EL ANTÍDOTO “F”

Fujimorismo al diván

Por Ybrahim Luna


¿Una sociedad que apoya políticamente a la hija de un ex dictador, que tiene como único plan de gobierno el indulto a su padre, es una sociedad sana?

Obviamente, no. ¿Entonces en dónde radica el fracaso de la lucha librada?

Se podría recurrir al epítome de siempre, ese que dice que los pueblos que no aprenden de sus errores están condenados a repetirlos. Pero es que parte del pueblo no considera, ni consideró, la dictadura fujimorista un error. En el mejor de los casos como “un error necesario”. Entonces no hay de donde aprender. Recordarán estos otros epítomes: “robó pero hizo obra”, “era un precio a pagar por la paz”.

La democracia asegura la libertad de expresión, pero también debe ayudar a comprender los beneficios de la cordura. Aunque suene demagógico. La democracia también debe curar las posiciones extremas. ¿Y es que alguien duda que el fujimorismo como fuerza social, a estas alturas, no limita ya con una sociopatología?

Muchos creyeron que el mejor antídoto sería el mismo Alberto Fujimori durante el Mega-juicio. Ya que, al quedar desmenuzado por las pruebas -a nivel nacional-, muchos de sus seguidores, decepcionados en sus convicciones más personales desertarían del Club de la Fe Ciega. Pero no fue así.

Algunos seguidores de Fujimori son como los miembros de una iglesia de acento brasileño. Nada los hará cambiar de parecer, porque para de ellos “Fuji” está más allá del bien o el mal, casi al nivel de un guía espiritual o de un santo de estampita.

¿Cómo se explica esto? Quizá el fervor al fujimorismo sea lo más parecido al valor de la paternidad. Fujimori es como un padre protector, y a un padre no se lo juzga, se lo quiere, simplemente. ¿Autoridad y látigo? Por la misma razón que un niño teme y ama a su padre castigador. ¿Los argumentos? Por ejemplo: “Todos vivíamos en miedo por los coches bomba y apagones, vivíamos en paranoia, y encima las colas y la inflación, Pero llegó el Chino y lo puso todo en su lugar. Puso la mano dura que se necesitaba y eso nos dio la paz. No me importa que hayan desaparecidos. El Chino me devolvió la paz, la seguridad, la tranquilidad, y eso nunca lo olvidaré. Y yo soy agradecido(a); por eso el Chino debe estar afuera. Qué me importan los ONG’s o las asociaciones de Derechos Humanos, si el Chino fue el que acabó con el miedo. Yo no quiero que regresen los tiempos del miedo, señor periodista…”

Qué importante resulta en estos casos la educación, y sobre todo la educación psicológica de un pueblo que crece transmitiendo a través de la leche algunos de sus valores más retorcidos. La democracia debe demostrar que puede curar las heridas y ambivalencias de todos los sectores. Quizá el proceso de transición fue muy rápido y el pueblo -en pleno- no tuvo tiempo de echarse debidamente en el diván o no lo quiso hacer porque no lo creía necesario. Pero sí que le hace falta. Nos hace falta.

Hay un plan, aún pendiente –tambaleante-, de reparaciones civiles a los afectados por el conflicto interno. Y quizá deba existir un plan de reparación sentimental que abarque todos los sectores. El pueblo no pudo curarse tan rápido de todos sus desgarros. Y así como es necesario que la sociedad supere el dolor de la violencia infligida por grupos armados, también es necesario que mucha gente comprenda que los desaparecidos NO son un saldo a favor del progreso, y que Fujimori NO es el Mesías que creyeron.


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