandt

Cada día más reaccionario. Cada día más intolerante. Cada día más envanecido.

Va a México –acaba de ir– y aplaude el robo electoral del PAN de Calderón y Fox –investigado este último en el Congreso por presuntos y extensos latrocinios de la hacienda pública– y dice que hubiera sido un desastre que Manuel López Obrador hubiese ganado las elecciones que en efecto ganó pero que le robaron con el INFE en la mano y los Estados Unidos en la chequera.

¿Y quién es él para decir tamaña barbaridad y para tratar de satanizar a más de la mitad de los mexicanos en edad electoral?

Es el señor Mario Vargas Llosa, gran novelista y dizque liberal (aunque condena todas las opciones que no sean la suya).

Y la suya, crecientemente, es la de la derecha hirsuta y peluda, la de su amigo José María Aznar –camarero de Bush–, la de su aconsejado crónico Álvaro Uribe, la de su alabado Felipe Calderón –el jefe de la mafia del PAN, sustituto de la mafia del PRI, ándale vamos–.

Vargas Llosa cree que hay que elegir entre lo que él representa y lo que Fidel Castro encarna. Si esas fuesen las únicas opciones habría, en efecto, que suicidarse. Pero se trata de un dilema inventado por este caballero andante del conservadurismo latinoamericano. Entre esos extremos está el Estado tuitivo, la compasión social, el centro redistribuidor, el empresariado consciente de su responsabilidad, la nueva cartilla del ambientalismo y un vasto etcétera de complejidades nuevas, que a quien convierten en anacrónico es al pobre y patético señor Mario Vargas Llosa (cuyo talento literario no está aquí puesto en duda, desde luego), perseguidor de todos los doctorados honoris causa que le llegan a ofrecer y odiador reciente de Jean Paul Sartre, el hombre que rechazó el premio Nobel de literatura, ese que desespera al odiador.

Como ha descubierto el crítico peruano Camilo Fernández Cozman, el paradigma de Vargas Llosa se basa en la exclusión del otro: “Tienes que ser liberal y occidental; de lo contrario, estás en el ámbito de una cultura inferior…”

En efecto, Vargas Llosa ha descubierto, a la edad en la que los más lúcidos descubren el escepticismo, que hay que rechazar casi rabiosamente el multiculturalismo: “El multiculturalismo parte de un supuesto falso, que hay que rechazar sin equívocos: que todas las culturas, por el simple hecho de existir, son equivalentes y respetables…”

Vargas Llosa cree que ese fundamentalismo euro y egocéntrico es un aporte novedoso al debate intelectual. Lo que no sabe es que así más o menos pensaba, en 1550, el doctor y eclesiástico Juan Ginés de Sepúlveda, valido de Carlos I y doctrinero de la superioridad de la cultura española:

“(los indios) son inferiores a los españoles como los niños son a los adultos, las mujeres a los hombres, los fieros y crueles a los elementísimos…y en fin casi diría como los simios a los hombres…Bien podemos creer que Dios ha dado clarísimos indicios para el exterminio de estos bárbaros y no faltan doctísimos teólogos que traen a comparación a los idólatras Cananeos y Amorreos, exterminados por el pueblo de Israel…La guerra justa es causa de justa esclavitud”.

Si Vargas Llosa supiese más de lo que sabe sobre la historia de lo maniqueo y la cultura de la simplificación imperialista, matizaría, aunque fuese sólo por vergüenza, sus bulas neoconservadoras disfrazadas de liberales.

Porque detrás de los reclamos en contra del populismo están los intereses concretos de los enormes intereses corporativos, a los que Vargas Llosa sirve con la misma firmeza con la que en los años 60 sirvió al estalinismo en construcción de la revolución usurpada por Fidel Castro y la gendarmería de Blas Roca.

Esos fueron los años en que Vargas Llosa pareció vengarse de su padre, el representante de la United Press International en la Lima de los 40, un señor violento y de cierta escasez intelectual cuyo derechismo de mantel de hule y lugares comunes hizo de Mario un precoz comunista en la universidad de San Marcos, de Lima.

