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César Hildebrandt: "Carta a Martin Rivas"



Vía La Primera (Puede leer el artículo completo AQUÍ)

César Hildebrandt:

"Dice usted que lo que le confesó a Jara era un ensayo. Pero se ensaya para decir la verdad, para no perder el hilo del relato, para no dejarse intimidar a la hora de los loros. Así que ese ensayo general –sigo su lógica roedora– era para que usted adquiriera el temple suficiente a la hora que tuviese que dar su testimonio ante la autoridad.

Como será usted de asesino que hasta la putrefacta justicia militar de Fujimori, su jefe, lo condenó por los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta (en ese entonces no se conocía todo su pasado).

Y cómo será usted de cobarde que ahora dice que sólo hacía análisis de inteligencia, que estaba detrás de un escritorio haciendo tareas administrativas que no sabe precisar, que jamás le disparó a nadie. Poco faltó para que le dijeran “San Martincito”, mayor."

"Por qué odio los Oscar", por César Hildebrandt



César Hildebrandt

Mi odio hacia la ceremonia de los Oscar sólo puede compararse con el que siento por los matadores de focas bebés.


Y sí, algo también se mata con los Oscar, algunas cosas sucumben en ese escenario que es el olimpo de la vanidad más grande con el menor respaldo posible. El buen gusto, por ejemplo, resulta varias veces muerto. Y también, por lo general, se mata a la justicia. Para el primero de los crímenes están los comentarios al borde de la alfombra roja y los modelitos que las divas llevan a cuestas. Para lo segundo –el asesinato constante de la justicia– está la elección sistemática de lo banal y lo externo, la consagración previsible de todo aquello que la industria cinematográfica ha decidido construir como nueva mercancía.


Cientos de millones de seres humanos pasteurizados por Hollywood se han pegado anoche al televisor. Muchos más de los que vieron, a esa misma hora, el documental de Nat.Geo sobre el calentamiento global. Y muchos más de los que han visto las películas que se disputaban ese trofeo ridículo ideado por un empleado de la Metro en 1928.


Debo explicarme mejor: mi odio por los Oscar es inversamente proporcional a mi amor por el cine. Porque resulta que lo que a mí me parece premiable no lo es para la mafia de Los Ángeles y lo que es maravilloso para la mafia a mí me parece, casi siempre, un fiasco.


La llamada “Academia etcétera” –un club endogámico donde los actores se premian entre ellos, las actrices se van rotando en el trono de mimbre y el lobby judío ejerce una influencia enorme– jamás premió a Hitchcock o a Kurosawa, a Bergmann o a Fellini, pero podría hacerse un tomo del tamaño de la guía telefónica con la lista de medianías sin remedio que han dicho “gracias, muchas gracias” después de recibir su premio.


No premiaron a Orson Welles por “Ciudadano Kane”, pero le dieron once de esas cosas doradas a “Titanic”, un naufragio de película. Y encima convirtieron en non plus ultra como actriz a Kate Winslet, de quien nadie hablará dentro de cinco años.


Y en un año en el que había que premiar a actores negros porque así lo exigía lo políticamente correcto, entonces le dieron su Oscar a Forest Whitaker, uno de los peores actores que he visto en varias décadas de cinéfilo. Pero, claro, se lo dieron porque hizo el papel de Idi Amín y, en ese caso, la presión del lobby judío –el rescate de Entebbe: negro caníbal versus inteligencia israelí– hizo lo suyo. Como hizo lo suyo a la hora de premiar al insoportable Roberto Benigni por “La vida es bella”, una huachafada insultante para quienes de verdad sufrieron los horrores de los campos de exterminio nazis.


Cómo serán de tramposos y enrevesados estos administradores de honores truchos que hicieron de Cecil B. De Mille, un director de cartón para películas de cartón-piedra y trompetas romanas, poco menos que un genio. Cuando la verdad es que el señor De Mille era un paisajista holístico y un José María Pemán recreando la Biblia para el canal 33.


