Pequeñas sucursales del Edén: Un paseo por la Asunción-Cajamarca (PERÚ)
Crónica de A. Ybrahim Luna R.
Cajamarca, 12:30 p.m.…
Seis soles dice el chofer, seis soles, confirma el cobrador. Perfecto, salimos a la una. Cajamarca está tranquila bajo un mediodía quemante. El carro ha calentado motores y la gente se acomoda; serán dos horas y media o tres de viaje. La Asunción está al final del camino. El viaje se ha facilitado por el nuevo estado de la carretera, claro, todo hasta la localidad de Choropampa, luego hay que ajustarse un poco los cinturones. Desde entonces, el trayecto hacia la Asunción se vuelve precario. Nos preparamos a la corta aventura de algunos baches y vibraciones.
Uno se conmueve obligatoriamente ante el espectáculo visual. Pueden verse los verdes más variados; matices como en el catálogo de un pintor. Las laderas lindan con las colinas, las colinas con los planos, los planos con los ríos, los ríos con los caminos, y todo se hace más intenso y constante. Antes de llegar a nuestro destino pasamos por la pequeña localidad de San Miguel, en donde algunos pasajeros han concluido su viaje.
Pasan los minutos y los amortiguadores han hecho su trabajo. El pueblo ya se divisa; hay trabajadores en la entrada que están acondicionando un puente, e implementando un pequeño parque con motivos dedicados a la Chirimoya, fruto principal y representativo del pueblo. El camino ha sido serpenteante, casi como preludio de las historias que aún persisten en la localidad. Esas historias que hablan de inmensos ofidios que impiden a los comuneros hacer sus tareas. Hubo un tiempo en el que a uno se le cruzaban las culebras por los pies, tan sólo con recorrer los campos cercanos, y con más intensidad si el sol estaba cayendo de lleno a la tierra. Los reptiles salían a calentar sus escamosos cuerpos. Pero de eso ya hace mucho. Hoy, poco rastro ha quedado de dichos animales. Pero quedan los relatos de enormes serpientes que se esconden en las peñas esperando en su aletargado sueño una presa que las mantenga con fuerzas por otros meses más. Un poblador nos cuenta un caso reciente, nos dice que cuando pensaba sacar agua del río Carauchal hacia Huaval, tuvieron que pasar tubos por una ladera colindante con una saliente rocosa, en donde les saltó al encuentro una enorme serpiente que asustó a los trabajadores. El reptil era de color blanco y negro, con el grosor de un pequeño tronco. Los pobladores regresaron a la mañana siguiente para dar muerte al animal, pero sólo encontraron sus escamas mecidas por el viento. Al margen de lo consistente de estos relatos, existe una certeza evidente: los pequeños o grandes reptiles ya no están ahí, el motivo de su extinción aún se desconoce.
Asunción, 3:30 p.m.
Hemos llegado. La combi nos deja en las calles aledañas a la Plaza de Armas. El viento es cálido y sobre todo fresco. Lo primero que hacen los pulmones es hincharse de oxígeno, como reconciliándose con la naturaleza. Las calles son algo empinadas, como invitando al ejercicio de los muslos. Vamos a hospedarnos donde un familiar para reponer fuerzas.
La tarde es pacífica, casi como un eco que recoge el sonido de los pájaros, y de los niños que juegan afuera. Estamos ubicados en Batampampa, cerca de uno de los tres teléfonos que hay en el pueblo. Las conversaciones son extensas y, quizá más profundas; sin darse cuenta la noche cae como un velo, y la luz eléctrica ilumina las casas y parques.
En Asunción se duerme temprano. Al apagarse el último foco de la casa, una oscuridad te permite pensar en el camino recorrido. Las estrellas son mucho más visibles que en la ciudad. El silencio nos adormece.
Día siguiente. Asunción, 8:00 a.m.
Una luz se interna entre las hojas de madera de la antigua ventana. Ya es de día; un caldo verde y unas humitas nos esperan. El pan recién caliente y los cuyes que corren por el piso disipan el frío inicial; luego todo se hace tibio con un sol que se filtra entre las plantas de lúcuma y mote mote.
Es día de salir al campo y pisar tierra. Marra es nuestro destino. No está muy lejos, tan sólo a quince minutos caminando. Una pequeña ruta de curvas nos hará llegar. Hay que descender un poco.
