Cuento VALS EN Ocho PASOS PARA CINE INDEPENDIENTE DE BARRIO

Autor: Alan Luna
UNA CONOCIDA CANCIÓN
El vidrio está quebrado, pero el reflejo es entendible. Max escupe en el lavador y vuelve la vista al espejo; extrae de una gaveta el frasco de brillantina que le dará vida a ese cabello opaco y acostumbrado en una dirección. Hay mucha filosofía en los olores domésticos. Lo sabe; nadie se lo enseñó. El sol de las nueve se fracciona por la ventana, le roza el brazo. Eso se siente bien. Vuelve a escupir en el lavador, y se peina en dos tiempos. Exhala, y todo lo borroso desaparece. Se fascina con el brillo de su pelo. Cambia lo que queda de agua, y al agacharse siente el sol de lleno en la nuca. Contiene la respiración cerca de las pelusas descubiertas por la luz. Suelta el aire, y toda una vida por la boca. Luego se hace trampa, sonríe, feliz. Devuelve la mueca al espejo y le queda el rostro sereno, limpio y afeitado. El sol le sube hasta la garganta. Está complacido. Toma sus lentes y un sombrero marrón.
Una música le llega de la calle. Inunda la habitación, y las cosas sobre la mesa: el llavero, las tarjetas, una cinta pirata, la radio, todo.

CONTEMPLACIÓN AZUL
Sus lentes tienen la montura ancha y eso hace que encajen bien en su rostro poco anguloso, en su rostro John Wayne. Tener estilo es consecuencia de madurez. De la puntual madurez que él cree reconocer en sus ojeras, camisa a cuadros, y sombrero de piel. La música no es de afuera, de la ciudad, del país. Es de su radiola, de sus discos de vinilo. Cómo olvidarlo si anda dando vueltas por ahí el lado B de un clásico de jazz. Esa música te parte en dos. Te triza de a pocos, piensa, siente.
La ventana está de par en par. Es abrumadora la nada del cielo, un azul continuo, redentor. Max se apoya en un mueble esperando la llegada de Sonia, y siguiendo con la mirada, un auto que se estaciona en la calle de enfrente, una portezuela que se abre, un hombre que baja con una maleta, que se para frente a una casa sin hacer nada; que piensa y espera algo.
Sonia ha debido llegar hace una hora. O al menos llamar. Es la historia de siempre. El disco hace un silencio de estática y continúa. El hombre de la calle sigue esperando. El sombrero de Max es un juego sin importancia. Hace sudar la cabeza. Es mejor quitárselo y arrojarlo en la canasta de la ropa. Después de todo, hay mucho cielo alrededor.

POR QUÉ NO IRSE

Gira su paciencia. La eternidad de la calma. Un aire le empuja la cara. Mira el reloj. Si acaso todo fuese ingrávido, el peso de todo, de las decisiones. El hombre de la calle toca una puerta. Llaman al teléfono. No es Sonia, es una equivocación. Max busca algo para comer, una gaseosa, una conserva. Prende la tele. El noticiero es interesante, están transmitiendo en directo desde Irak, pero decide salir a caminar por la avenida con su cámara fotográfica. Se detiene ante el cerrojo. Mejor es esperar y no darle motivo a Sonia. Ningún motivo para culpar a nadie. Ahí está la cara de Max, en el espejo. Coge la cámara y se toma una foto. Recuerda que hay demasiado brillo y no saldrá nada; quita el flash, toma otra. La polaroid se sacude y aparece la imagen: el rostro de Max en el espejo quebrado y su cámara a la altura del pecho. Es la cara de ternura azul que siempre quiso mostrarle a Sonia para escapar de la eterna pregunta de si me amas o no.
Se siente más decidido. Avanza hasta la puerta y vuelve a detenerse ante el cerrojo. Se contrae un milímetro. Regresa a la ventana, y observa al hombre de la calle esperar bajo un cielo cada vez menos despejado. Siente la necesidad de espiar a alguien. Después de todo siempre se sintió un James Stewart en La Ventana Indiscreta. El noticiero llena el silencio dejado por el disco de vinilo.

DE ESTE LADO SE VE MEJOR
Sonia se mira las uñas. Su mano no revela nada. Es estudiante de psicología, nada en especial. Le gusta la sensación del auto. Sigue observando. Su mano la inquieta. No revela el tono vital de sus veinticinco años, de su independencia. El taxi avanza, gira a la derecha. No hay conversación con el chofer. Sería entrar en un involuntario análisis. Esa manía de la práctica de campo. Las nubes empiezan a llenar la nada. Corre algo de viento. Es mejor cerrar la ventanilla. Regresa la idea de sus manos. Tanto querer y odiar y nada se graba en la piel. Sus dedos son pálidos y tiernos. Eso la exaspera. Todo el mundo la ama; no la conocen. Sufre con la idea de ser tan irritablemente imperfecta con una sola persona en el mundo. El taxi vuelve a girar. Hay algo de música, luego algo de interferencia; en la radio los periodistas hablan de un posible bombardeo. Hace algo de frío. Es posible que Max esté más confundido que ella; pero después de todo no será psicólogo. Y quién puede serlo con un amor así. Una desolación reservada. El taxi se detiene. Falta un poco para el mediodía y ya se nubló. Sonia baja. Camina media cuadra y se cruza con un hombre que espera frente a una puerta. Avanza hasta la casa de Max. Toca el timbre.

