Los últimos jugadores de las Pampas de Argentina en Cajamarca



Ni tan pampas ni tan argentinas

Por Alan Luna

Una de las características principales del “júlbol” peruano es la informalidad. Y es obvio que el deporte cajamarquino no escapa a dicha constante. Característica que, sin embargo, no detalla en toda su dimensión la naturaleza del desfogue dominical de decenas de peloteros de toda laya.


El hombre común y corriente no puede quedar frustrado y relegado a mirar por TV el deporte de sus amores. Con el que creció y con el que, de hecho, envejecerá. No puede quedar como un sediento espectador - aunque haría bien ese favor - y terminar la semana con el estrés de haber trabajado duro o de no haber hecho nada. Entonces, el deportista cajamarquino pone en práctica un rito que no ha cambiado mucho desde la época de las cavernas: un consejo gregario.


Amanece en fin de semana, y el hombre tiene listos todos sus implementos deportivos en un lugar estratégico: cualquier rincón. No importa que estos implementos estén percudidos, parchados, reparchados, hagan combinación de dos marcas, sean prestados, rediseñados con tijera, radiactivamente fosforescentes, lujosamente anticuados, o incluso nuevos. No importa. Todos juegan.


Luego de la implementación guerrera, el hombre se comunica con su tribu, ya sea por señales de humo, silbidos o mensajes de texto. Entonces, y a medida que se baja por la ciudad, el grupo va creciendo en variedad: altos, bajos, gordos y flacos; y todo queda listo, o casi listo, a la entrada del más grande complejo recreativo natural y gratuito de la ciudad, Las pampas de Argentina. Claro que en lo de disciplinas deportivas solo tiene de pampas y nada de argentinas.


“¿Apuesta? Un sol nomá pe, pa que quede pa la revancha. ¿Partido partido? Ya, listo”. Pero ese no es el precio unitario del sudor. Los más tigres -y tíos- se la juegan a dos soles y arman la tría y la cuadra. Aunque también se ha oído rumores -aclarando que son solo rumores- que las apuestas han ascendido a las impares y kamikazes cifras de tres y cinco soles. Vaya usted a saber.


El progreso, que no es lo mismo que “buen gusto”, se impone sobre los arrabales. En este caso, tierra, pencas y hierba. Y los espacios se van reduciendo domingo a domingo (nota: por supuesto que hay gente que juega los sábados). Todo suma en aislar a los últimos jugadores de la nueva década del 2000, en espacios cada vez menores. El agua, el barro, las construcciones, los fierros, las fosas, los montículos, las cercas, etc., todo contribuye.


El nuevo proyecto que sofisticará las viejas pampas, y que incluye -según lo previsto- canchas sintéticas, aún tiene para largo. Mientras tanto, un raza que practica el atletismo disfuncional de reventarse las canillas por la gloria de una victoria comunitaria, se pisa los pies por ganarse –tempranito- un pedazo de territorio plano, cada vez menos posible.






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