Perú Chicha

El Perú es una valla alta que la mayoría prefiere pasar por debajo y sin usar garrocha. Y esa valla no es más que un tibio sentido común que pecha por hacerse luz en medio de tanta niebla.

Somos un país creativo para todo. Saboréese un frito con ceviche con su Inca Kola. Para todo, cierto, menos para pasar dicha valla por encima. El truco, el chiste de siempre, consiste en jugársela por debajo, como ya se dijo. Utilizando todo el potencial evolutivo posible, o sea la sobreestimada y ya legalizada ‘criollada’. Y obvio que esa criollada es chicha: los incautos y víctimas de la criollada son chicha, el Perú es -y a más no poder- chicha, y la política por definición es chicha, usted es chicha, somos chicha.

Entonces, asalta una inquietud sociológica resumida en el dilema más cotidiano de los que temen dar EL Mal Paso: ¿Lo chicha puede ser huachafo? La respuesta refresca los humores erizados: no  necesariamente, y sí potencialmente. Y es que la respuesta descansa en nuestras manos, o en su defecto, en nuestras narices. Mirar la pajilla en el ojo ajeno y no el eucalipto en el propio.

Lo chicha, más que un exotismo social, un género musical, una bebida, es una filosofía de vida, un símil del universo, una religión tropical, una maestría en psicodelia urbana. En resumen, el arte de ser uno mismo y a la vez nadie. Porque nada es más socialista que lo chicha. Nada más imparcial que lo que no tiene género. Chicha eres, chicha serás.

Abordando algunas referencias académicas sobre el tema se podría entender el fenómeno Chicha como una “expresión resultante de la fusión cultural de la sierra y la costa, y de su peculiar adaptación en el proceso migratorio” (no buscar reseñas, no las vais a encontrar), lo que significaría que las polladas –señorita Laura-  son iconos tangibles y olorosos de ese fenómeno.

Un hombre al borde de la esquizofrenia social cruza frente a una pared llena de afiches coloridos y superpuestos que anuncian conciertos en la Carretera central ¡este domingo, domingo! Además, una combi lo ha eructado media cuadra antes de su paradero -pie derecho, pie derecho-, un tipo le ha ofrecido unos lentes Ray-Ban originales a diez soles nomás. Al hombre le late una arteria en el ojo como avisando que va a llover; pero NO. Resulta ser una premonición más compleja, algo que se aproxima desafiante entre las calles parchadas: un tico con una inmensa oreja kepí en su endeble parilla, perifoneo urbano a todo volumen y volantes monocromáticos cayendo sobre el asfalto: “¡Atención! Acalde hará entrega de carrito  sanguchero a damnificados que lo perdieron todo”. Una portátil aullará a favor del burgomaestre chicha.

La política es chicha porque es una farsa colorida de los espeso y gris que es nuestro país en realidad.

El periodismo es chicha porque nace de la improvisación y del clientelaje que pueda captar.

El que escribe esto es chicha.

O como diría alguien de buen gusto y criterio militante: “Chicha son los antropólogos que definieron el calificativo chicha. Chicha es lo solemnemente huachafo, lo exagerado, lo kitsch. La estética andina está bien: la estética chicha da calambre al ojo. La cultura chicha no es una fusión entre lo urbano y lo andino, pues una fusión es armónica y lo chicha es un choque violento. Lo chicha es el resultado de ese choque de culturas, el hijo sociológico de las migraciones que no tuvo tiempo de formarse bien”.

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