SALA DE ESPERA

Sonia presiona el interruptor negro. No tiene coartada. No le importa. Ignora si Max aún la espera. Todo es un juego. Nadie puede tener la razón. Todo se nubló. El hombre frente a la puerta es atendido. Una mujer sale y le entrega un sobre. Le dice algo, conversan. Se oye una discusión. La mujer quiere entrar. Él la detiene del brazo, la sujeta con fuerza, y habla con los dientes apretados. Sonia presiona el timbre por segunda vez, y sigue mirando. La mujer se desespera, retira con fuerza el brazo que la sujeta. Alza la voz. Retiene el llanto. Recupera el sobre y saca un papel. Lee un par de líneas. Rompe la hoja con rabia. Cede. Llora. El hombre la mira, se queda en silencio. Retrocede un poco. Observa su maleta. Sonia llama por tercera vez. Es posible que no haya nadie, pero le quema la idea de que Max esté ahí, escuchando en silencio, vengándose. El hombre coge la maleta, la apoya contra su muslo, y abre los seguros, pero no se decide a sacar nada. Ha empezado a llover. Gota a gota se moja el cemento. Max abre.

ALGUNOS MINUTOS ANTES
Max oyó el timbre. Sabe quien lo busca, pero es difícil decidirse. A dónde ir. Hay una discusión afuera. Se oye todo. Bajar y abrir la puerta es bajar dentro de uno mismo. Siempre es así. Con Sonia las cosas empeoran. Ella no es su Grace Kelly. Quizá sea mejor no atender, y quedarse en el mueble durante días. Y dejar que el fruto se caiga de maduro. Se oye el timbre por segunda vez. Se oye con un eco interno que ya hubiese envidiado el mismo Alfred Hitchcock. Luego, un intento de reacción. El corazón late más fuerte. Siente el pecho lleno de algo. No es su culpa; nunca lo ha sido. Está harto de ese círculo que termina absorbiéndolo todo. Hubo un tiempo en el que uno podía confiar en la absoluta inutilidad de sus reflexiones. Ahora todo está a la defensiva. Y vuelve la idea de que la casualidad, que después de dos años de relación, ya no es una sana excusa, sino un hábito. El azar se ha vuelto aburrido. Si acaso pudiesen sintonizar como antes, como cuando ella soñaba ser modelo. Cuando el querer no iba acompañado de una alerta. Se oye el timbre por tercera vez, convenientemente acusador. Ya está decidido; no abrirá. Pondrá otro disco, y se quedará ahí. Se la pasará sentado hasta acalambrarse; limpiando la resina de sus lentes. Max se levanta de su sitio. Pierde el juego, como siempre. Baja apresurado a abrir la puerta.

YA NO ME QUIERAS TANTO
Sonia y Max suben al segundo piso. Max deja sus discos, acomoda la tele. Están bombardeando Irak en vivo. Sonia deja su cartera sobre la mesa. Se sientan juntos, en silencio. Max bosteza, Sonia se rasca la rodilla. Miran la tele. No quieren despegar los ojos de la pantalla. No quieren hablar de una manera muy profunda. Se pasan la gaseosa, el control, la responsabilidad. Sonia no ha olvidado la pareja de la calle. Se dirige a la ventana. Está lloviendo. Aún siguen ahí. El hombre saca unos papeles. Se los entrega a la mujer. Ella los revisa bajo la lluvia. Sonia observa a Max. Hay un alivio. Después de todo, no son la única relación que tiene problemas.

LA ROPA SE SECA
Max se acerca a la ventana. Sonia le hace un sitio, comparten el espectáculo. Ambos miran lo que sucede afuera. En la tele se narra el bombardeo. La pareja de la calle no tiene tregua. La lluvia cae. Max y Sonia no se sienten culpables por observar lo que les resulta un consuelo. Continúa el bombardeo en Irak. La lluvia ha empezado a calmar, la discusión de la calle también. La mujer le devuelve los papeles al hombre; y lo abraza. La lluvia cesa, lo mismo el bombardeo. Entre grietas y de a pocos vuelve el sol. Todo empieza a iluminarse y a secarse, salvo en una sola habitación en la ciudad. Max y Sonia vuelven al mueble, cada uno en un ancho extremo. Por una gotera antigua, sin querer, se filtra un rayo de sol.

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1 comentarios:

luis dijo...

buen relato, lástima que tengas naaada de comentarios, eso es relativo. te invito a mi blog, a ver que opinas, aunque creo que ya opinaste... como las criticas se hacen en público, critico aqui