De Cajamarca al mundo:
Yma Sumac, la “princesa inca”, y su estrella en el Boulevard de la fama
Escribe: Alan Luna Rodríguez
Este, es el extraño cuento de hadas de la princesa inca que llegó un día a Broadway, a las Vegas, a Hollywood; que filmó con Charlton Heston, que tuvo una estrella en el Boulevard de la Fama, que fue considerada como una de las voces más dotadas del mundo, y que un día desapareció, como tragada por un enigmático autoexilio.
Yma Sumac, o Zoila Augusta Emperatriz Chavarri del Castillo, nació en el Callao, -entiéndase por casualidad, por una eventualidad de pasajeros-, pero se crió desde que tuvo uso de memoria en Ichocán, un pequeño distrito de Cajamarca. Los primeros años de la “princesa inca” (se decía que la madre era descendiente directa del último inca, Atahualpa; afinidad difícil de probar, aunque se haya intentado) transcurrieron en su pueblo, en donde, cuenta la crónica-leyenda, hablaba cantando con los pajarillos, imitando el sonido de las aves. Despertando la fascinación de audaces personajes que no esperaron para llevarla a la capital y explotar, con justicia o no, todo su potencial. La princesa cantaría entonces en Radio Nacional, deslumbrando a los oyentes con su precocidad y peculiar entonación.
Con el éxito llegó el amor, o algo parecido a ello, quizá el interés vestido de terciopelo, o un simple deslumbramiento, lo que haya sido llegó a su vida. Un talentoso príncipe se casó con ella. Moisés Vivanco la desposó en 1942, cuando ella era aún una adolescente, para luego de la unión pasar a ser su manager, tutor, productor, asesor artístico y padre de su hijo.
Perú, su mundo, como todo, empezaba a cambiar, y a maravillarse cada día más con su inalcanzable voz. Fue extraño cómo la suerte se movió en torno a ella; como extraño fue todo el velo que cubrió su vida privada, y que no dejó ver más allá de lo escrito en notas periodísticas, objetivas y sensacionalistas.
Un día Yma Sumac emigró; un día regresó, un día apareció en la televisión y conquistó a la teleaudiencia. Y la potencia norteamericana puso sus ojos en ella. En 1950 firmaría por la conocida disquera Capitol Records, para grabar discos como La voz de Xtabay, Fuego del Ande, La leyenda de la virgen del sol, Jíbaro, y otros; llegando al estrellato del modo más explosivamente cosmopolita. Incluso la princesa inca, del pequeño pueblo cajamarquino llegó al celuloide, para rodar junto a uno de los más grandes príncipes en ciernes, el actor Charlton Heston, el film que llevaría por titulo The secret of the inca (1952). Y como todo siguió cambiando, ella cambió, su forma de cantar cambió, su registro insólito (posiblemente de cinco octavas),sus pretensiones, y todo al ritmo frenético de una historia hollywoodense; lo que no perdonó una cucufata sociedad intelectual limeña que dominaba todo el movimiento cultural de la capital; llegando incluso a impedirle una presentación en el Teatro Municipal, ya que no le perdonaban la supuesta traición de sus raíces, al considerar que su música se había transformado en una especie de hibridación, medio étnica, medio psicodélica, medio under, relegando el aspecto de la noción “peruano-andino”. La princesa, explicablemente resentida se alejó del pequeño mundo que la vio crecer.
A mediados de los cincuenta, Yma Sumac se nacionalizó estadounidense. Pero ciertos problemas, según los rumores, extramaritales y financieros, harían temblar seriamente su sólida estrella. Es entonces que la princesa parte al país de las estaciones frías, Rusia, atendiendo a una invitación de su presidente. La potencia la recibe con calidez, y en ella Yma se pasea por un incontable número de ciudades, dando conciertos multitudinarios. Después de algunos años de éxito, regresa a EE.UU., en donde el boom por lo místico andino había pasado de moda; el recibimiento es indiferente y casi imperceptible. Y con todo eso, llega el escándalo del desamor, y el inevitable divorcio de Vivanco en 1965.