Marra es un compendio de hermosas laderas verdes, algunas como un colchón de agua. Hay que caminar con cuidado, saltando de piedra en piedra, luego todo es sólido. Guardacaballos cruzan el camino, graznando como aprendices de cuervo, son en realidad pájaros de color negro azabache, que se posan en las tallas, andando en grupos de tres o cinco. Y no son pájaros de mal agüero como uno puede pensar, sino simplemente aves hermosas.
Llegamos a las orillas de los primeros rastros de una quebrada. No hay agua al inicio, sólo piedras ovaladas y de diferentes colores. El silencio es arrullado por un viento que silva entre los carrizos. Pronto encontramos los primeros ojos de agua. El líquido es cristalino, pero algo verdoso, indicio de flora bacteriana auspiciosa para vida. Nos detenemos un momento a observar el medio, y ¡oh!, sorpresa, nos encontramos con un cangrejo de considerables dimensiones, uno de color tierra, reposando en un pequeño charco. Los cangrejos son parte de la fauna del lugar, incluso se cazaban antes para comerse en ceviche, hasta que en cierta época unos investigadores japoneses corrieron la voz de alarma de que dichos animales estaban contaminados con una bacteria que ocasionaba síntomas parecidos a los de la tuberculosis, desde entonces su consumo disminuyo considerablemente.
Continuamos nuestra visita monte arriba, desde donde se aprecia un valle de naturaleza telúrica, como diría algún historiador. Verdes en parcelas inmensas que imitan un rompecabezas para Nacional Geographic.
Alguien se anima a jalar unas chirimoyas, hay de diversos tipos. Los microclimas de la Asunción ayudan al desarrollo de dicho fruto. El ambiente templado es propicio para la variedad. Aunque el suelo es serrano, se encuentra en ceja de costa, ampliando su variedad ecológica.
Caen las chirimoyas. Su sabor es exquisito, algunas han madurado y otras no. Las maduras son para el momento, las otras han de guardarse en casa, en un lugar apropiado para que alcancen su tiempo. Probé en una oportunidad una mermelada de chirimoya, en casa de un amigo, y casi de inmediato lo consideré como un producto de comercio, tanto interno como externo. Es necesario que alguien apueste por esa empresa por ahora incipiente. Lo comido y descansado nos repone las fuerzas; continuamos el camino.
Asunción, Marra, 11:30 a.m.…
Una peña flanqueada por pencas es utilizada como criadero de abejas, los pequeños habitáculos blancos se ven desde lejos; al igual que los reservorios que parecen casas unitarias. Estos mini reservorios son alimentados por ojos de agua naturales, de este modo se puede administrar con más justicia un recurso que antes se proporcionaba libremente y al cálculo. Los pobladores están organizados, y ahora cada quien tiene sus horas de riego.
Pero los ojos de agua tienen su historia. Estamos cerca del río Carauchal, en cuyo pozo, cuentan algunos, se bañan los duendes en determinadas horas del día. A veces en forma de niños rubios, a veces en forma de mujeres que tientan a los hombres. Pero el avance parece devorarlo todo, y la llegada de la luz y el agua potable se habrían llevado de paso una gran tajada de ese realismo mágico que llenaría más de un libro de folklore peruano.
En Asunción también se puede visitar la laguna Mamacocha, o laguna encantada, situada en la parte jalca, arriba donde el frío es macho. Laguna en cuyas aguas nadan patos silvestres, gansos y aves de todo tipo. La laguna es protagonista de innumerables relatos de encanto. Se dice que sus aguas castigan a los que tienen la desafortunada intensión de dañar su vida silvestre, que es capaz de comerse un burro entero, que está poblada de peces deformes y primitivos, que en cierta ocasión se tragó a un cura que intentó bendecirla. Incluso que, en más de una oportunidad en que se intentaron desviar sus aguas a la localidad de Cospán, no se pudo realizar dicha tarea por la excesiva profundidad de sus aguas.
Pero nosotros hemos decidido volver al pueblo y culminar una mañana de expedición y asombro. Hoy nos espera un cuy en el pueblo, con su papa y ají. Los cuartos altos de la casa refrescan nuestras espaldas sudadas. Estamos satisfechos.
