Cuento de César Hildebrandt, Friday 13

Aparecido hoy en el Diario La Primera


Salimos de ver El niño –una película sobrevalorada por la crítica oficial– y queremos comer algo. Entramos a un café pero la lista nos decepciona, así que caminamos unos pasos sin rumbo hasta que vemos el letrero de algo que parece llamarse Fridays, o algo parecido. Parece lo único abierto a esa hora de la trasnoche.
Una música espantosa nos recibe apenas cruzamos el umbral. No es música: es un tamtam primordial a 200 decibelios por tímpano. Pienso que los oídos me supurarán si sigo oyéndola. Le digo a la camarera que, por favor, la bajen un poco. Me lo promete.
Nos sentamos mientras camareros y camareras pasan con sus uniformes rojos y sus sombreros para todos los gustos: tricornios, panamás, boinas, gorras, sombreros de ala ancha, de arlequines, de relojeros locos. Sus tirantes parecen metálicos de tantos pines que llevan: ¿los habrá condecorado Mario Poggi?
El tamtam no es nada a la hora de los cumpleaños. Y nos advierten que hay dos. Por cada uno sufriremos como chinos desafectos los gritos salvajes, los silbidos con el dedo índice doblado entre los labios, los cacerolazos de las camareras y los camareros que celebran el happy birthday.
Todos parecen adiestrados para hacer el mundo más hostil, más invivible, más oligofrénico. Todos tienen entre 18 y 25 años y parecen (o son) felices con lo que hacen. ¿Quién inventó esto? ¿De qué paraje donde mataban apaches dormidos sale esta franquicia? ¿De qué gusto a lo Bush viene este modo de parodiar al infierno? ¿O esta es creación heroica y modelo nacional?
Muchachos y muchachas pueblan las mesas mientras el tamtam no cesa, matando 40,000 neuronas por segundo, desactivando millones de sinapsis, atacando el hipotálamo, provocando diminutos derrames en el lóbulo parietal derecho, obligando a que la gente grite para ser escuchada. Y la gente grita, claro, para imponerse a los gritos que la desafían desde las otras mesas y en medio de esa gritería universal sólo se pueden distinguir risotadas, blasfemias, putasmadres, choques de vasos contra las mesas y risitas agudas y propiciatorias de chicas que se han pasado de margaritas.
El lugar es como un barco sellado que sigue su rumbo al Mar de los Sargazos, su único destino posible. Tan sellado que nada exterior se le aproxima. No estoy en un restaurante, pienso: me he iniciado en un rito satánico.
Y cuando todo está a punto de volverte loco y convertirte en asesino en serie de una sola noche, cuando estás calculando los múltiples usos que puede tener tu tenedor, entonces pasa el cajero decorado con un sombrero que es un enorme zapato mientras el tamtam arrecia y en la TV, al mismo tiempo, está Fox deportes y desde la mesa te mira, por fin, el cadáver de un pollo hecho trizas y una salsa oscura que hace juego con tu humor. En la mesa de atrás dos adultos gordos beben aturdidos una cerveza mientras –estoy seguro– traman un crimen. Como yo.

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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Grande César, só lo leí, es un escritor... ok
Sebastian

Anónimo dijo...

Grande che. sos genio cesar

Televidente dijo...

no es un cuento, es una cronica

Anónimo dijo...

coincido es una kritica, y de las mejores ke e leido, buena cesar