Le dicen el “Oso” Miranda, quizá cariñosamente o como descripción sincera, por los abrazos me refiero, como cuando levantó fraternalmente y en peso a Adriano Nativo, el hombre más pequeño del Perú, en Cajamarca.
El Oso es un tipo dispuesto a colaborar, medio chino al reír, medio cachaciento. Algo subido de peso pero siempre a dieta, o al menos eso jura. Conocerlo es experimentar cierta paradoja. Por un lado, el osado periodista que se sumerge en los callejones del mundo para dar con el antihéroe olvidado, y por el otro, el escritor de laptop que no sale de su apartamento durante varios días y que dispara buenas tomaduras de pelo vía el Messenger.
De adolescente fue como todos. Un chico normal, medio risueño, ensimismado a veces, algo mañosón con empleadas e inquilinas. Palomilla y amiguero. Terminada la secundaria, allá por el 84, no tenía mejor idea –o deseo- que pasarla bien con lo patas, o delante de la TV, en su casa de Breña, esa casa siempre repleta de gente, de tías, de empleados, y de todo lo que traía la abuela del Valle del Jequetepeque, en el Norte: gallinas, mangos, quesos.
Siempre le gustó la pintura, dibujaba retratos, ensayaba con acuarelas y témperas (de ahí su fascinación por dos de sus personajes de crónicas, el paranoico LU.CU.MA. y el laborioso “Salsa”), así que se decidió por Diseño Publicitario. Pero, ese bicho de la literatura ya picaba fuerte y sin tregua. Leía a Borges, con el que aprendió el gusto por la palabra justa, con García Márquez, el valor de la entonación de las frases, con Vargas Llosa, la arquitectura del texto, con Flaubert y Dostoievsky, el realismo y el frenesí creativo. Pero fue cuando terminó de leer “Espartaco”, a eso de los 17 años, que decidió ser escritor.
Abandonó el Diseño Publicitario y se dedicó a leer. Mamá lo miraba con resignación y pena. El chico de Breña comprendió que tenía que vivir de algo y se presentó a Ciencias de la Comunicación, lo más cercano a la literatura. Entró al toque. Pero lo desilusionó de hachazo la mediocridad de algunos profesores. Claro que también estaba allí Hernán Velarde buscando a “su heredero literario”. El editor del dominical de Expreso lo reclutó pronto, y de estudiante pasó a colaborador y a la planilla de dicho diario. Ese suplemento, hecho por universitarios de I ciclo con total libertad y un profesor que parecía fabular sus crónicas, se volvió surrealista. Las cosas no fueron bien y el “Oso” tuvo que renunciar. Entonces la tele -con todo su brillo- lo rescató de una época de desempleo. Pero esa…, esa es otra historia.
EL DATO
Ha trabajado con Umberto Jara, Fernando Ampuero, Oscar Malca, Eloy Jáuregui, Gustavo Gorriti, Fernando Obregón, Hernán Velarde, Alonso Cueto, Laura Puertas, etc., en medios como Expreso, El Comercio, SOMOS, El Mundo, y actualmente como reportero televisivo en CUARTO PODER. Ha sido publicado también en ETIQUETA NEGRA, CARETAS y Zona de Obras, de España.
DE SU PROPIA BOCA
“El 91, a veces iban los agentes del SIN (a Expreso) para decirnos solapa que no se les pasaba lo que escribíamos, porque (Hernán) Velarde se mandaba unas cronicazas sobre la pena y tragedia de los serranos, entre el fuego de los sinchis y los terroristas. Incluso llegaron a visitarlo en su casa agentes disfrazados de terrucos para ver si Velarde caía. Entonces yo no tenía la seguridad de quienes eran, pero con el tiempo he ido entendiendo todo.”
EL LIBRO
“El Pintor de Lavoes” se ha convertido en un boom para el periodismo literario. Las historias que retrata Miranda son tan diversas como la vida misma. Han aparecido previamente en medios impresos y han sido celebradas tanto por el lector común como por la crítica especializada. “El Pintor de Lavoes” (Ediciones El Erizo - 2008) es una compilación de 25 crónicas, algunas conocidas y otras inéditas que atrapan fácilmente a quienes comienzan a hojearlo.
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LA CONVERSACIÓN
Dices que te atrae lo marginal, ¿qué tan riesgoso es entonces que te involucres con tus historias?
Diría que hacer crónicas es como viajar, quizá por lugares y por la mente de mis personajes. Si no hay riesgo, no vale la pena. Suelo pasar largas temporadas hibernando en mi casa, soy capaz de no salir en una semana sin sentirme infeliz, pero cuando salgo en busca de una historia estoy dispuesto a hacer que valga la pena. No veo riesgo donde otros lo ven, veo siempre puertas.
¿Al especializarte en la crónica no corres el riesgo de cargar tu pluma con una visión muy estigmatizada del mundo?
Si pudiera cargar mi pluma de esa manera que dices, pues, qué gran escritor no lo hizo. Me halaga que alguien pudiera pensar que soy capaz de eso. Sin embargo tu pregunta tiene supuestos que no comparto. No soy especialista en crónicas. Soy un escritor que se acomoda al género más literario que tolera el periodismo.
¿La compilación de las historias en El pintor de Lavoes fue premeditada, o responde más al azar del hallazgo?
Fue puro azar, el editor quedó en agruparlas, pero por flojera o porque tenía mejores cosas que hacer salieron en el orden que se las fui enviando. El resultado no me desagrada.
¿Pero existen otras que decidiste dejar fuera? Porque supongo que no son veinticinco las crónicas de toda tu carrera
Claro, hubiera querido incluir una nota gastronómica que realicé cuando Lima era un gigantesco mercado árabe, cuando los ambulantes habían invadido todos los espacios públicos. Esa nota era una guía del buen comensal en el caos de las sartenes y las ollas donde se estaba cocinando una nueva identidad. Hubiera querido incluir otras más, muchas. He hecho una crónica por semana desde 1989 hasta el 2002, pero puse las que tenía a la mano. Pero sí te digo que la gente que sabe del oficio de escribir y leer ha tomado este cronicario con mucho entusiasmo.
¿Extrañas alguna que consideres irrecuperable, que no haya visto la luz o se haya extraviado?
La primera crónica que hice se llamó La Esquina, y creo que era en realidad un cuento de la soledad y el desencanto, de los amigos que patean latas mientras sueñan con un futuro que no llegará como ellos piensan. La hice pensando en la esquina de mi barrio donde solíamos reunirnos desde los 16 años. La crónica enumeraba las personas que pasaban por la esquina mientras nosotros nos quedábamos allí. Más de 25 años después aún hay dos amigos que siguen en esa esquina.
Viajas mucho, ahora por tu trabajo en la televisión ¿Viajar tanto no te ha quitado un poco esa sensación de la novedad?
No, porque cada viaje te mete un poco más en lo foráneo, en un primer viaje veo rostros, en un segundo viaje los rostros tienen nombres, alegrías y problemas, el río nunca trae lo mismo, pero siempre es el rió.
¿Consideras tu historia personal como una digna crónica para El Pintor de Lavoes?
Un periodista joven me propuso hacerme una crónica "Un día con el oso miranda", yo le pregunté si no podría ser una noche. En todo caso, pienso que cualquier persona que se mueva por el mundo es capaz de ser objeto de una historia. Pero mi posición favorita es la de voyeur.
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