La Asunción está ubicada en la parte sur de Cajamarca, casi a 70 kilómetros de distancia, su altura es de 2250 metros sobre el nivel del mar, tiene una extensión territorial de 210 km. Pero ninguna estadística geográfica podrá describir su generoso oxígeno.
La noche ha caído con un eco de luces amarillas. Y mientras avanzan las horas, se cuentan las infaltables historias de miedo. El sueño vence y todo queda en silencio.
Al día siguiente (Domingo) 9:00 a.m.….
Es domingo, y la gente se prepara para la ceremonia de izamiento de la bandera. La plaza de Armas tiene un tamaño promedio, y no es tan pequeña como pensamos inicialmente. Unos curas españoles nos saludan al pasar, no deben extrañar tanto su tierra, después de todo Cajamarca es uno de los departamentos que más conserva una arquitectura colonial, desde la idea de las plazas y los parques, hasta los tejados y balcones.
Estamos a la sombra de la municipalidad, bajo sus arcos-columnas desde donde podemos ver la imponente cadena de cerros que rodean al pueblo, entre esos apus ha de encontrarse el Colladar, lugar en donde se dice que existen restos inexpugnables de la civilización Inka o pre-inka (Inka con “k”, como diría Luis Valcárcel).
Hubo un tiempo en el que era un trámite casi cotidiano encontrarse en el camino con una manada de venados silvestres, o ver águilas sobrevolar el cielo, o encontrarse con zorros, e incluso se habla de lobos, de conejos en inmensos grupos, palomas para cazar, buitres, etc. Hubo un tiempo, y hoy las cosas están más “tranquilas”, esa fauna parece haber emigrado a la hacienda Sunchubamba, o a un lugar más agreste que los proteja de la mano del hombre llamado Rumichaca. Dejamos que el día nos ubique al lado del camino para poder pensar y sacar algunas conclusiones.
Lunes 4:30 de la mañana
Es hora de partir. Una combi nos despierta con el claxon. Seis soles dice el chofer, seis soles, confirma el cobrador. Nos alejamos del lugar. Estamos medio dormidos pero satisfechos de la experiencia. Dejamos atrás un pedazo de libertad. Han pasado un par de horas y ha empezado a amanecer, la ciudad de Cajamarca ya es visible.
Crónica de A. Ybrahim Luna R.
Cajamarca, 12:30 p.m.…
Seis soles dice el chofer, seis soles, confirma el cobrador. Perfecto, salimos a la una. Cajamarca está tranquila bajo un mediodía quemante. El carro ha calentado motores y la gente se acomoda; serán dos horas y media o tres de viaje. La Asunción está al final del camino. El viaje se ha facilitado por el nuevo estado de la carretera, claro, todo hasta la localidad de Choropampa, luego hay que ajustarse un poco los cinturones. Desde entonces, el trayecto hacia la Asunción se vuelve precario. Nos preparamos a la corta aventura de algunos baches y vibraciones.
Uno se conmueve obligatoriamente ante el espectáculo visual. Pueden verse los verdes más variados; matices como en el catálogo de un pintor. Las laderas lindan con las colinas, las colinas con los planos, los planos con los ríos, los ríos con los caminos, y todo se hace más intenso y constante. Antes de llegar a nuestro destino pasamos por la pequeña localidad de San Miguel, en donde algunos pasajeros han concluido su viaje.
Pasan los minutos y los amortiguadores han hecho su trabajo. El pueblo ya se divisa; hay trabajadores en la entrada que están acondicionando un puente, e implementando un pequeño parque con motivos dedicados a la Chirimoya, fruto principal y representativo del pueblo. El camino ha sido serpenteante, casi como preludio de las historias que aún persisten en la localidad. Esas historias que hablan de inmensos ofidios que impiden a los comuneros hacer sus tareas. Hubo un tiempo en el que a uno se le cruzaban las culebras por los pies, tan sólo con recorrer los campos cercanos, y con más intensidad si el sol estaba cayendo de lleno a la tierra. Los reptiles salían a calentar sus escamosos cuerpos. Pero de eso ya hace mucho. Hoy, poco rastro ha quedado de dichos animales. Pero quedan los relatos de enormes serpientes que se esconden en las peñas esperando en su aletargado sueño una presa que las mantenga con fuerzas por otros meses más. Un poblador nos cuenta un caso reciente, nos dice que cuando pensaba sacar agua del río Carauchal hacia Huaval, tuvieron que pasar tubos por una ladera colindante con una saliente rocosa, en donde les saltó al encuentro una enorme serpiente que asustó a los trabajadores. El reptil era de color blanco y negro, con el grosor de un pequeño tronco. Los pobladores regresaron a la mañana siguiente para dar muerte al animal, pero sólo encontraron sus escamas mecidas por el viento. Al margen de lo consistente de estos relatos, existe una certeza evidente: los pequeños o grandes reptiles ya no están ahí, el motivo de su extinción aún se desconoce.
