La otra casa desaparecida
Por Ybrahim Luna
Éste no es un breve texto celebratorio, ni mucho menos. Tampoco, una constancia de vida, un manifiesto del cliché, o el espejismo danzante de las CIFRAS. No. Ésta es la reivindicación de la soledad temprana, del pesimismo como optimismo bien informado. Ésta es, en suma, una coartada para disecar a contraluz el karma de vivir en un país casi siempre a la deriva.
Alguien buscó la partida fedateada de un país que nunca nació. Y era obvio que no la encontraría, tal como fue. El país de las encuestas compradas y de la impuntualidad no respondió al llamado. Una república de pocos caciques y bicolores, que no significaba más que un puesto en el descentralizado de la pobreza, se erigió desde la eventual bonanza del guano. Desde aquel vértigo de riquezas que sólo tuvo una primavera ficticia.
El Perú es libre e independiente desde su laxa esclavitud, desde la dependencia mundial de sus materias primas devueltas al triple de precio, desde su interpretación primaria de la televisión como tercer ojo, desde su tradición cultural borroneada con aerosol, desde su orgullo comprado de ceviche y hamburguesa. El Perú es súper, como en el comercial.
La iniciación espiritual se dio en una combi desembocada en la avenida Sur, en un paradero de Repúblicas mal cosidas, de mil desencantos y diez golpes de Estado. El país fue un amasijo de criollos evangelizando a niños de la sierra alta, confundiéndolos con la fábula del banco de oro y con el miedo de la globalización. Bienvenidos al miedo a la libertad.
Bienvenidos Vallejos y Chabucas al país de la indiferencia institucional, al país de las pensiones de clavos y losas, al país de la risita privada, al de la veintiúnica redacción imperante, la de los dueños. Bienvenidos al silencio de los segregados, al silencio de las madres que aún esperan que sus hijos regresen de la Universidad dieciséis años después. Bienvenidos al país que celebra de vez en cuando a algún dictador, y que aplaude la exigencia de mano dura desde su potencial, y casi segura, neurosis futura.
El país que González Prada soñó en sus pesadillas de joven envejecido de repente, navegó frondoso mientras era desmembrado en cada guerra perdida, en cada guerra pactada. Navegó hasta anclar en partes diferentes como rompecabezas en tonel de agua.
Muchos Perús emergieron entonces más definidos, con espacios, amores y resentimientos propios. La historia fue registrada en cada cardiograma político, en cada temporada de elecciones: inclusión social.
“Inclusión social” en boca de todos, incluso, en la boca de los excluidos que llegaron a Lima y que por obra y gracia de una marca comercial dejaron de serlo. Siendo los nuevos verdugos de los recién llegados.
El país del fútbol de las gambetas geniales, de las llevaditas de barrio, de la criollada y las definiciones de chalaca degeneró en lo que hoy, con tanto esfuerzo de chelas y vedettes, es.
Y no hay mucho misterio que resolver, ni mucho cable que conectar. La verdad se muestra más simple. Como diría Oswaldo Reynoso en una conferencia: la pregunta ¿cuándo se jodió el Perú? es engañosa. Porque es como decir que alguna vez –antes- el Perú estuvo bien.
Y es que el Perú aún no ha madurado ni como Estado ni como Nación. El Perú desinfecta las heridas a menor velocidad que crea y reabre otras. Así, la injusticia y la ignorancia cabalgarán como la muerte en un campo de exterminio.
Claro que habrá quienes miren la realidad desde otras perspectivas, desde hoteles y aeropuertos; quienes encuentren un lugar colándose en la fila, quienes adopten una postura frente a la Catedral, y otra frente a la familia, quienes crean que gritando harán llegar a la selección al mundial, quienes opten un puesto por las faldas prestas del arribismo, quienes adoren al pisco sour y choleen al cuy, quienes canten el himno con mano en el pecho y se pasen las luces rojas, quienes enaltezcan la figura de Grau y regresen a casa manejando en ebrios zig-zags, quienes amen a Cubillas y menosprecien a la Federación Peruana de Ajedrez, quienes gusten del caballo de paso y cierren las puertas del club porque es privado, sólo para socios; quienes icen la bandera cada domingo y golpeen a su cónyuge cada sábado por la noche… y sobre todo quienes sollocen a sus hijos, padres, y hermanos fantasmas en las alturas siempre anchas y ajenas de Putis.
Pero, y a pesar de todo, de TODO, siempre es posible -muy posible- que (como dice la canción) los hijos puedan cambiar lo que hicimos y la casa nunca más desaparezca.