A “Lo que queda del día” no le dieron ni un Oscar de hojalata, pero le entregaron cuatro a “Cleopatra”, con Elizabeth Taylor haciendo de reina egipcia maquillada por Elsa Maxwell en un ataque de lujuria lésbica. Y a “El hombre elefante”, ni el cobre, pero sí a ese bodrio cecilbedemilesco llamado “El espectáculo más grande del mundo”.


Nunca premiaron a Richard Burton porque les caía gordo que fuera tan borracho, tan talentoso y tan exitoso con sus mujeres (y que, además, recitara con voz de guarapero mundial a ese otro borracho glorioso llamado Dylan Thomas). Y nunca le dieron nada a Alber Finney probablemente por las mismas razones.


No nominaron a Jodie Foster por “Pequeño Tate”,una película brillante, pero sí a Sofía Coppola por “Lost in Translation”, un aborto pentamesino de película.


Y así podríamos seguir. Los Oscar son la farsa más exitosa del mundo. Sólo ciertas Iglesias están por encima. Y la alfombra roja –no lo olviden– está siempre en todas las grandes farsas: bodas, celebraciones de hermandad, inauguraciones de gobiernos.


Posdata: Raúl Castro, de 76 años, es el nuevo Presidente de Cuba. Su primer vicepresidente será José Ramón Machado Ventura, médico de 77 años. Reelegido presidente del parlamento ha resultado Ricardo Alarcón, de 71, el más joven de la más alta jerarquía. El paso a los más jóvenes, anunciado por Fidel, parece estar cumpliéndose

Del Castillo, por César Hildebrandt




Del Castillo y la decencia


Por César Hildebrandt


No aparece en la primera plana de RPP, la voz del fujimorismo desde los tiempos en que Manuel Delgado Parker pisaba modosito las alfombras del SIN, la noticia de las declaraciones de Jorge del Castillo en el juicio fumigatorio que se le sigue al ex candidato al senado japonés Alberto Fujimori, o Alberto Kenya Fujimori, o Alberto Fujimori Fujimori.


Y eso es lógico: a la radio que se prestó a todas las inmundicias de la década pasada no le podía gustar que Jorge del Castillo sacara a la luz pública un documento firmado por el general Nicolás de Bari Hermoza Ríos en el que, bajo su firma, se solicitaba la detención de diversos personajes “por órdenes superiores”. Enfadada por el ataque a su padrino, RPP –con la voz de Miguel Jesús Calderón, el que, metafóricamente, barría el patio del SIN y sacaba el papel higiénico del baño de Matilde Pinchi– convocó de inmediato a un “experto” en ­asuntos judiciales (un tal Julio Rodríguez), quien señaló que Jorge del Castillo se había excedido porque había hablado, con la complacencia de la sala, de “temas que no forman parte de la acusación”.


Cuando el vocal Hugo Príncipe le preguntó al testigo quién era el superior de Hermoza Ríos, es decir quién le había ordenado a Hermoza que mandara a secuestrar ­opositores, Del Castillo contestó vigorosa y valientemente: “el acusado, en tanto que el ­acusado era comandante supremo de las Fuerzas Armadas y Hermoza era presidente del Comando Conjunto”.


El conocido defensor de malhechores (y esta es una de Gene Autry), el tal doctor Nakasaki, trató, luego, de decir que la presencia de un fiscal al quinto día del secuestro “demuestra que se trató de ­una detención ilegal, no de un secuestro”.


Y claro que fue un secuestro. Lo que pasa es que Nakasaki debía de estar defendiendo a otros jefes de banda por ese entonces y no se enteró de la presión internacional que hubo para liberar a los secuestrados la noche del 5 de abril de 1992. Yo estuve a cargo de la cobertura informativa que sobre el Perú hizo el diario ABC, en Madrid, y puedo dar fe de los cables de la OEA, de las demandas de Amnistía Internacional, del escándalo que se armó en la Internacional Socialista y de los pronunciamientos de distintos gobiernos europeos –empezando por el de España–, todo esto dirigido a que Fujimori soltara de inmediato a quienes estaban dados oficialmente como desaparecidos.