Ahora, muchas abdicaciones después, reconciliado con las ideas de su padre, Vargas Llosa ha empezado a escribir con la simpleza de su hijo Álvaro, un señorito que recibió dinero de la pútrida fundación cubana de Jorge Mas Canosa para escribir una biografía apologética del hombre que algo tuvo que ver con el terrorismo que derribó un avión cubano en 1976. Un señorito que, al igual que su padre, llama idiotas a quienes no son sus seguidores y sensatos a todos los Alan García conversos que en el mundo han sido.

Ante el silencio hipnotizado de la izquierda española –si es que tal entidad existe–, Vargas Llosa regresa hoy a la política sin haber aprendido nada desde su derrota ante Fujimori. Claro, ahora sus apetitos son más modestos. Asociado con la ex socialista Rosa Díez y con el filósofo Fernando Savater, Vargas Llosa ha fundado el Partido Unión, Progreso y Democracia (UPD) –una firma ideológica que se propone de ámbito nacional y, por supuesto, “de principios liberales”–. No hay que ser perspicaz para entender qué es lo que busca este infatigable Vargas Llosa más que septuagenario: quitarle al PSOE los puntitos centristas que pueden hacerle falta para derrotar de nuevo al partido de Aznar, el partido de los verdaderos amores del novelista.

Entre la obra y los hombres no suele haber mucha correspondencia. De espíritus nobles han salido obras mediocres y de la canalla de la inteligentzia ha brotado, muchas veces, la genialidad. La genialidad novelística de algunas de las primeras novelas de Vargas Llosa es algo que poco se puede debatir. La pena es que ahora Mario no estaría muy lejos de los amigos de Cayo Mierda.

Canción de la Tierra, de Michael Jackson

Un pedido por la tierra. Un día para la apertura. Una instante en que todos seamos UNO.
El video es de cuando Michael Jackson aún era músico. Bueno, al margen de que nos caiga bien o no el artista, el video es extraordinario.

BETO ORTIZ, y su artículo - poesía


Reproduzco en su totalida el artículo-poesía de Beto Ortiz, aparecido el domingo 21 de octubre, en su columna Pandemonio, en Perú 21:

Extraño
No me aumentaron el sueldo por tu ausencia
Sin embargo
La lata de Nescafé me dura el doble
El triple las hojas de afeitar
Antonio Cisneros

Te extraño cuando se queman los focos. Extraño los monosílabos con que me cuentas las partes de tu vida que prefieres no contar. Extraño el sonido de la tele prendida en la habitación contigua mientras escribo. Extraño el sonido de las teclas en la habitación contigua mientras veo la tele. Extraño tus envidiables siestas de pelejo. Extraño que madrugues mientras yo hiberno. Extraño que te vayas a dormir sin razón al sofá. Extraño encontrarte despierto cuando regreso a medianoche del trabajo. Extraño encontrarte dormido con la tele encendida en mi canal. Extraño que seas mi testaferro para evitar que nos lo siga choreando todo la Sunat. Te extraño especialmente en la cocina donde ahora el lavadero está siempre repleto y la refri, llena de fósiles o vacía. Extraño que arranques un geranio y me lo regales luego de que alguien me ha insultado al vuelo desde un auto. Extraño que deslices un café cortado con tres de Equal sobre la mesita de noche cada vez que me ves llegar de mal humor. Extraño que me enseñes las complejas diferencias entre jabalíes y majaces, entre taperiba y copoazú, entre coatíes, choznas y achunis, entre tucunaré y akarawazú, entre chullachaqui brujo y yacuruna. Extraño que me guardes el asiento en el cine mientras yo compro la canchita. Extraño matricularte en montones de cursos y carreras que no necesariamente quieres estudiar. Extraño el incienso de patchouli en la lista de artículos de primera necesidad. Extraño que le eches hojas de laurel al arroz blanco. Extraño que me imites (sin éxito) cuando cocinas. Extraño cocinar porque no hay nada más idiota en esta vida que cocinar solo para uno.


