Huelga de gracias


Por Alan Luna

El primer obstáculo: seguir. Y cuando sigues, te alcanza nuevamente la página en blanco. ¿Qué hiciste en aquella ocasión? Bueno, no lo recuerdo.

Entonces, recurres inútilmente a cualquier disciplina estoica, con sus horarios y todo, pero igual se te escurre como dieta de sopa de verduras. Como una de esas tele-promociones que te venden gato por liebre, rata por mouse.

Puedes leer también muchas biografías. Cultivar sensibilidades extrañas. Aderezar la página con lluvia de ideas, y bombardear tus fichas con audaces nemotécnicas. Pero quizá – y de hecho- todo termine como un esfuerzo innecesario, o sea, sirviéndote para nada. Y digo “para nada”, porque sabemos que el río ha de retomar su cauce solo. Los engranajes se lubricarán de la forma más sutil y menos forzada. Porque forzar “el estado de gracia” –ese del que nos habla Antonio Cisneros-es obviamente kamikaze. Cómo dice el poeta: “viene sin que tú lo llames y se va sin que tú lo botes”.

La revelación, como níspero maduro, caerá por su propio peso y dulcemente: Habrá que relajarse. Habrá que distender el espinazo frente al televisor, replegar los innecesarios ímpetus del súper-yo, embalsamar el deportivo footing de creerse indispensable. En suma, desactivar los radares. Y sólo así se podrán oír los ruidos que hacen las entrañas cuando nos piden algo.

Mientras regresa la brizna, o el ciclón, puedes revisar algunos libros como El Tao Te Ching de Lao Tzu, o Las Rubaiatas, de Omar Khayyám, y aunque termines no entendido nada, habrás disfrutado, desde la comodidad de tu sillón, del esfuerzo ajeno, de hecho, una disciplina saludable.

No desanimarse es un factor fundamental para la rehabilitación creativa. Tienes, por ejemplo, a tu alcance el poder más democrático y anestésico de todos: el control de la tele (ese aparatito negro, esencial como la telepatía para los extraterrestres). ¡Ah!, pero si NO tienes cable… ¡estás perdido! Tendrás que someterte a la borrascosa vulgaridad de la televisión peruana o, en todo caso, buscar la amistad de un compañero más afortunado que tú, alguien que pueda chequear a gusto las crónicas de la National Geographic o Discovery Channel, en vez de tragarse los veinte programas cumbiamberos y simultáneos de nuestro fin de semana.

Pero no todo está perdido. Aún existen posibilidades de entertainment mañanero. Ahí tienes el megajuicio a nuestro nefasto dictador Fujimori. No importa si te duermes (como el acusado), tendrás la onírica sensación de justicia. Tenerlo sentado frente a los testigos ya es algo, condenarlo, lo que todo ser racional espera.

Pero, retomando la madeja, podemos (y esto no es una pastilla moral, sólo un mal intencionado simulacro) tener la esperanza de que esa página vacía volverá a llenarse como un campo que recibe lluvia después de meses. Porque el “estado de gracia” no es una profesión, es un ciclo natural.

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