De modo que fue un secuestro en forma, con armas en ristre, golpes, empujones, terror, disparos al aire, uso de “nombres de guerra” y pasamontañas, prescindencia de todo ­asomo legal y hasta utilización de autos privados con la placa oculta. Todo en el mejor estilo López Rega y su triple A, que Montesinos admiraba por su eficacia gansteril, y porque, además, padecía de ­una “argentinofilia” crónica, demostrada más tarde con la compra de un departamento en Buenos Aires y con la importación del astrólogo Héctor Faisal, venido de un vertedero xeneise, como se sabe, para enseñar a insultar al gordo Bressani, que era una bestia el pobre.


Fue un secuestro que terminó, recién al quinto día, con médico legista y fiscal porque a Fujimori empezó a temblarle la voz cuando se enteró, por boca de Hernando de Soto, qué pasaba en el exterior y cuántas resistencias había creado la barbaridad cometida (por más que la gran chusma peruana aplaudiera al nuevo capataz palaciego).


Si un ladrón que robó en tu casa te devuelve lo robado al quinto día porque sabe que ya fue identificado, ¿deja de ser ladrón por ese gesto? ¿Será tratado como conato de ladrón por la justicia?


Volviendo a lo de ayer, ¡cómo le ha dolido al fujimorismo la franqueza de Jorge del Castillo a la hora de precisar recuerdos incómodos y apabullantes!


Se sabe que al presidente del Consejo de Ministros le enviaron mensajes conciliatorios, ­unos, y amenazantes, ­otros, en los días precedentes. Los primeros le decían que se portara bien con Fujimori para que el apoyo del hampa parlamentaria fujimorista continuara como hasta ahora –algo que González Posada ­aprecia más de lo que debería–. Los segundos le advertían que si se portaba mal, el fujimorismo movería otro intento de interpelación y censura.


Todo indica que Jorge del Castillo ha preferido la decencia. Es más: todo indica que Jorge del Castillo podría haber desobedecido algunas sugerencias al hacer la faenota que hizo en la sala penal que juzga al reo en cárcel Fujimori Fujimori.


Porque lo testimoniado por Jorge del Castillo, un hombre de memoria privilegiada para detalles difíciles de retener, deberá conducir a la sala que juzga a Fujimori a pensar mucho antes de decidirse por la figura de “detención ilegal” que Nakasaki exige, Raffo pide a gruñidos ­amenazantes, Keiko clama y el propio Fujimori sueña como desenlace benévolo de su odisea penitenciaria.


Aclaremos: detención ilegal es cuando te llevan a una carceleta sin orden judicial o cuando te retienen una noche sin causa en una comisaría. Detención ilegal no puede ser llamado un operativo que utilizó tanquetas, altavoces que conminaban a la rendición en nombre del Comando Conjunto de la Fuerza Armada, forajidos de un grupo de exterminio del Servicio de Inteligencia. Y no puede llamarse detención ilegal a una reclusión de varios días donde nadie te pregunta nada, nadie te acusa de nada y todos se preocupan de que no tengas contacto alguno con el exterior. Y no es una detención ilegal la que te conduce, encapuchado hasta casi la asfixia, insultado y vejado, consciente de que tu vida corre peligro, hasta una instalación militar ¡la misma noche en que un traidor decide hacerse con todos los poderes y burlarse de la Constitución que juró defender! No, señores. Eso es un secuestro. Y es por eso que el testimonio de Jorge del Castillo, sumado al de Gustavo Gorriti, escalofría a los barracones del fujimorismo.


Del Castillo le ha dado una lección moral al país.

César Hildebrandt recomienda tres libros imprescindibles


El periodista, César Hildebrandt, en su último programa en Radio San Borja, nos recomienda tres libros imprescindibles:
1.- "Adios a Mariátegui" de José Ignacio López Soria
2.- "Para leer a Ciro Alegría" de Tomas Escajadillo
3.- "Homo Políticus" de Carmen Mc Evoy

Videos de Hildebrandt en Radio San Borja

Vía VictorGiraoAlatrista, un usuario de youtube (supongo), encuentro estos dos videos fechados el 22 de agosto del 2007, de una entrevista que hace el periodiste César Hildebrandt.
Entonces, debe ser de Radio San Borja.
Sería una buena idea que filmasen las entrevistas y las cuelguen en la red. Periodismo virtual.