Te extraño en jugos naturales, te extraño en pescados y mariscos, pero te extraño sobre todo en la sección frutas del supermercado. Te extraño en la caja registradora porque la tarjeta Bonus también está a tu nombre y nunca entendí cómo funciona. Extraño tu ropa completamente entreverada con la mía en los cajones. Extraño tu ropa completamente entreverada con las sábanas. Extraño que te metas al sobre reptando amenazadoramente por debajo del edredón como una maldita boa. Te extraño cuando siento el más remoto olor a maracuyá. Te extraño al momento de empacar la ropa para el gimnasio. Te extraño en la máquina de correr. Te extraño cuando veo que el pezzi duri de morochas no se acaba. Te extraño a la hora de hacer dieta. Te extraño a la hora de engordar. Extraño que te asustes tanto de comprobar que ya casi te quedan bien mis pantalones. Extraño disfrazarme de ti para parecer más joven. Extraño disfrazarte de mí para un compromiso muy formal. Extraño oírte renegar cada vez que nos vuelve a tocar otra babosa película intelectual. Extraño que te burles de mí -tres veces al día- cuando reniego. Extraño ponerme en televisión tus medias verdes de futbolista africano. Extraño abrir cualquier cajón y encontrar marshmellows por todas partes. Extraño abrir cualquier archivo y encontrar calatas abiertas como sapos. Extraño hacerte encargos cuando viajas a sacarme la vuelta con tu novia de lo más feliz y sin ningún remordimiento porque yo no soy celoso. Extraño no tener a quién sacarle la vuelta de lo más feliz y sin ningún remordimiento porque tú tampoco eres celoso. Extraño tus notas pegadas con scotch en las paredes, sobre todo aquellas que dicen "¡Quiero el divorcio!" cuando me quedo jato con la puerta del cuarto asegurada y no hay Cristo capaz de despertarme. Extraño tus malísimos masajes que empeoran siempre mi dolor de espalda. Extraño que seas el primero en reírte de estas cojudeces que escribo los sábados por la tarde mientras tú te aburres esperándome para salir. Extraño tu euforia shipiba las raras veces en que en Lima sale el sol. Extraño que le saques foto a absolutamente cualquier cosa con tu difícil juguetito digital. Extraño tropezarme en la almohada con tu fantástico pelo de superhéroe japonés. Extraño ver canales de deportes y de animales salvajes. Extraño que seas tú el que pare el taxi porque a mí siempre me van a cobrar doble. Extraño que me digas vaquito aunque no entiendo por qué vaquito y no torito. Te extraño cuando se cuelga la computadora.


Te extraño cuando alguien hace sonar un palo de lluvia. Te extraño cuando alguien toca música do Brasil. Te extraño cuando dejo olvidadas las llaves, el celular, los documentos, la cabeza. Extraño cuando te vas a clases sin cuadernos y cuando vuelves sin pan de comprar pan. Te extraño cuando cortan la luz y el internet porque no tengo idea de cómo se pagan. Extraño que la gente confunda nuestras voces al teléfono. Te extraño cuando el vendedor de telecable llama y pregunta por el dueño de casa y que si no soy yo pues con quién tiene el gusto entonces y qué vengo a ser yo del titular de la cuenta y yo decido que mejor no se lo explico. Extraño polemizar contigo cada vez que vuelves a ponerte ese imperdonable polito Topy Top. Extraño las faltas de ortografía de tus preciosos mensajes de texto. Extraño ponerte todavía más nervioso cuando te doy las peores clases de manejo del planeta. Extraño tu brazo izquierdo y el bonito tatuaje tribal que te escogí y por cuya causa no te permiten donar sangre ni ingresar a la Marina. Extraño escucharte decirle "torrejita" al wantán frito. Extraño mi gorrita de Telemundo con la que últimamente sales tan guapo en las fotos. Te extraño cuando viajo porque ya no tengo con quién embarcarme ni de quién despedirme ni a quién traerle nada cuando vuelvo. Te extraño cuando hay que sacar a pasear a los perros pero más te extraño cuando se me escapan porque para mí no hay forma de correr tan rápido como ellos. Te extraño cuando no se me terminan nunca los cigarros. Te extraño cuando se le termina la tinta a la impresora. Pero si hay un momento en que te extraño más que nunca es cuando me despierto y caigo en la cuenta que otra vez volví a dormir con un extraño.