Asunción, 3:30 p.m.
Hemos llegado. La combi nos deja en las calles aledañas a la Plaza de Armas. El viento es cálido y sobre todo fresco. Lo primero que hacen los pulmones es hincharse de oxígeno, como reconciliándose con la naturaleza. Las calles son algo empinadas, como invitando al ejercicio de los muslos. Vamos a hospedarnos donde un familiar para reponer fuerzas.
La tarde es pacífica, casi como un eco que recoge el sonido de los pájaros, y de los niños que juegan afuera. Estamos ubicados en Batampampa, cerca de uno de los tres teléfonos que hay en el pueblo. Las conversaciones son extensas y, quizá más profundas; sin darse cuenta la noche cae como un velo, y la luz eléctrica ilumina las casas y parques.
En Asunción se duerme temprano. Al apagarse el último foco de la casa, una oscuridad te permite pensar en el camino recorrido. Las estrellas son mucho más visibles que en la ciudad. El silencio nos adormece.
Día siguiente. Asunción, 8:00 a.m.
Una luz se interna entre las hojas de madera de la antigua ventana. Ya es de día; un caldo verde y unas humitas nos esperan. El pan recién caliente y los cuyes que corren por el piso disipan el frío inicial; luego todo se hace tibio con un sol que se filtra entre las plantas de lúcuma y mote mote.
Es día de salir al campo y pisar tierra. Marra es nuestro destino. No está muy lejos, tan sólo a quince minutos caminando. Una pequeña ruta de curvas nos hará llegar. Hay que descender un poco.
Marra es un compendio de hermosas laderas verdes, algunas como un colchón de agua. Hay que caminar con cuidado, saltando de piedra en piedra, luego todo es sólido. Guardacaballos cruzan el camino, graznando como aprendices de cuervo, son en realidad pájaros de color negro azabache, que se posan en las tallas, andando en grupos de tres o cinco. Y no son pájaros de mal agüero como uno puede pensar, sino simplemente aves hermosas.
Llegamos a las orillas de los primeros rastros de una quebrada. No hay agua al inicio, sólo piedras ovaladas y de diferentes colores. El silencio es arrullado por un viento que silva entre los carrizos. Pronto encontramos los primeros ojos de agua. El líquido es cristalino, pero algo verdoso, indicio de flora bacteriana auspiciosa para vida. Nos detenemos un momento a observar el medio, y ¡oh!, sorpresa, nos encontramos con un cangrejo de considerables dimensiones, uno de color tierra, reposando en un pequeño charco. Los cangrejos son parte de la fauna del lugar, incluso se cazaban antes para comerse en ceviche, hasta que en cierta época unos investigadores japoneses corrieron la voz de alarma de que dichos animales estaban contaminados con una bacteria que ocasionaba síntomas parecidos a los de la tuberculosis, desde entonces su consumo disminuyo considerablemente.
Continuamos nuestra visita monte arriba, desde donde se aprecia un valle de naturaleza telúrica, como diría algún historiador. Verdes en parcelas inmensas que imitan un rompecabezas para Nacional Geographic.
Alguien se anima a jalar unas chirimoyas, hay de diversos tipos. Los microclimas de la Asunción ayudan al desarrollo de dicho fruto. El ambiente templado es propicio para la variedad. Aunque el suelo es serrano, se encuentra en ceja de costa, ampliando su variedad ecológica.
Caen las chirimoyas. Su sabor es exquisito, algunas han madurado y otras no. Las maduras son para el momento, las otras han de guardarse en casa, en un lugar apropiado para que alcancen su tiempo. Probé en una oportunidad una mermelada de chirimoya, en casa de un amigo, y casi de inmediato lo consideré como un producto de comercio, tanto interno como externo. Es necesario que alguien apueste por esa empresa por ahora incipiente. Lo comido y descansado nos repone las fuerzas; continuamos el camino.