1.


2.-

Hildebrandt sobre Alfonso Barrantes

Barrantes, el cajamarquino que puso un vaso de leche, y una visión humana en la capital. A continuación el artículo de Hildebrandt vía LA PRIMERA:


Homenaje a Barrantes

Se prepara un homenaje para Alfonso Barrantes. Será este 5 de diciembre, en la Casona de San Marcos, a las 7 de la noche.
Hace falta Barrantes, cuánta falta. Era el mejor comunicador de la izquierda. Lo han tenido que sustituir quinientas ONG que, todas juntas, no hacen un Barrantes. Porque las ONG no ganan la alcaldía de Lima, no hacen prédica en la tele, no unifican a la izquierda. Las ONG son, al fin y al cabo, las embajadas de la culpa primermundista. Y la plata que reciben sirve para estudiar por qué no avanzamos, cosa que saben de sobra los ricos que envían esa plata.
Pero no sólo a Barrantes se le recuerda con la sensación del vacío no cubierto. Se extraña a Carlos Malpica, el sanguíneo, nervioso y eficaz Google de la izquierda de los 60 y 70. Gracias a Malpica y a su capacidad de síntesis supimos quiénes mandaban en el Perú y cómo era que el crochet del billetón tejía sus tramas.
¿Y dónde está Andrés Townsend, que siempre huía de la aldea y se dirigía al continente y a la integración? No hay un Townsend anfictiónico y culto en la política de hoy. Lo que hay es Aurelio Pastor, el Joseph McCarthy del corso de primavera de Trujillo.
Para no decir que extrañamos a Luis Alberto Sánchez, la Wikipedia hablada del Apra, el ensayista torrentoso que debutó a los 21 años con un magnífico ensayo sobre la poesía en la Colonia y que no cesaría de intervenir en el mundo de la cultura y la política hasta muy poco antes de su muerte. ¿Quién lo ha reemplazado? Nadie. No hay en el Apra ni en ninguna otra bancada alguien que tenga un vago parecido con Sánchez. Se diría que la cultura perdió a sus representantes en la política. Y la política se llenó de zamarros, economistas ultraliberales, impresentables surtidos.
Extrañamos a Manuel Moreyra Loredo, que hablaba de la economía como un sabio porque era un sabio hecho a solas y sin haber estudiado estrictamente economía. Porque la especialidad hizo a la Universidad del Pacífico pero el genio hizo a Moreyra, que nunca separó a la economía de su férreo entorno: el poder del dinero, los grandes intereses imperiales, las peligrosas recetas generalistas. ¡Cómo se hubiera reido Moreyra de la estrechez de miras del ministro Carranza, que tiene cara de candado para los de abajo y de ganzúa para los de arriba! Moreyra era uno de los pocos que les sabía el truco a los gringos y les hablaba de tú –no en el sentido del tuteo subordinado de Toledo sino en el de un verdadero par que no permite el maltrato–. ¿Quién está en el lugar de Moreyra? Lo que hay es una barraca de mayordomos dispuestos a servir a todos los TLC que en el mundo sean.
Mario Polar, ¿dónde diablos se ha metido? Era el conservador que uno hubiese querido tener como adversario, el orador sin faltas que embellecía el noble arte de la discusión. Era una síntesis de Arequipa y lo más decente de la derecha y daba gusto oírlo oponerse a lo que él consideraba el avance desgraciado de ciertas reformas.
Si los jóvenes de hoy supieran de qué calidad de gente estuvo poblada la política peruana verían con más precisión la desgracia actual. ¿Qué es la política peruana hoy, por lo general? La respuesta es sencilla: lo que quedó después de la inmersión del país en el fujimorismo. Fujimori, encarnación del fascismo analfabeto, Mussolini sin discurso, obtuvo al final un triunfo devastador: que el Perú se pareciera a él y a su banda, que su figura siguiera merodeando Palacio con el Toledo del segundo piso (“haremos el segundo piso del fujimorismo”, dijo en su campaña) y el García de la continuidad sacada del sombrero tongo. La única figura que no encajó en todo esto fue la de Paniagua. Por eso el atentado de Lúcar y el odio de la prensa fujimorista a Valentín Paniagua, otro que, gravemente, no está entre nosotros. Otro que extrañamos.