Sixto Paz, en Cajamarca - PERÚ



Mientras camino por la calle, me choco con unos afiches que anuncian la presencia de uno de los ufólogos más reconocidos del mundo, el peruano Sixto Paz. Quien estará dando una conferencia este lunes 22 de octubre en un instituto pedagógico de Cajamarca - PERÚ.

Sobre Sixto Paz hemos escuchado, visto y leído mucho. No sé si es posible creer todo lo que dice, pero, como lo diría César Hildebrandt en una entrevista que le hizo al ufólogo: da ganas de creerle.

Sixto, nos da, en los siguientes videos, un resumen del "Plan cósmico", en el que está comprendido, supuestamente, el pasado, presente y futuro de nuestro planeta.

Si este plan es cierto, y se daría tal como nos lo cuenta Sixto, nos esperan años de apertura, y de desconocida y catastrófica confrontación.

Por mi parte prefiero esperar a Björk, la ultra-terrestre islandesa más hermosa de todas.

¿Alguien sabe cuánto están las entradas para ver a Björk?

PLAN CÓSMICO, por Sixto Paz
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"No surprises" y "Karma Police", de Radiohead, recuerdazo

Los noventa nos dejaron cosas fascinantes en música, contrariamente con lo que muchos piensas. Sabemos que hay gente que vive del "recuerdo" de los ochenta, de los setenta, etc; pero pocos se descrubren fanáticos de los noventa. La mayoría cataloga a esta última década como la generación "X", incluso, en la música. Yo creo que los noventa nos abrieron un mundo musical de incontenible solidez, y progresismo (sobre todo por el lado británico), sino, allí mismo tienen a la genial banda Radiohead.

De ellos, a continuación, un par de muestras clásicas, "No Surprise" y "Karama Police"



BJÖRK, el 13 de noviembre en Perú


La pregunta: ¿cantará con Susana Baca?
Reproduzco el post vía Curioso Blog:

Björk, islandesa, es considerada una
de las mejores cantantes de los últimos años, no sólo por su forma de cantar y
combinar sonidos, ruidos y componer, sino por su forma de ser y
expresarse..Inicialmente fue vocalista del grupo The Sugarcubes, para después
emprender una carrera en solitario.
Ver más
aquí...
Particularmente, incrédula no
soy, pero ya en ocasiones anteriores ha sucedido que a última hora no han podido
venir...

Pero escuchar que Björk nos visita
para promocionar su último disco Volta? no, no lo creo, allí sí que no capturo
la idea... el concierto se realizará en Lima, en el Vértice del Museo de la
Nación, y podrán ver la noche del 13 de noviembre unas cuatro mil personas...en
fin, en otros sitios será agregando un cero a la derecha allí sí creo...pero,
entonces no pierdan tiempo y a comprar las entradas con tiempo y
suerte...Gracias

TIENES, de Carlos Vandera

Un saludazo a mi amigo Vandera, hasta Argentina. Vandera, a parte de seguir trabajando junto a Fito Páez, ya alista nuevo material:“ Cosas perdidas en viajes”. Acá un recuerdo del trabajo anterior:

Estreno, SI ES AMOR, videoclip de Fito Páez

Gracias al blog, Ciudad Fito Páez, nos enteramos del estreno del videoclip de "SI ES AMOR", del disco "RODOLFO" de Fito Páez. Aquí lo tienen:

13, de Fito Páez

¿Recuerdan este tema? Es una canción escondida que podrán hallar en el disco "REY SOL". El video es un collage muy divertido hecho por un fan.

