¿Qué esperan las provincias de un probable gobierno de Humala?

Pues, un cambio. Una vuelta de tuerca y hélice que signifique un verdadero avance de esta maquinaria llamada país. Las provincias no esperan, con razón o no, lo mismo que espera la mayoría los medios de prensa, o sea un Humala emparentado con Toledo o García. 

Las provincias se cansaron de esa endeble democracia de Punta Sal y Baguazos. Es así de triste. Si no, recuérdese que fue precisamente después del gobierno de Toledo que emergió por primera vez Ollanta Humala como opción política. Entonces, ¿en qué fracasó Toledo, si era precisamente su gobierno el que representaría una primavera democrática después de la dictadura?

Pues falló en creer que las cifras del PBI son comestibles.

Del gobierno de García no se puede hablar mejor. “El perro del Hortelano” lo resume todo. El baguazo, BTR,  y lo de su religiosa creencia en que la venta de celulares significaba el verdadero progreso social, es ya mucho decir. Y respecto a la estadística que siempre maneja, de que la pobreza ha disminuido del 48% al 34% (54% desde Toledo), ¿alguien se ha tomado el trabajo de preguntarle a ese 14% o 20% si siente que ha dejado de ser pobre y tiene mejores expectativas laborales y accesos a servicios?

Salir de la pobreza no es sólo ganar 50 o 100 soles más de lo que se ganaba cuando una tabla estadística lo consideraba a uno pobre. Salir de la pobreza implica, básicamente, dignidad de ser humano. Tener un trabajo estable y formal, que le permita a uno, a través de una remuneración mínima vital, una vida de posibilidades y libertades. Salir de la pobreza es poder acceder a una educación y a una salud de calidad. Se dice que ya casi somos de primer mundo porque ahora se venden más electrodomésticos que hace uno años. “La pregunta es: ¿y los presupuestos para Educación y el Sector Salud, también son de primer mundo?”

¿Vivimos el milagro peruano, o es un milagro que como peruanos estemos vivos?

Además de la creciente percepción de que en las democracias liberales (y neoliberales) las dictaduras son de tipo empresarial. Ya no tanques ni borceguíes, sino yates y corbatas.

Las provincias, con algo de rabia –hay que reconocerlo-, lograron torcerle el brazo a Lima, e impedir que nuevamente la capital decidiera por el resto del país. Esta vez las provincias alzaron la voz diciendo: ‘te llevas mis recursos y no me devuelves nada’. Esa es la verdad del descontento. De lo contrario, PPK ya sería el nuevo presidente, y Keiko su Primer Ministro.

Según la más reciente encuesta nacional de Ipsos Apoyo, publicada el domingo 25 de abril, los resultados por Regiones son: Norte: Humala: 39%, Keiko 36% --- Centro: Humala 48%, Keiko 34% --- Sur: Humala 53%, Keiko 23% --- Oriente: Humala 45%, Keiko 38%.

Keiko Fujimori apenas gana en Lima, con un 43% frente a un 35% de Humala.

Y aunque a algunos les resulte difícil reconocerlo, un porcentaje del voto rural de Keiko, no el mayoritario, por supuesto, es un voto que ya ni siquiera espera un cambio económico que lo beneficie, a lo mucho y agradece el asistencialismo que les brindó la dictadura, aunque sea a manera de bolsita de azúcar. Así de mal estamos. O sea que tampoco es un voto plenamente pro-sistema, como se cree.

Por otra parte, a diferencia de lo que piensa la mayoría de sociólogos, la evidencia de la polarización no es un fenómeno extremamente negativo. Es en buena cuenta un síntoma de nuestra enfermedad. Esconder esa polarización es como enviar otra vez el debate acerca de la ‘exclusión social’ bajo el tapete del entretenimiento mediático.
Tratar, exponer, y, sobre todo, drenar esa polarización es el reto. Un psicoanálisis que nos enfrente a nuestros miedos, y nos obligue a superarlos; sacando toda esa pus acumulada por décadas.

De salir elegido Humala como presidente, la valla que le pondrán las provincias será muy alta; y la exigencia, inmediata: cobrar impuestos a las sobreganancias mineras, renegociar contratos, pensiones, aumentar el gasto social, implementación de hospitales y colegios en los lugares más remotos, combatir la delincuencia (apoyando a las rondas urbanas y rurales), redistribuir las riquezas, ‘descentralización y autonomía regional’, estatizar o hacer más competitivas las pocas empresas peruanas que quedan. Etc.

Las provincias, y es comprensible, no quieren a un Humala Light. Quieren un Humala reformista, encarador, “macho”, en pocas palabras. “Que arregle todo lo torcido sin tumbar el árbol ya crecido”. Lo que ello signifique y el riesgo que eso conlleve.

Si Humala termina haciendo tantas concesiones que lo único que lo separe de Toledo sea el apellido, y de García el abdomen, entonces las provincias responderán de dos maneras: o radicalizándose en modo tal que ahoguen a Humala en protestas sociales. O, resignándose a la idea de que la desigualdad en el Perú no tiene solución, sea cual fuere el proyecto que lo intente gobernar.

En perspectiva y a elegir: entre un voraz y excluyente modelo neoliberal, o una reforma institucional equitativa; que mal llevada podría desembocar en una crisis económica. Otra más.

Complicada situación.

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