César Hildebrandt sobre Hugo Chávez


"El socialismo raptado por la vulgaridad y el
crimen se llama estalinismo."
... "A mí me resulta grotesco leer que Chávez es socialista."
C.H.

Vía La Primera:

Retoño de patriarca
César Hildebrant

El presidente brasileño Luis Ignacio Lula da Silva ha dicho que la reelección ad infinítum de Hugo Chávez es algo legal y soberano: un asunto, en suma, de venezolanos.
Sí, claro, es un asunto de venezolanos. Pero venezolanos son también los que no quieren a Hugo Chávez y a éstos se les reduce cada día más el espacio para respirar, organizarse y ejercer el derecho de cualquier oposición.
A mí me resulta grotesco leer que Chávez es socialista. ¿Qué socialismo es ese, untado en petróleo regalón, que crea adictos al subsidio y fans con polos rojos en vez de adeptos? ¿Hasta dónde tiene que llegar el culto a la personalidad para que los sectores progresistas de América Latina digan basta? ¿Qué socialismo del siglo XXI es este que quiere socializarlo todo excepto el poder, cada día más concentrado en la humanidad de Hugo Chávez?
Se puede ganar elecciones convirtiendo la Presidencia en un club de madres y dándole a millones de venezolanos 160 dólares por mes como una dádiva personal –dinero sacado del precio del crudo, hoy próximo a los cien dólares por barril–. Se puede ganar elecciones intimidando a gobernadores desafectos –quedan ya sólo dos– y ordenando el despido de los sindicalistas de PDVSA que firmaron los planillones de firmas para el reciente referéndum (más de tres millones de firmas). Pero eso lo hacían también las satrapías africanas, el señor Trujillo –cuyo mejor retrato no está en “La fiesta del Chivo” sino en “Galíndez” de Manuel Vásquez Montalbán– y, sobre todo, el señor Porfirio Díaz en el México petrificado de comienzos del siglo XX (que contra la reelección permanente, precisamente, México se sumergió en la guerra civil).
Ganar elecciones desde el poder abusivo no es socialismo. Socialismo es construir justicia social dentro de un régimen lo más impersonal que sea posible. Salvador Allende fue socialista. Allende murió como un héroe sin parecerse jamás a sus enemigos, que de eso se trata la lucha política al fin y al cabo. Chávez se yergue sobre la fosa común de adecos y copeianos pero usa los mismos métodos de los Pérez y los Caldera –sólo que con más éxito y muy pocos escrúpulos–.
No todo lo que está en contra de los Estados Unidos tiene que ser maravilloso. Los talibanes, por ejemplo. Los B-52 humanos de Al Qaeda, por citar otro. Los jemeres rojos, para abundar. El coronel Gadafi, para aburrir.
Bush es un terrorista global y Estados Unidos un país secuestrado por una mafia de Las Vegas, con Cheeney a la cabeza y la señorita Rice haciendo maromas en el tubo. Pero eso no quiere decir que los venezolanos deban tolerar el patriarcado vitalicio de un caudillo que se cree Bolívar. Y si las izquierdas se callan en idioma original y varias traducciones es porque, como casi siempre, son movimientos de la negación y no de la afirmación, de la contra y no del pro, del anti puro y duro resignado a carecer de cualquier asomo de utopía. Y como a caballo regalado no se le mira el diente y, además, el animal que ha traído el destino viene con alforjas llenas, pues, entonces, a hacer hurras por Chávez –a ver, entre otras cosas, si caen unos cuantos bolívares de las sobras–.
No hay democracia posible sin una clase media mayoritaria. Chávez, según las propias cifras oficiales, ha empujado al aumento de la pobreza y la extrema pobreza: menos clase media que combatir. Esos dos millones de nuevos pobres, producto del cierre de 7,000 empresas y la fuga de capitales, han sido, de inmediato, clientelizados por el chavismo. Y el chavismo los ha fidelizado, en el sentido marquetero del término, llenándolos de caridad gubernativa.
A mí el señor Bush me produce arcadas. Y su servidumbre latinoamericana es de circo de tres pistas. Pero de allí a tragarme el sapo del Chávez profeta y del Chávez anfictiónico, hay una zancada más larga que los guiones de “Aló presidente”.
Chávez, además, no sabe quién fue Bolívar y profana su memoria declarándose heredero de tamaño personaje. Bolívar fue el hombre que, después de las hazañas de Junín y Ayacucho, se dirigió con estas palabras al Congreso del Perú reunido en pleno el 10 de febrero de 1825: “Legisladores: Hoy es el día del Perú, porque hoy no tiene un dictador… Nada me queda que hacer en esta república… Yo soy un extranjero: he venido a auxiliar como guerrero y no a mandar como político…”
Y Bolívar fue el que casi a gritos dijo, en 1814, ante la asamblea popular de Caracas reunida en la iglesia de San Francisco: “Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos. Vosotros me tituláis libertador de la república; yo nunca seré el opresor… Confieso que ansío impacientemente por el momento de renunciar á la autoridad. Entonces espero que me eximiréis de todo, excepto de combatir por vosotros…”
¿Cómo puede un personaje así haberse reencarnado en Hugo Chávez? ¿Qué puede vincular al Bolívar de Montesquieu con el Chávez de Fidel Castro?
El socialismo raptado por la vulgaridad y el crimen se llama estalinismo. Y Chávez marcha raudo hacia la ruta que la estupidez norteamericana demandó a Castro que tomara. Sólo que ahora no hay campo socialista. Y habría que refundarlo todo otra vez.