Video en vivo de "Si es AMOR" de Fito

Esta fue la presentación del más reciente disco "RODOLFO" de Fito Páez, a propósito de los 15 años de Much Music Argentina. El tema en vivo:

"Al otro lado del Río"...de Diarios de Motocicleta

Walter Salles encargo a Jorge Drexler una canción para Diarios de Motocicleta. Le envío el guión, y, durante la madrugada, Drexler, compuso y grabó la idea; se la mostró a Salles, este quedó maravillado. Luego la canción ganó el Oscar, aun a pesar de la interpretación de Banderas y Santana. Recordar.

Poesía propia, una muestra

Pueden leer algo de mi humilde e inicial poesía aquí, a través de la revista brasileña virtual, ZUNÁI: http://www.revistazunai.com.br/poemas/index.htm

Luis Hernández, por Beto Ortiz

Uno de los más logrados textos de Beto Ortiz.
Reproduzco a continuación parte del artículo que podrán encontrar completo aquí:

No se culpe a nadie de mi sueño
Luis Hernández se convirtió, años después de morir, en un fenómeno de la poesía peruana. A continuación, una crónica acerca de su vida y de su muerte.

Hoy se cumplen treinta años del suicidio del poeta peruano Luis Hernández Camarero (1941-1977), un escritor del que nunca nos enseñaron nada en el colegio, pero del que ahora, de repente, todos hablan. Se lo disputan cual si se tratase de un trofeo. Todos lo conocieron, todos fueron sus amigos, todos juran tener en casa un cuaderno suyo, todos poseen la historia verídica de lo que pasó con su vida y con su muerte. Pero Lucho, como siempre, les pertenece -hoy más que nunca- a los jóvenes, a ese creciente ejército de nuevos lectores que -con toda justicia- lo veneran. A esa esperanza de la patria en una patria sin esperanzas. A los jóvenes y a nadie más.
Nervio del Serrato. Nervio del Deltoides. Nervio del Angular. Yo soy quien sospecha, solitario en las noches, que alguien lo ama. Serrato. Deltoides. Angular. Son los nervios de la espalda. A Lucho Hernández le dolía muchísimo la espalda. Y, como era médico, no había necesitado de nadie para acertar con el diagnóstico preciso: cáncer. Un feroz, invencible cangrejo prendido de su columna vertebral. Soy Billy The Kid, ladrón de bancos -decía- y, como voy herido por la espalda, sé dónde voy. Luis era médico porque había jurado no tolerar jamás ante sí el sufrimiento. Y poeta exactamente por el mismo motivo. Con plumones Faber Castell (estuche de 20) escribía, en cuadernos Minerva de espiral, poemas simples y perfectos. Para no publicar. Para dejar regados por cualquier parte. Para hacer hora. Para no sufrir.
Pero sufría. Ese dolor brutal en la espalda lo estaba matando. Y para calmarlo se automedicaba: 25 ampolletas de Sosegón, un poderoso sedante. 25 al día por vía intravenosa. Dosis desmesurada, como su dolor. Nadie hubiera sido capaz de resistirla. Pero él lo hacía. Y para tratar de pensar en otra cosa se ponía a hacer 60 planchas con palmada. Excelentes para los bíceps y los pectorales. 60 planchas voladoras sobre las heladas losetas. Y, mientras tanto, no muy lejos de allí, en la sobria elegancia de su consultorio, el destacado psicoanalista Max Hernández atendía a una de sus habituales pacientes: Betty Adler, 32 años, una mujer guapísima y divorciada que, de repente, lo estaba sorprendiendo con la siguiente pregunta:
- Dime, Max, ¿Luis Hernández es algo tuyo?
Claro que lo era. Era su hermano menor, el dolor de cabeza de sus padres, la oveja negra de la familia. Se quedó atónito. ¿Dónde había oído Betty hablar de él? Había encontrado unos poemas suyos publicados en el periódico: Habiendo robado lluvia de tu jardín/ y tocado tu cuerpo/ me duermo/ No se culpe a nadie de mi sueño. La paciente Adler estaba completamente deslumbrada. Tenía que conocerlo.

