Por Alan Luna
Dice una leyenda urbana que si le regalas flores de cementerio a una mujer, inevitablemente le irá mal. La misma leyenda dice que el aroma de las flores alimenta el olfato relativo de los muertos. Lo que no dice es que las flores que se venden en las afueras del cementerio están más baratas que en cualquier florería del centro de la ciudad.
La muerte es un negocio, se sabe, o mejor dicho toda su parafernalia. Y los que cubren ese “nicho” comercial y esa estética del duelo son productores indiferentes a la superstición: desde las señoras que humedecen con spray sus atados de flores hasta los albañiles que construyen pabellones para el reposo horizontal.
Según el inventario, un cementerio amplio y pobre. Una división entre mausoleos y cruces clavadas sobre montículos de tierra. Un santo popular fusilado durante el gobierno militar de Velasco. Coronas y algunos huesos secándose entre las lápidas. Velas inclinadas. Lagartijas al sol. Y mucho silencio.
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