César Hildebrandt, sobre Mario Vargas Llosa


Vargas Llosa vuelve a la política
César Hildebrandt

Cada día más reaccionario. Cada día más intolerante. Cada día más envanecido.

Va a México –acaba de ir– y aplaude el robo electoral del PAN de Calderón y Fox –investigado este último en el Congreso por presuntos y extensos latrocinios de la hacienda pública– y dice que hubiera sido un desastre que Manuel López Obrador hubiese ganado las elecciones que en efecto ganó pero que le robaron con el INFE en la mano y los Estados Unidos en la chequera.

¿Y quién es él para decir tamaña barbaridad y para tratar de satanizar a más de la mitad de los mexicanos en edad electoral?

Es el señor Mario Vargas Llosa, gran novelista y dizque liberal (aunque condena todas las opciones que no sean la suya).

Y la suya, crecientemente, es la de la derecha hirsuta y peluda, la de su amigo José María Aznar –camarero de Bush–, la de su aconsejado crónico Álvaro Uribe, la de su alabado Felipe Calderón –el jefe de la mafia del PAN, sustituto de la mafia del PRI, ándale vamos–.

Vargas Llosa cree que hay que elegir entre lo que él representa y lo que Fidel Castro encarna. Si esas fuesen las únicas opciones habría, en efecto, que suicidarse. Pero se trata de un dilema inventado por este caballero andante del conservadurismo latinoamericano. Entre esos extremos está el Estado tuitivo, la compasión social, el centro redistribuidor, el empresariado consciente de su responsabilidad, la nueva cartilla del ambientalismo y un vasto etcétera de complejidades nuevas, que a quien convierten en anacrónico es al pobre y patético señor Mario Vargas Llosa (cuyo talento literario no está aquí puesto en duda, desde luego), perseguidor de todos los doctorados honoris causa que le llegan a ofrecer y odiador reciente de Jean Paul Sartre, el hombre que rechazó el premio Nobel de literatura, ese que desespera al odiador.