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La puerta blanca de la habitación número tal del piso tal de la afamada clínica San Borja se abrió y Lucho Hernández, 35 años, apareció con sus enormes patillas de Lord Byron, sudoroso, con el blanco saco del pijama abierto mostrando, con inocultable vanidad, el orgulloso producto de las planchas voladoras. Era el verano de 1976 y, una vez más, la paciente Adler, completamente deslumbrada estaba.
- Hola... -dijo él, preparando su sonrisa.
- Hola -dijo ella. Soy Betty. Tu hermano Max me pidió que te trajera este libro.
Se computaron en el acto. Ahora ella no logra acordarse del título de aquel libro de poesía portuguesa que tan bien le sirviera como pretexto aquella vez. De lo que sí se acuerda, como si fuera ayer, es de que Lucho había sido llevado allí para un tratamiento de cura de sueño. Porque todo el mundo quería curarlo, pero nadie sabía muy bien de qué. Esa tarde se quedaron muriéndose de la risa sin parar hasta que terminó la hora de visita. Era como si ambos hubieran encontrado, en otro rostro, en otro cuerpo, al mismo ser al que habían venido amando desde hacía muchas vidas atrás. No soñaban, las cosas soñaban a su paso. Lo mejor que me sucedió fue haberte conocido -escribiría Lucho en ese entonces-, conocerte fue lo único que me sucedió.

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Malagua de fresa. Malagua de cherri. Malagua de limón. Una vez en la playa, Gran Jefe Un Lado del Cielo, es decir, Mowgli, es decir, Shelley Álvarez, es decir, el Inspector, es decir, el Capitán Dexter, es decir, Luis Hernández se aplicaba una andanada de helados Glacial, gaseosas multicolores, pan con pollo, hartos mixtos y no pocos bates. Luego de lo cual ingresaba bandereándose con su caminada de macetita de barrio al mar furibundo a correr 'estonazo' centenares de olas sin tabla, estilo pechito. Y a nadar estilo kroll hasta lontananza, ida y vuelta, sin parar. Acto seguido, cubierto por la blanca suavidad de una toalla blanca, escarchado de arena brillante, dedicábase a la contemplación, a los acordes de Balakireff o de Rimsky Korsakoff o de cualquier otro ruso que hubiere a la mano.
Azul y blanco, colores primarios. Agua y cielo. Como una exhalación, un muchacho vestido de agua y cielo viene corriendo por entre los amarillos heladeros del malecón. Es Apolo. En una palabra, eres Apolo y eso nadie te lo quita. Gran Jefe Un Lado del Cielo computa a una velocidad de 700 verstas por segundo. Se pinta las guerreras líneas con helado Buen Humor. Allí viene. "Es lo bueno de hacer 60 planchas al día" -dice para sus adentros. Betty regresa de comprar cigarros y él le relata, entusiasta, lo acontecido:
"Betty, Betty, acabo de ver un marinerito... ¿qué dices?, ¿me voy con él?". Betty se ríe: "No, Lucho, quédate conmigo". "Ya, bueno, me quedo contigo". Soy un hombre herido por la espalda. Y voy hacia tu cercano corazón. Delta down, delta down. What's that flower you have on?

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Cuatro meses después de haber conocido a Betty, Luis se curó. Los dolores de espalda desaparecieron como por encanto. Ella lo había estado inyectando puntualmente, todas las veces que él, como médico, así lo indicaba. Pero le había jugado una trampita. En lugar del Sosegón, le inyectaba un placebo, es decir, un engaña-muchachos: agua destilada. Cantidades industriales de agua destilada. «¡Ahhh...!, ¡qué bien me siento!» -exclamaba él, vuelto a la vida. Ella siempre lo supo. Lo supo desde la primera vez que lo vio. Luis no estaba enfermo. No tenía ningún cáncer. Lo que sentía en la espalda no era un dolor físico. Era un dolor de espíritu que ningún analgésico le iba a aliviar. Lo insufrible era el egoísmo. Y su hijito, el dolor. Porque todos querían que Lucho fuera igual que todos. Porque todo el mundo quería curarlo y nadie sabía muy bien de qué. Cuando se enteró de que lo habían hecho cholito, montó en cólera. "Fue la única vez que nos peleamos" -recuerda Betty. Pero pronto comprendió que todo había sido en nombre de un sueño: la coherencia. La soñada coherencia. Solo la emoción perdura. Solo la armonía quiebra. Fueron días suaves y dulces como algodón de feria. Fueron los días en que el tiempo fue más fácil.

