FITO PÁEZ, 20 AÑOS DE LETRAS Y MÚSICA
POR YBRAHIM LUNA
El mundo sigue girando. El tiempo se ha colado por una grieta y no retrocede; pero alguien sigue cantando con la misma fuerza de hace veinte años. Fito Páez, no cabe duda, es un sobreviviente de aquellos tiempos en los que la magia del cambio era una realidad a la vuelta de la esquina, en los que creer era una actitud de la razón más que de la pasión. Pero todo y nada ha evolucionado de verdad, dependiendo de los puntos de vista y de los lentes psicodélicos con los que se vea el día a día.
Páez, para decirlo en términos especiales, es visceralmente como un vino: añejo, fuerte, exótico y con clase, a pesar de todos los años que la macondiana latinoamérica le ha cargado encima y a pesar del ingenio plástico y poderosamente efectista de los nuevos artistas-producto de la industria musical de hoy.
Año ochenta y cuatro, Rodolfo Páez, un desgarbado chico de lentes, cabellera larga, jeans, polo y zapatillas, llegaba a brillar con estrella propia en los escenarios después de haber transitado en un constante ensayo semiprotagónico con los rockeros más emblemáticos de la Argentina.
Nada lo detendría en adelante, ni siquiera los altos y bajos en la carrera, ni siquiera este mundo que cambiaba radicalmente, esta Latinoamérica que se moldeaba al ritmo de las más grotescas dictaduras y los ensueños memorables de lo real- maravilloso. Paéz tuvo su cuota de mal puro; alguien mató a las mujeres que lo criaron, un desquiciado asesinó a sus madres políticas y eso le enseñó el mal no sólo como teoría, sino como esencial realidad. Nace entonces o, dijérase correctamente, renace un Páez nuevo, maduro, quizá menos ingenuo, pero igual de suspicaz y brillante.
“Busco mi piedra filosofal/ en los siete locos, en el mar/ en el cadáver exquisito, en no tener piedad/ en la quintaesencia de la música/ dentro mío en el amor y odio, tener que pensar/ preferiría tu sonrisa a toda la verdad/ avanzo un paso, retrocedo y vuelvo a preguntar/ que algo cambie para no cambiar jamás/ todo es imperfecto amor y obvio”. (Cadáver exquisito- (Euforia))
”Del 63”, su primer trabajo es acogido por la crítica como un disco revelación y el inicio de una carrera prometedora. Pero pocos, en realidad, previeron que más de dos décadas después ese tipo delgado seguiría vigente con un ángel igual de creador, directo y genial. Sin embargo algunas cosas sí se modificaron y podría decirse que para bien. Ahora Páez se toma un tiempo para opinar, piensa las cosas dos veces, ya no cree tanto tener las respuestas de todo como en cierta época, las meditaciones tienen un trasfondo de preocupación real. El músico se pregunta a través de sus canciones, y le pregunta a los chicos de esta época: qué estás haciendo por voz, a dónde vas. Dice que es hora de coger las guitarras y dejarse de tanta radicalidad metafísica y perezosa.
Alguien alguna vez lo definió como el hijo de Charly García y Nito Mestre. La verdad es que Fito sobrepaso largamente las expectativas de sus influencias y referentes musicales. Si de originalidad hablamos sería justo identificarlo como uno de los más prolíficos creadores de la escena del rock en castellano. En Páez encontraremos una variedad que desafía fronteras e ideologías. Por ejemplo, no es difícil toparnos entre sus producciones con algún Bossa Nova, influencia directa de los temas que de pibe oía como las obras de Jobim, o más tarde, de su pasión artística por Chico Buarque, o de su afinidad con Caetano Veloso; también hallaremos algún vals suave con matices clásicos influencia de la mismísima Chabuca peruana; o temas provenientes de la cantera trovera a lo Spinetta, a lo León Gieco, a lo Baglietto; además de la mágica cadencia del jazz y del blues a lo Elvis Costello o Bob Dylan. Eso, dejando de lado el rockandroll y el pop maduro, ejercicios propios de su músculo vital: el cerebro. Y todo con su especial e hipnotizante estilo.
