Por Alan Luna
A Carlo Michi lo encontramos como de costumbre en las afueras del Noctámbulus-Púb., ya sea sentado, o conversando con algún amigo, dándole interminable cuerda a un nuevo proyecto, o a un nuevo sueño. En esta oportunidad lo citamos para dialogar sobre su más reciente proyecto con los cantautores trujillanos, además de saber algo sobre su filosofía de vida, música y fe.
CARLO MICHI, medio siglo no es nada
¿Quién es Carlo Michi?, se pregunta el hombre de cabello blanco y gesto amable, el de la filosofía simple y la sonrisa dispuesta, y se hace la pregunta como respondiéndose en el acto.
Carlo Michi, es el que ves acá, contesta. El ser humano que ha madurado, espiritual e intelectualmente; el que se ha aperturado a Dios, y a sí mismo.
Son cincuenta años que lo tienen satisfecho, en parte, porque son los tiempos más fértiles de su mensaje, y en parte, porque no son casi nada para alguien que espera otro medio siglo de música, amigos, sueños, y sobre todo, de Dios; medio siglo ya pactado de antemano con el señor de arriba.
El mensaje
Le preguntamos como emparenta su mensaje con la música, y nos responde que no hay necesidad; que ambos de por sí ya van unidos. Carlo nos habla de Dios con claridad, pero principalmente con convicción. Con la convicción del que ha sentido su presencia divina. Nos dice que el ha cometido errores, y que de todo ha aprendido, que sabe ahora perfectamente que no hay otro camino sino es a través del creador.
Hablando de crear, nos cuenta también que es feliz creando, que por eso estamos hechos a imagen y semejanza. Sonríe. Dice que a sus cincuenta y tantos, sabe lo que es la felicidad, que siempre tendrá una sonrisa en el rostro; que la pasó mal pero que lo rescató Dios, a través de muchas personas que lo ayudaron en el momento que casi fue el final.
Antes de cruzar la otra línea
“Estuve a punto de morir, no se me podían acercar, olía a muerto” nos revela, mientras prende uno de sus acostumbrados cigarros bajo una tenue garúa de la noche del jueves. Estamos sentados en las afueras del Noctámbulus-Púb. Dios me salvó mientras otros me daban por desahuciado. “Regresé de la muerte” y toda por la gracia del Señor. Carlo es un músico y habla como filósofo de la fe. Una enfermedad casi le hace cruzar la línea, casi le hace colgar la guitarra para siempre. Pero está de nuevo acá con tantas o más fuerzas que antes. Cree en su apertura intelectual, le gusta la gente con la que pueda conversar. Un músico tiene un don, y debe saber utilizarlo. No es músico el chico más bonito, o el que toca mejor, sino el que transmite mejor sus sensaciones, sean humanas o espirituales.
El sueño mayor
“Dios me regaló una guitarra blanca con incrustaciones de oro, y esa guitarra la llevo dentro”, esa guitarra, -nos relata-, es un pacto con el de arriba, es un pacto de vida, y vida es lo que más le sobra en estos momentos a Carlo. Anda de un lado para otro buscando cosas, elaborando nuevos sueños y proyectos, abriendo nuevas ventanas para su música y la de sus amigos.
El sueño de la guitarra le devolvió el Norte a su brújula y las ganas de volver al ruedo. Está afincado aquí en Trujillo hace un tiempo. Pero su aspecto lo delata, es de descendencia italiana. Su talante bonachón debe pertenecerle por raza.
Las nacionalidades
En realidad es tan peruano como cualquiera de nosotros, tiene quizá la suerte de poseer dos nacionalidades, la peruana y la italiana, o sea un italo-peruano. Pero Carlo nos corrige, dice que tiene en realidad tres: la peruana, la italiana, y la de la tierra. Sí, la de la tierra, esa que es más extensa que las anteriores, pero que por ahora necesita más pasaportes que cualquiera.
La música
Carlo nos dice que el medio más bello y eficaz para tocar a Dios es la música. Después de todo es y será la expresión más primaria del ser humano. Carlo y el blues son amantes desde muy temprana edad. A los catorce años llegaron a sus oídos los primeros discos, y desde entonces parece seguir en este eterno perfeccionamiento, no sólo técnico, sino expresivo. En el escenario parece fluir como el humo, y toma otra dimensión. Estira el clímax hasta donde puede, para luego darle espacio a la calma. Lo acompañan en esta danza generalmente de dos a tres músicos, todo un rito de sana elevación. Y cómo no sentirse bien si al final alguien se le acerca y le dice que nunca ha visto a un Dios tan de cerca. Carlo recuerda la anécdota y sonríe. Después de todo eso es lo más bello de los conciertos, reconoce. Recuerda entonces una de las fechas del Expo-Blues, cuando al final del concierto se le acercaron a felicitarlo gente de las tres generaciones, mayores, jóvenes y niños, vaya que los niños son la satisfacción más grande. Si Dios no le dio hijos naturales, sí que le dio muchos hijos adoptivos, muchos hermanos de cariño.
Un pequeño Woodstock
“No hubo nada como Woodstock”, fueron tres días de amor, paz y música. Nada se le igualará”. Nos cuenta Carlo, dice que hubo otros intentos de esa magnitud pero que no llegaron a trascender en el inconciente colectivo con el mismo nivel y profundidad que el original. Carlo está buscando su propio Woodstock, sus conciertos lo son para él. Los recitales con sus amigos, también. Se siente satisfecho con lo que logró el Expo-Blues, una pequeña sucursal de la libertad.
Llega gente al Púb, y Carlo se dispone a atenderlos personalmente, entonces nos despedimos para dejarlo hacer su trabajo, hasta una nueva oportunidad.
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