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No he conocido jamás un adicto a la marihuana. Porque no existe la adicción a la marihuana. Pero sí clínicas donde se trata la adicción a la marihuana. Ante notorio desconcierto de enfermeras, una densa columna de humo apache se elevaba hacia el cielo desde cualquier cuarto de cualquier clínica donde Lucho recibía la visita puntual de sus patitas de la calle 6 de agosto, Jesús María. No hay nada qué hacer, estimado coleguita -le dijo un connotado médico a otro médico connotado. Y otro médico connotado contestó que había una excelente clínica en Argentina que estaba en toda moda entre los analistas. Que habían impuesto la técnica del psicoanálisis con internamiento y que era una buena idea experimentar. Experimentar. Luis Hernández se había paseado por los consultorios de media docena de psiquiatras y psicoanalistas. Pero era demasiado brillante y todas las terapias se estrellaban con su endemoniada inteligencia. Decidieron entonces enviarlo a la clínica García Badaraco, en Buenos Aires. El psicoanálisis estaba a punto de experimentar el más atroz de sus fracasos.
Hoy el agüita salada no es de la mar/es de tanto sufrir/es de tanto llorar -escribió Betty, el 9 de marzo de 1977, el día en que, contra todas sus lágrimas, Lucho partió a Buenos Aires a internarse en la condenada clínica. La nostalgia pronto empezó a hacer estragos en sus corazones. Y Betty, con los labios ámbar de la pena, organizó un remate con parrillada bailable y lo vendió todo para embarcarse hacia el sur el mes de julio, apenas tres meses después de haberse despedido. En Buenos Aires, resucita la alegría. Largos paseos por el bosque de Palermo, cafés con crema en los cafetines del barrio de San Telmo, caminatas por la calle Florida, confundidos en medio de aquel exceso de belleza. Pero, a fines de agosto, agotada la plata, Betty no tuvo más remedio que volver.
Pero contigo vi los árboles, casas, bodegas y la pista, como tras una lluviecita. Yo te amo. Chau, pues.
www El 4 de octubre de 1977, entre las pertenencias de Luis Hernández halladas por la policía argentina en la habitación que ocupara en la Clínica García Badaraco, se encontró una carta que, con letra inconfundible, dice:
Adiós, Betty. Me hubiera gustado tanto que fueras feliz. Pero mi felicidad está fuera de toda esperanza. Hoy me voy a matar. Perdóname. Luis.
Antes de lanzarse a las vías del tren en la estación de Santos Lugares a los 36 años, Lucho Hernández, el mismo médico que persuadía a sus pacientes terminales de que valía la pena seguir, el mismo músico ensoñado que podía navegar noches íntegras a bordo de un gran piano, el mismo niño irrepetiblemente tierno, lúcido, sencillo y solitario le pedía al amor, al único amor, mil disculpas por lo abrupto de su ausencia. Dicen que soy un soñador que sueña/ y otros dicen de mí/ Adiós/ me voy a otro lugar/ Y si la tristeza me alcanza/ Y si la tristeza me alcanza/ me cubriré con el agua de la mar/ Y no he más de morir/ Y no he más.

