Del Castillo, por César Hildebrandt




Del Castillo y la decencia


Por César Hildebrandt


No aparece en la primera plana de RPP, la voz del fujimorismo desde los tiempos en que Manuel Delgado Parker pisaba modosito las alfombras del SIN, la noticia de las declaraciones de Jorge del Castillo en el juicio fumigatorio que se le sigue al ex candidato al senado japonés Alberto Fujimori, o Alberto Kenya Fujimori, o Alberto Fujimori Fujimori.


Y eso es lógico: a la radio que se prestó a todas las inmundicias de la década pasada no le podía gustar que Jorge del Castillo sacara a la luz pública un documento firmado por el general Nicolás de Bari Hermoza Ríos en el que, bajo su firma, se solicitaba la detención de diversos personajes “por órdenes superiores”. Enfadada por el ataque a su padrino, RPP –con la voz de Miguel Jesús Calderón, el que, metafóricamente, barría el patio del SIN y sacaba el papel higiénico del baño de Matilde Pinchi– convocó de inmediato a un “experto” en ­asuntos judiciales (un tal Julio Rodríguez), quien señaló que Jorge del Castillo se había excedido porque había hablado, con la complacencia de la sala, de “temas que no forman parte de la acusación”.


Cuando el vocal Hugo Príncipe le preguntó al testigo quién era el superior de Hermoza Ríos, es decir quién le había ordenado a Hermoza que mandara a secuestrar ­opositores, Del Castillo contestó vigorosa y valientemente: “el acusado, en tanto que el ­acusado era comandante supremo de las Fuerzas Armadas y Hermoza era presidente del Comando Conjunto”.


El conocido defensor de malhechores (y esta es una de Gene Autry), el tal doctor Nakasaki, trató, luego, de decir que la presencia de un fiscal al quinto día del secuestro “demuestra que se trató de ­una detención ilegal, no de un secuestro”.


Y claro que fue un secuestro. Lo que pasa es que Nakasaki debía de estar defendiendo a otros jefes de banda por ese entonces y no se enteró de la presión internacional que hubo para liberar a los secuestrados la noche del 5 de abril de 1992. Yo estuve a cargo de la cobertura informativa que sobre el Perú hizo el diario ABC, en Madrid, y puedo dar fe de los cables de la OEA, de las demandas de Amnistía Internacional, del escándalo que se armó en la Internacional Socialista y de los pronunciamientos de distintos gobiernos europeos –empezando por el de España–, todo esto dirigido a que Fujimori soltara de inmediato a quienes estaban dados oficialmente como desaparecidos.


De modo que fue un secuestro en forma, con armas en ristre, golpes, empujones, terror, disparos al aire, uso de “nombres de guerra” y pasamontañas, prescindencia de todo ­asomo legal y hasta utilización de autos privados con la placa oculta. Todo en el mejor estilo López Rega y su triple A, que Montesinos admiraba por su eficacia gansteril, y porque, además, padecía de ­una “argentinofilia” crónica, demostrada más tarde con la compra de un departamento en Buenos Aires y con la importación del astrólogo Héctor Faisal, venido de un vertedero xeneise, como se sabe, para enseñar a insultar al gordo Bressani, que era una bestia el pobre.


Fue un secuestro que terminó, recién al quinto día, con médico legista y fiscal porque a Fujimori empezó a temblarle la voz cuando se enteró, por boca de Hernando de Soto, qué pasaba en el exterior y cuántas resistencias había creado la barbaridad cometida (por más que la gran chusma peruana aplaudiera al nuevo capataz palaciego).


Si un ladrón que robó en tu casa te devuelve lo robado al quinto día porque sabe que ya fue identificado, ¿deja de ser ladrón por ese gesto? ¿Será tratado como conato de ladrón por la justicia?


Volviendo a lo de ayer, ¡cómo le ha dolido al fujimorismo la franqueza de Jorge del Castillo a la hora de precisar recuerdos incómodos y apabullantes!


Se sabe que al presidente del Consejo de Ministros le enviaron mensajes conciliatorios, ­unos, y amenazantes, ­otros, en los días precedentes. Los primeros le decían que se portara bien con Fujimori para que el apoyo del hampa parlamentaria fujimorista continuara como hasta ahora –algo que González Posada ­aprecia más de lo que debería–. Los segundos le advertían que si se portaba mal, el fujimorismo movería otro intento de interpelación y censura.


Todo indica que Jorge del Castillo ha preferido la decencia. Es más: todo indica que Jorge del Castillo podría haber desobedecido algunas sugerencias al hacer la faenota que hizo en la sala penal que juzga al reo en cárcel Fujimori Fujimori.


Porque lo testimoniado por Jorge del Castillo, un hombre de memoria privilegiada para detalles difíciles de retener, deberá conducir a la sala que juzga a Fujimori a pensar mucho antes de decidirse por la figura de “detención ilegal” que Nakasaki exige, Raffo pide a gruñidos ­amenazantes, Keiko clama y el propio Fujimori sueña como desenlace benévolo de su odisea penitenciaria.


Aclaremos: detención ilegal es cuando te llevan a una carceleta sin orden judicial o cuando te retienen una noche sin causa en una comisaría. Detención ilegal no puede ser llamado un operativo que utilizó tanquetas, altavoces que conminaban a la rendición en nombre del Comando Conjunto de la Fuerza Armada, forajidos de un grupo de exterminio del Servicio de Inteligencia. Y no puede llamarse detención ilegal a una reclusión de varios días donde nadie te pregunta nada, nadie te acusa de nada y todos se preocupan de que no tengas contacto alguno con el exterior. Y no es una detención ilegal la que te conduce, encapuchado hasta casi la asfixia, insultado y vejado, consciente de que tu vida corre peligro, hasta una instalación militar ¡la misma noche en que un traidor decide hacerse con todos los poderes y burlarse de la Constitución que juró defender! No, señores. Eso es un secuestro. Y es por eso que el testimonio de Jorge del Castillo, sumado al de Gustavo Gorriti, escalofría a los barracones del fujimorismo.


Del Castillo le ha dado una lección moral al país.

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