Como ha descubierto el crítico peruano Camilo Fernández Cozman, el paradigma de Vargas Llosa se basa en la exclusión del otro: “Tienes que ser liberal y occidental; de lo contrario, estás en el ámbito de una cultura inferior…”

En efecto, Vargas Llosa ha descubierto, a la edad en la que los más lúcidos descubren el escepticismo, que hay que rechazar casi rabiosamente el multiculturalismo: “El multiculturalismo parte de un supuesto falso, que hay que rechazar sin equívocos: que todas las culturas, por el simple hecho de existir, son equivalentes y respetables…”

Vargas Llosa cree que ese fundamentalismo euro y egocéntrico es un aporte novedoso al debate intelectual. Lo que no sabe es que así más o menos pensaba, en 1550, el doctor y eclesiástico Juan Ginés de Sepúlveda, valido de Carlos I y doctrinero de la superioridad de la cultura española:

“(los indios) son inferiores a los españoles como los niños son a los adultos, las mujeres a los hombres, los fieros y crueles a los elementísimos…y en fin casi diría como los simios a los hombres…Bien podemos creer que Dios ha dado clarísimos indicios para el exterminio de estos bárbaros y no faltan doctísimos teólogos que traen a comparación a los idólatras Cananeos y Amorreos, exterminados por el pueblo de Israel…La guerra justa es causa de justa esclavitud”.

Si Vargas Llosa supiese más de lo que sabe sobre la historia de lo maniqueo y la cultura de la simplificación imperialista, matizaría, aunque fuese sólo por vergüenza, sus bulas neoconservadoras disfrazadas de liberales.

Porque detrás de los reclamos en contra del populismo están los intereses concretos de los enormes intereses corporativos, a los que Vargas Llosa sirve con la misma firmeza con la que en los años 60 sirvió al estalinismo en construcción de la revolución usurpada por Fidel Castro y la gendarmería de Blas Roca.

Esos fueron los años en que Vargas Llosa pareció vengarse de su padre, el representante de la United Press International en la Lima de los 40, un señor violento y de cierta escasez intelectual cuyo derechismo de mantel de hule y lugares comunes hizo de Mario un precoz comunista en la universidad de San Marcos, de Lima.

Ahora, muchas abdicaciones después, reconciliado con las ideas de su padre, Vargas Llosa ha empezado a escribir con la simpleza de su hijo Álvaro, un señorito que recibió dinero de la pútrida fundación cubana de Jorge Mas Canosa para escribir una biografía apologética del hombre que algo tuvo que ver con el terrorismo que derribó un avión cubano en 1976. Un señorito que, al igual que su padre, llama idiotas a quienes no son sus seguidores y sensatos a todos los Alan García conversos que en el mundo han sido.

Ante el silencio hipnotizado de la izquierda española –si es que tal entidad existe–, Vargas Llosa regresa hoy a la política sin haber aprendido nada desde su derrota ante Fujimori. Claro, ahora sus apetitos son más modestos. Asociado con la ex socialista Rosa Díez y con el filósofo Fernando Savater, Vargas Llosa ha fundado el Partido Unión, Progreso y Democracia (UPD) –una firma ideológica que se propone de ámbito nacional y, por supuesto, “de principios liberales”–. No hay que ser perspicaz para entender qué es lo que busca este infatigable Vargas Llosa más que septuagenario: quitarle al PSOE los puntitos centristas que pueden hacerle falta para derrotar de nuevo al partido de Aznar, el partido de los verdaderos amores del novelista.

Entre la obra y los hombres no suele haber mucha correspondencia. De espíritus nobles han salido obras mediocres y de la canalla de la inteligentzia ha brotado, muchas veces, la genialidad. La genialidad novelística de algunas de las primeras novelas de Vargas Llosa es algo que poco se puede debatir. La pena es que ahora Mario no estaría muy lejos de los amigos de Cayo Mierda.
Hildebrandt reconoce error




El texto lo pueden hallar en su columna de hoy, en el diario La Primera:

"Posdata: Gracias a Rosa María Palacios pudimos conocer la versión completa de la grabación Genaro Delgado-Alejandro Guerrero. Se trata, sin duda, del año 2005 y el presidente aludido es Alejandro Toledo. Agradezco a Rosa María por lo hecho, por la manera profesional con que presentó su primicia y por su invitación, a través de la columna que escribe en Perú 21, a que los periodistas salgamos de la escena para darle pase a la noticia y a la investigación. Hablo de periodistas, por supuesto. No del sicariato histérico que se ejerce por arribismo. En relación a la grabación, no me cuesta nada decir que me apresuré al deducir que García era el tercero."