Asunción, Marra, 11:30 a.m.…
Una peña flanqueada por pencas es utilizada como criadero de abejas, los pequeños habitáculos blancos se ven desde lejos; al igual que los reservorios que parecen casas unitarias. Estos mini reservorios son alimentados por ojos de agua naturales, de este modo se puede administrar con más justicia un recurso que antes se proporcionaba libremente y al cálculo. Los pobladores están organizados, y ahora cada quien tiene sus horas de riego.
Pero los ojos de agua tienen su historia. Estamos cerca del río Carauchal, en cuyo pozo, cuentan algunos, se bañan los duendes en determinadas horas del día. A veces en forma de niños rubios, a veces en forma de mujeres que tientan a los hombres. Pero el avance parece devorarlo todo, y la llegada de la luz y el agua potable se habrían llevado de paso una gran tajada de ese realismo mágico que llenaría más de un libro de folklore peruano.
En Asunción también se puede visitar la laguna Mamacocha, o laguna encantada, situada en la parte jalca, arriba donde el frío es macho. Laguna en cuyas aguas nadan patos silvestres, gansos y aves de todo tipo. La laguna es protagonista de innumerables relatos de encanto. Se dice que sus aguas castigan a los que tienen la desafortunada intensión de dañar su vida silvestre, que es capaz de comerse un burro entero, que está poblada de peces deformes y primitivos, que en cierta ocasión se tragó a un cura que intentó bendecirla. Incluso que, en más de una oportunidad en que se intentaron desviar sus aguas a la localidad de Cospán, no se pudo realizar dicha tarea por la excesiva profundidad de sus aguas.
Pero nosotros hemos decidido volver al pueblo y culminar una mañana de expedición y asombro. Hoy nos espera un cuy en el pueblo, con su papa y ají. Los cuartos altos de la casa refrescan nuestras espaldas sudadas. Estamos satisfechos.
La Asunción está ubicada en la parte sur de Cajamarca, casi a 70 kilómetros de distancia, su altura es de 2250 metros sobre el nivel del mar, tiene una extensión territorial de 210 km. Pero ninguna estadística geográfica podrá describir su generoso oxígeno.
La noche ha caído con un eco de luces amarillas. Y mientras avanzan las horas, se cuentan las infaltables historias de miedo. El sueño vence y todo queda en silencio.
Al día siguiente (Domingo) 9:00 a.m.….
Es domingo, y la gente se prepara para la ceremonia de izamiento de la bandera. La plaza de Armas tiene un tamaño promedio, y no es tan pequeña como pensamos inicialmente. Unos curas españoles nos saludan al pasar, no deben extrañar tanto su tierra, después de todo Cajamarca es uno de los departamentos que más conserva una arquitectura colonial, desde la idea de las plazas y los parques, hasta los tejados y balcones.
Estamos a la sombra de la municipalidad, bajo sus arcos-columnas desde donde podemos ver la imponente cadena de cerros que rodean al pueblo, entre esos apus ha de encontrarse el Colladar, lugar en donde se dice que existen restos inexpugnables de la civilización Inka o pre-inka (Inka con “k”, como diría Luis Valcárcel).
Hubo un tiempo en el que era un trámite casi cotidiano encontrarse en el camino con una manada de venados silvestres, o ver águilas sobrevolar el cielo, o encontrarse con zorros, e incluso se habla de lobos, de conejos en inmensos grupos, palomas para cazar, buitres, etc. Hubo un tiempo, y hoy las cosas están más “tranquilas”, esa fauna parece haber emigrado a la hacienda Sunchubamba, o a un lugar más agreste que los proteja de la mano del hombre llamado Rumichaca. Dejamos que el día nos ubique al lado del camino para poder pensar y sacar algunas conclusiones.
Lunes 4:30 de la mañana
Es hora de partir. Una combi nos despierta con el claxon. Seis soles dice el chofer, seis soles, confirma el cobrador. Nos alejamos del lugar. Estamos medio dormidos pero satisfechos de la experiencia. Dejamos atrás un pedazo de libertad. Han pasado un par de horas y ha empezado a amanecer, la ciudad de Cajamarca ya es visible.
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