25 años, ¿y nosotros cuándo pediremos perdón?

Y fue sentenciado Fujimori a 25 años de cárcel. Él no tuvo la dignidad de reivindicar y limpiar la memoria de las víctimas y deudos de Barrios Altos y La Cantuta; los jueces, sí. Ahora le toca al Perú pedirle perdón al Perú. ¿Podrá hacerlo? ¿Podrá ese grueso de la nación –aún soberbio- asumir parte de la culpa por haber dado la espalda a sus hermanos desaparecidos durante tanto tiempo?


Para recordar, esta breve crónica cuando Fujimori ya estaba en manos de la justicia peruana.
Ybrahim Luna

“…porque hasta los objetivos más patológicos pueden ser sentidos subjetivamente como lo que más necesita el individuo”(Erich Fromm)
Es lunes, 9 a.m. Subimos al taxi, y le pedimos al chofer, con cierta expectativa, que sintonice una radio informativa, y el chofer nos responde (con cierto fastidio): por qué tanta vaina, tanta bulla, si a las finales, bueno, el chino Fujimori y Vladi hicieron obra; robaron, pero hicieron obra.
El “careo” del siglo, entre el dictador y el asesor, quedará en la memoria como el careo de San Valentín. Una danza patética, y de salón, en donde ambos personajes se midieron, miraron, sonrieron y jugaron el papel de la serenata pactada. Desplegaron, de un lado, una insufrible dialéctica chicha, y del otro, un silencio reptiliano. Previsible después de todo.
Y sin embargo al verlos juntos, custodiados, y juzgados en un proceso correcto, uno, después de todo, no puede dejar de sentir algo de satisfacción y esperanza en el sistema. Después de tanta tormenta, de tanta oscuridad, parece que la justicia podrá ver una mañana histórica en esta latitud sur.
Mientras se hace el día podemos recordar algunos tránsitos de la década pasada.
Muchos crecimos creyendo que algo andaba mal, realmente mal. Empezaban los noventa, y las esperanzas de un gobernante “correcto” empezaban a desvanecerse. Después del cinco de abril el horizonte empezó a nublarse. Algunos se percataron de la verdadera dimensión de los hechos; otros, los que aplaudieron, digámoslo así, se redescubrieron como potenciales seguidores del autoritarismo a cualquier costo.
Surgieron por entonces las primeras denuncias de acciones oscuras tras bambalinas. Y los que ejercíamos la pre-pubertad andábamos en otras cosas. Las cortinas de humo inundaron las redacciones, la privatización empezó su marcha, el trans y el reggae llegaron a las discos, la clase media empezaba a ser digerida por la inestabilidad. Los mejores y más acertados fiscales eran algunas revistas independientes que estremecían con sus carátulas. Recuerdan a CARETAS, Revista Sí, etc.
El debate no parecía trascender: pueden robar, matar, pero hacen obra. Con esa “conjura” la dictadura Fujimori - Vladimiro, como tantas dictaduras latinoamericanas, se hizo popular, muy popular. Los que empezaban a oponerse serían rápidamente etiquetados como simpatizantes “comunistas” anti-pacificación.
La necesidad de vencer el terror hizo que muchos peruanos justificaran todos los métodos de respuesta. Aunque dichos métodos fuesen tan “radicales” como el terror mismo, y aunque esos métodos, en su aplicación, borrasen del mapa a muchos inocentes, ya que eso no importaba tanto, porque la mayoría de ese “saldo lamentable” vivía o provenía de las alturas del Perú profundo.
La clase media, esa que según muchos era la reserva moral, debería desaparecer por representar, básicamente, un obstáculo en las intenciones embrutecedoras y perennizadoras de la dictadura. No sé cómo, pero se logró. La educación universitaria se volvió un pasatiempo para institutos al vuelo. Mientras la gente estuviese más preocupada por sobrevivir, menos reclamaría por las injusticias.
Y alguien diría: pero se venció la inflación.Digamos, que el momento internacional, la privatización de medio Perú, y la desaparición de los derechos laborales, de hecho sirvieron.
Ya de adolescentes, algunos discutimos los porqué en el colegio, pero las interrogantes a lo mucho eran atendidas por uno o dos amigos, de hecho por hijos de profesores. El Sutep por entonces encabezó una férrea e histórica defensa. Defensa que no se debe olvidar.
Crecimos, y las noticias sobre Vladimiro Montesinos se colaban cada fin de semana en programas televisivos, revistas y diarios no “alineados” con la “causa”. El doc, quien fue impedido de ingresar a cualquier institución castrense por haber sido dado de baja por la más abyecta de las causas: traición, había encontrado a su gemelo, a la carne sobrante de su siamés, al ventrílocuo de sus espejos, al chinochet de su corazón.
De jóvenes (así de extensa fue la cosa), como universitarios, salimos a las calles a protestar por lo que a veinte cuadras ya olía a podrido. Y la prensa, totalmente comprada, hablaba de nosotros como la turba-multa.
Incluso, el grupo Colina, fue motivo de un extraño debate. Para la gente con un poco de dignidad siempre fue un grupo de criminales; pero, para la mayoría, probablemente, héroes nacionales merecedores del anhelado indulto presidencial.
Pero así como en la salsa: todo tiene su final.
Los vladivideos terminaron por resquebrajar una relación que ya estaba en su etapa más complicada. Después de las elecciones fraudulentas, las entidades internacionales quitaron el respaldo al gobierno de Fujimori. Las culpas y recriminaciones venían de ambos lados de la trinchera. La hoguera de vanidades y poderes ya no podría convivir mucho tiempo.
Y aun ahora, cuando subes a un taxi, el chofer siempre repite: total, tanta vaina por este juicio, si nuestro chino y vladi pacificaron el país, detuvieron la inflación, y si desapareció gente, bueno, eran terrucos o serranos.
¿Qué responder a eso?
La serenidad de los que encuentran el sentido en la verdadera justicia social tiene la respuesta.
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Actualización: 25 años

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