La superstición se define como la creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón, o como la Fe desmedida y valoración excesiva respecto de algo. Por ello la superstición no tiene la infructuosa tarea de explicarse a sí misma, sino la de aplicarse o no, bajo riesgo de condena o ridículo. La superstición se aprende y carece de lógica, allí reside su carácter perecedero a través del tiempo.
Nuestro país es supersticioso. ¿En qué medida? Depende de la zona y de la herencia familiar y social. No es una cuestión de estratos o dinero, es más bien una cuestión de formación e influencias.
En el Perú, por ejemplo, las supersticiones de la selva variarán respecto de las de la costa, y éstas de las de la sierra, y éstas a su vez se subdividirán en supersticiones de la sierra norte y de la sierra sur, de la selva ciudad y selva aldea, etc., etc.
Tomemos algunos casos de superstición asociada a entidades biológicas.
La libélula es un insecto con fuerte carga simbólica para nuestros pueblos. Su visita a casa tendrá diversas lecturas, desde el anuncio de una visita inesperada hasta la muerte de un ser querido. Incluso posee una inquietante asociación con la brujería. Se asume que el “Maestro” envía al insecto para que se pose sobre la persona a quién se le quiere hacer el daño, y a través de ese simple acto tome una breve muestra de su alma, y la traslade de regreso al “Maestro”, que hará una mesada con tal producto. En este caso la libélula es un piloto de humanas intenciones.
Igual o peor fama tiene la gran mariposa negra que se aloja en las esquinas de los portales de la casa, aquí no hay concesión positiva, su arribo solo puede ser negativo, evidencia de futuras tragedias, básicamente la muerte. Maleficio que se conjura con la eliminación de la nocturna visitante.
Similar es el miedo que causa el herético Picadiós, negro y brilloso familiar de las avispas, que atrapa a arañas de gran tamaño, incluso a tarántulas, para paralizarlas, arrastrarlas y enterrarlas vivas, depositando previamente en ellas sus huevos. El Picadiós asusta, no solo por la potencia de su picadura, sino por su supuesta procedencia indigna, su mismo nombre lo explica.
O, por ejemplo, en el campo onírico, soñar con abejas atacando, con pulgas o con piojos, señal de mal agüero.
Caso diferente ocurre con los escarabajos, encontrar uno patas arriba y voltearlo -salvarle la vida- dará buenos resultados en las actividades cotidianas, y de paso evitará que llueva, ya que un coleóptero volteado es anuncio de precipitaciones. O el simple caso de la mariquita, de caparazón colorido y puntos negros, posándose sobre uno, señal inequívoca de buena suerte.
Como verán la conjura de estas supersticiones va desde “perdonar la vida” hasta la eliminación de la entidad portadora de la superstición. Como si los anisópteros, coleópteros, himenópteros y arácnidos no tuviesen suficiente con sobrevivir día a día en la salvaje naturaleza como para enfrentarse también a la escoba o al zapato del temeroso cristiano. Por que, por supuesto, la mayoría de la gente supersticiosa es igualmente religiosa.
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