Son pocos los sobrevivientes; “hubo un tiempo que fue hermoso”, un tiempo en el que Charly llenaba los estadios, y un flaco de Rosario-Argentina, de pelo largo y zapatillas, empezaba a soñar y que ahora, veinte años después aún late psicodélico, rabioso, maduro, más provocador y resistente que nunca.
Páez, para decirlo en términos especiales, es visceralmente como un vino: añejo, fuerte, exótico y con clase, a pesar de todos los años que la macondiana latinoamérica le ha cargado encima y a pesar del ingenio plástico y poderosamente efectista de los nuevos artistas-producto de la industria musical de hoy.
Año ochenta y cuatro, Rodolfo Páez, un desgarbado chico de lentes, cabellera larga, jeans, polo y zapatillas, llegaba a brillar con estrella propia en los escenarios después de haber transitado en un constante ensayo semiprotagónico con los rockeros más emblemáticos de la Argentina.
Nada lo detendría en adelante, ni siquiera los altos y bajos en la carrera, ni siquiera este mundo que cambiaba radicalmente, esta Latinoamérica que se moldeaba al ritmo de las más grotescas dictaduras y los ensueños memorables de lo real- maravilloso. Paéz tuvo su cuota de mal puro; alguien mató a las mujeres que lo criaron, un desquiciado asesinó a sus madres políticas y eso le enseñó el mal no sólo como teoría, sino como esencial realidad. Nace entonces o, dijérase correctamente, renace un Páez nuevo, maduro, quizá menos ingenuo, pero igual de suspicaz y brillante.
“Busco mi piedra filosofal/ en los siete locos, en el mar/ en el cadáver exquisito, en no tener piedad/ en la quintaesencia de la música/ dentro mío en el amor y odio, tener que pensar/ preferiría tu sonrisa a toda la verdad/ avanzo un paso, retrocedo y vuelvo a preguntar/ que algo cambie para no cambiar jamás/ todo es imperfecto amor y obvio”. (Cadáver exquisito- (Euforia))
”Del 63”, su primer trabajo es acogido por la crítica como un disco revelación y el inicio de una carrera prometedora. Pero pocos, en realidad, previeron que más de dos décadas después ese tipo delgado seguiría vigente con un ángel igual de creador, directo y genial. Sin embargo algunas cosas sí se modificaron y podría decirse que para bien. Ahora Páez se toma un tiempo para opinar, piensa las cosas dos veces, ya no cree tanto tener las respuestas de todo como en cierta época, las meditaciones tienen un trasfondo de preocupación real. El músico se pregunta a través de sus canciones, y le pregunta a los chicos de esta época: qué estás haciendo por voz, a dónde vas. Dice que es hora de coger las guitarras y dejarse de tanta radicalidad metafísica y perezosa.
Alguien alguna vez lo definió como el hijo de Charly García y Nito Mestre. La verdad es que Fito sobrepaso largamente las expectativas de sus influencias y referentes musicales. Si de originalidad hablamos sería justo identificarlo como uno de los más prolíficos creadores de la escena del rock en castellano. En Páez encontraremos una variedad que desafía fronteras e ideologías. Por ejemplo, no es difícil toparnos entre sus producciones con algún Bossa Nova, influencia directa de los temas que de pibe oía como las obras de Jobim, o más tarde, de su pasión artística por Chico Buarque, o de su afinidad con Caetano Veloso; también hallaremos algún vals suave con matices clásicos influencia de la mismísima Chabuca peruana; o temas provenientes de la cantera trovera a lo Spinetta, a lo León Gieco, a lo Baglietto; además de la mágica cadencia del jazz y del blues a lo Elvis Costello o Bob Dylan. Eso, dejando de lado el rockandroll y el pop maduro, ejercicios propios de su músculo vital: el cerebro. Y todo con su especial e hipnotizante estilo.
Son pocos los sobrevivientes; “hubo un tiempo que fue hermoso”, un tiempo en el que Charly llenaba los estadios, y un flaco de Rosario-Argentina, de pelo largo y zapatillas, empezaba a soñar y que ahora, veinte años después aún late psicodélico, rabioso, maduro, más provocador y resistente que nunca.
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