Por Ybrahim Luna
Éste no es un breve texto celebratorio, ni mucho menos. Tampoco, una constancia de vida, un manifiesto del cliché, o el espejismo danzante de las CIFRAS. No. Ésta es la reivindicación de la soledad temprana, del pesimismo como optimismo bien informado. Ésta es, en suma, una coartada para disecar a contraluz el karma de vivir en un país casi siempre a la deriva.
Alguien buscó la partida fedateada de un país que nunca nació. Y era obvio que no la encontraría, tal como fue. El país de las encuestas compradas y de la impuntualidad no respondió al llamado. Una república de pocos caciques y bicolores, que no significaba más que un puesto en el descentralizado de la pobreza, se erigió desde la eventual bonanza del guano. Desde aquel vértigo de riquezas que sólo tuvo una primavera ficticia.
El Perú es libre e independiente desde su laxa esclavitud, desde la dependencia mundial de sus materias primas devueltas al triple de precio, desde su interpretación primaria de la televisión como tercer ojo, desde su tradición cultural borroneada con aerosol, desde su orgullo comprado de ceviche y hamburguesa. El Perú es súper, como en el comercial.
La iniciación espiritual se dio en una combi desembocada en la avenida Sur, en un paradero de Repúblicas mal cosidas, de mil desencantos y diez golpes de Estado. El país fue un amasijo de criollos evangelizando a niños de la sierra alta, confundiéndolos con la fábula del banco de oro y con el miedo de la globalización. Bienvenidos al miedo a la libertad.
Bienvenidos Vallejos y Chabucas al país de la indiferencia institucional, al país de las pensiones de clavos y losas, al país de la risita privada, al de la veintiúnica redacción imperante, la de los dueños. Bienvenidos al silencio de los segregados, al silencio de las madres que aún esperan que sus hijos regresen de la Universidad dieciséis años después. Bienvenidos al país que celebra de vez en cuando a algún dictador, y que aplaude la exigencia de mano dura desde su potencial, y casi segura, neurosis futura.
El país que González Prada soñó en sus pesadillas de joven envejecido de repente, navegó frondoso mientras era desmembrado en cada guerra perdida, en cada guerra pactada. Navegó hasta anclar en partes diferentes como rompecabezas en tonel de agua.
Muchos Perús emergieron entonces más definidos, con espacios, amores y resentimientos propios. La historia fue registrada en cada cardiograma político, en cada temporada de elecciones: inclusión social.
“Inclusión social” en boca de todos, incluso, en la boca de los excluidos que llegaron a Lima y que por obra y gracia de una marca comercial dejaron de serlo. Siendo los nuevos verdugos de los recién llegados.
El país del fútbol de las gambetas geniales, de las llevaditas de barrio, de la criollada y las definiciones de chalaca degeneró en lo que hoy, con tanto esfuerzo de chelas y vedettes, es.
Y no hay mucho misterio que resolver, ni mucho cable que conectar. La verdad se muestra más simple. Como diría Oswaldo Reynoso en una conferencia: la pregunta ¿cuándo se jodió el Perú? es engañosa. Porque es como decir que alguna vez –antes- el Perú estuvo bien.
Y es que el Perú aún no ha madurado ni como Estado ni como Nación. El Perú desinfecta las heridas a menor velocidad que crea y reabre otras. Así, la injusticia y la ignorancia cabalgarán como la muerte en un campo de exterminio.
Claro que habrá quienes miren la realidad desde otras perspectivas, desde hoteles y aeropuertos; quienes encuentren un lugar colándose en la fila, quienes adopten una postura frente a la Catedral, y otra frente a la familia, quienes crean que gritando harán llegar a la selección al mundial, quienes opten un puesto por las faldas prestas del arribismo, quienes adoren al pisco sour y choleen al cuy, quienes canten el himno con mano en el pecho y se pasen las luces rojas, quienes enaltezcan la figura de Grau y regresen a casa manejando en ebrios zig-zags, quienes amen a Cubillas y menosprecien a la Federación Peruana de Ajedrez, quienes gusten del caballo de paso y cierren las puertas del club porque es privado, sólo para socios; quienes icen la bandera cada domingo y golpeen a su cónyuge cada sábado por la noche… y sobre todo quienes sollocen a sus hijos, padres, y hermanos fantasmas en las alturas siempre anchas y ajenas de Putis.
Pero, y a pesar de todo, de TODO, siempre es posible -muy posible- que (como dice la canción) los hijos puedan cambiar lo que hicimos y la casa nunca más desaparezca.
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1 comentarios:
Y pensaba que yo era el sujeto de humor sombrío... este es el Perú de los mil discursos y las pocas esperanzas
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