Fantasma del Sur, un cuento de Alan Luna



FANTASMA del SUR
Un cuento de Alan Luna

Es decadente, fino, de sangre noble, un caballero desperdiciado entre los guanos redentores del tercer mundo. No tiene causa, afortunadamente. No posee edad, ni inquisiciones, ni evangelios. Don Sebastián es un excéntrico ex-periodista. Él sintió el olor aceitoso de las monstruosas imprentas de principios de siglo; y, ahora, trabaja con computadoras del tamaño de un maletín. No encontró mejor película que The Citizen Kane, ni mejor bebida que el vodka de contrabando. Sus paseos eran memorables: vestido con sacón largo, corbata azul y bastón, no pasaba desapercibido entre la gente. Muchos lo consideraban un huachafo. Pero él sentía que su señorío recobraba vigencia cada vez que pisaba las calles de los barrios más pobres.
Fue director de un diario; y luego, noticia a color, cuando se descubrió que tenía tres amantes. Fue la encarnación del líder que buscaban las jóvenes voces de la literatura Hispanoamérica; luego, un ebrio con mucho tiempo y dinero perdidos. Se corrompió en cada círculo vicioso posible. Amasó una fortuna de miedos y respetos. Fue chofer, pintor, taxista, pescador, cineasta y fotógrafo. Su ley fue pesar más que sus amigos y menos que sus enemigos. Le gustaba caminar por el sur de la ciudad, aunque en realidad haya sido por el noroeste. La ecuación era simple: norte arriba, sur abajo; la indicación: esperar las lluvias y seguir la dirección del agua.Cuando no está a la intemperie se refugia en su madriguera, una hermosa casa ubicada en las afueras de la ciudad, entre pinos y lecheras artesanales. Su sala tiene un aire, un nosequé fantasmal, con paredes derechas que, a la luz de los humos de su pipa, parecen deformarse junto a los cuadros originales y floreros incaicos. Tiene un gusto especial por los poetas malditos y los vehículos último modelo. En su estante, además de libros, se hallan revistas de las mejores carrocerías del mundo, un timón enorme, un parachoques que cuelga y un reloj suizo de péndulo. Ama las pipas. Tiene casi cuarenta sobre su escritorio. Colecciona, también, textos aburridos que coloca bajo macetas. Los empleados se encargan del orden necesario.
Don Sebastián es como un vampiro de cien años que se ha rehecho de sus cenizas vencidas, una y otra vez. Ahora prefiere apostar al box a ser invitado los viernes por la noche a inaugurar eventos culturales. Sebastián tuvo manos de campesino, de arrocero profesional, de estibador, de escultor prolijo. Y nadie le enseñó nada. Él se hizo solo. A veces eso le causa cierto remordimiento. Un rencor por haber sido dejado de lado, o por haber sido querido en exceso cuando deseaba que lo empujaran a la vida. Nunca conoció a sus padres. Se jactaba de ser más hombre que cualquiera. Bebía una botella de cañazo de un solo trago, luego escupía en las hogueras que se hacían para espantar mosquitos, creando un fuego grande que sabía a tierra y saliva: los insectos caían muertos al instante. Nunca quiso ser escritor porque no quiso ser estúpido. Tuvo una gran hacienda y trajo al pueblo el primer televisor a colores.
Las autoridades rendían culto a su inteligencia. Pero un día fue tocado por el olvido, y cubierto por pistas, tecnología, y los anuncios. Partió a Europa y terminó en África haciendo obras humanitarias. Regresó a su país esperando un recibimiento a la altura de las circunstancias. No encontró a nadie; la nación no se percató de su llegada. Los políticos no lo tomaron en serio.
Construyó, entonces, una máquina que procesaba azúcar, algodón, y cebada al mismo tiempo, máquina que vendió a unos extraños empresarios chinos. Estuvo en Latinoamérica sin gloria, pero con fe en sus paseos diarios. Caminaba por las escalinatas empedradas con valses de Chabuca y pensiones con aroma a tango, con la fascinación de un niño que nunca existió, ni jugó a nada; porque Sebastián no fue nada, sólo un viento que corría de abajo hacia arriba. Don Sebastián fue siempre un punto cardinal, un invento, el fantasma del Sur.