Un cuento breve, como postal hasta Baltimore


Dedicado a Poe. Un cuento de Alan Luna:

Espejuelos 10

(Dedicado al entrañable maestro, E. A. Poe)

Un hora más. Nada ha cambiado. Hace diez días que las nubes ahogan la luz del norte. La ciudad no se ha movido de la cuenca del valle; y pronto acontecerá lo que debe ser.
La gente no se preocupa, ni siquiera con esta oscuridad que apenas diferencia la mañana de la tarde. Todo se ha vuelto un amarillento crepúsculo. Y quién puede hablar de psicoanálisis en estos momentos en que está girando un rarísimo disco de Charlie Parker.
Más de dos horas me ha tomado revisar el mapamundi que tengo sobre mi escritorio; y mucho más tiempo, asumir mi pobre visión: estado que de algún modo perverso me ha mostrado las verdades insólitas que le acontecerán a este mundo. A temprana edad aprendí a reconocer qué lugares tienen una base de roca sólida, y qué lugares están destinados al desprendimiento continental. La tierra se mueve sobre el mar. Flota en silencio milimétrico; y yo siento ese traslado, lo siento hasta marearme. Por eso anclé en esta ciudad a tres mil metros sobre el mar.
En estos momentos hay más ruidos en las maderas de la noche que en mis pensamientos.
No soy brujo, ni adivino; pero sí, un privilegiado, o, dijérase correctamente, un mal privilegiado, que a través de estos lentes lo ve todo gris, como presagio de alguna catástrofe. Hace meses que de mis ojos se escaparon los colores. Blanco, negro y cenizo es mi país óptico. Y ahora sé que esto no es gratuito, que es un juego incorrecto. ¡Qué ángel malvado ha hecho de mis ojos su catalejo! ¡Qué ángel estará escondido detrás de cada puerta que da a la memoria!
Hoy, la lámpara azul ha acompañado mi vigilia. La luz artificial se ha vuelto más cálida que la solar. Soy un ciudadano de sombras, una excepción en la alegría de las tardes. He mandado cerrar las cortinas de la casa, tapando toda fuente de luz externa, por más tenue que esta sea. Optando, entonces, por el fuego maleable de la electricidad. Y así pasar los días y noches, revisando viejos mapas de libros rechazados por la Santa Inquisición.
Ahora, bueno, muchos creen que lo que hago es una exageración; incluso para mi paranoico estar. Y que visión de las cosas sólo depende de estas gafas oscuras de las que no me separo ni para bañarme. Yo simplemente sé que no puedo escapar de ellas, desde aquel instante que vi, en sueños, la luminosa cara de un ángel que no deseaba ser visto, y que se horrorizaba ante los ojos de un simple ser humano.

Por Alan Luna

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