Luego de cierto silencio, la princesa de cuarenta y tantos años, vio revivida su estrella, aunque sea por un instante, en la década del setenta, coincidiendo con el renovado pero fugaz interés que se cobró por esa música “exótica”. Desde entonces poco se sabía, hasta ahora que volvió a pisar su tierra, de la princesa inca, cajamarquina, que un día habló con los pajarillos y que hoy a sus ochenta y tantos años pisa, de vez en cuando, su estrella en el Boulevard de la Fama.
Yma Sumac, o Zoila Augusta Emperatriz Chavarri del Castillo, nació en el Callao, -entiéndase por casualidad, por una eventualidad de pasajeros-, pero se crió desde que tuvo uso de memoria en Ichocán, un pequeño distrito de Cajamarca. Los primeros años de la “princesa inca” (se decía que la madre era descendiente directa del último inca, Atahualpa; afinidad difícil de probar, aunque se haya intentado) transcurrieron en su pueblo, en donde, cuenta la crónica-leyenda, hablaba cantando con los pajarillos, imitando el sonido de las aves. Despertando la fascinación de audaces personajes que no esperaron para llevarla a la capital y explotar, con justicia o no, todo su potencial. La princesa cantaría entonces en Radio Nacional, deslumbrando a los oyentes con su precocidad y peculiar entonación.
Con el éxito llegó el amor, o algo parecido a ello, quizá el interés vestido de terciopelo, o un simple deslumbramiento, lo que haya sido llegó a su vida. Un talentoso príncipe se casó con ella. Moisés Vivanco la desposó en 1942, cuando ella era aún una adolescente, para luego de la unión pasar a ser su manager, tutor, productor, asesor artístico y padre de su hijo.
Perú, su mundo, como todo, empezaba a cambiar, y a maravillarse cada día más con su inalcanzable voz. Fue extraño cómo la suerte se movió en torno a ella; como extraño fue todo el velo que cubrió su vida privada, y que no dejó ver más allá de lo escrito en notas periodísticas, objetivas y sensacionalistas.
Un día Yma Sumac emigró; un día regresó, un día apareció en la televisión y conquistó a la teleaudiencia. Y la potencia norteamericana puso sus ojos en ella. En 1950 firmaría por la conocida disquera Capitol Records, para grabar discos como La voz de Xtabay, Fuego del Ande, La leyenda de la virgen del sol, Jíbaro, y otros; llegando al estrellato del modo más explosivamente cosmopolita. Incluso la princesa inca, del pequeño pueblo cajamarquino llegó al celuloide, para rodar junto a uno de los más grandes príncipes en ciernes, el actor Charlton Heston, el film que llevaría por titulo The secret of the inca (1952). Y como todo siguió cambiando, ella cambió, su forma de cantar cambió, su registro insólito (posiblemente de cinco octavas),sus pretensiones, y todo al ritmo frenético de una historia hollywoodense; lo que no perdonó una cucufata sociedad intelectual limeña que dominaba todo el movimiento cultural de la capital; llegando incluso a impedirle una presentación en el Teatro Municipal, ya que no le perdonaban la supuesta traición de sus raíces, al considerar que su música se había transformado en una especie de hibridación, medio étnica, medio psicodélica, medio under, relegando el aspecto de la noción “peruano-andino”. La princesa, explicablemente resentida se alejó del pequeño mundo que la vio crecer.
A mediados de los cincuenta, Yma Sumac se nacionalizó estadounidense. Pero ciertos problemas, según los rumores, extramaritales y financieros, harían temblar seriamente su sólida estrella. Es entonces que la princesa parte al país de las estaciones frías, Rusia, atendiendo a una invitación de su presidente. La potencia la recibe con calidez, y en ella Yma se pasea por un incontable número de ciudades, dando conciertos multitudinarios. Después de algunos años de éxito, regresa a EE.UU., en donde el boom por lo místico andino había pasado de moda; el recibimiento es indiferente y casi imperceptible. Y con todo eso, llega el escándalo del desamor, y el inevitable divorcio de Vivanco en 1965.
Luego de cierto silencio, la princesa de cuarenta y tantos años, vio revivida su estrella, aunque sea por un instante, en la década del setenta, coincidiendo con el renovado pero fugaz interés que se cobró por esa música “exótica”. Desde entonces poco se sabía, hasta ahora que volvió a pisar su tierra, de la princesa inca, cajamarquina, que un día habló con los pajarillos y que hoy a sus ochenta y tantos años pisa, de vez en cuando, su estrella en el Boulevard de la Fama.
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