¿Es nuestra sociedad un organismo sano?

Escribí este artículo para un diario regional




Las tribus que necesitan llegar a toda costa a un supuesto lugar seguro pueden detenerse a indagar sobre la patología de la normalidad. Pueden encontrar un tiempo libre de necesidades y obligaciones para cuestionar si lo que encumbran como “orden” o “políticamente correcto” es su probable destrucción. O puede un modelo social y económico investigar y modificar -para bien- las influencias de sus dogmas sobre la salud mental de sus seguidores.

Quien ha tenido la mejor puntería para responder -de forma sensata- a las interrogantes anteriores, y a pesar de las décadas, creo, ha sido el psicoanalista alemán Erich Fromm, a través de sus innumerables estudios; entre ellos, el libro: “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” (*), en donde desmenuza cual autopsia pública la neurosis del hombre moderno sometido a los sistemas enajenantes del nuevo siglo, como lo eran en la década de los cincuenta, y por igual, el capitalismo y comunismo. ¿Estamos seguros de que no nos engañamos a nosotros mismos?

El estudio de Fromm va más allá de lo socio-político, trascendiendo al psicoanálisis freudiano, claro, y más bien, rebatiendo muchos de los postulado “sagrados” de Freud con argumentos prometedores e interesantes, abriendo así las puertas a la libre interpretación del fin de la razón humana como tal, desligándose de los populares y arraigados “prejuicios” pre y post-natales. ¿El hombre sufre por agentes externos o por ser hombre? ¿La condición del hombre libre y sano no es de por sí insostenible en las sociedades ferozmente productivas? Erich dice con autoridad: “Se supone ingenuamente que el hecho de que la mayoría de la gente comparte ciertas ideas y sentimientos demuestra la validez de esas ideas y sentimientos. Nada más lejos de la verdad. La validación consensual, como tal, no tiene nada que ver con la razón ni con la salud mental. (…) y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de esas personas gentes equilibradas.”



Mientras se lee a Fromm se lee actualidad. Lo que dice es tan contemporáneo como escribir sobre el genoma humano en un diario virtual, o como la performance de un inteligente humorista norteamericano, claro, y tomando en cuenta que lo que propuso lo hizo hace más de cincuenta años, incluso antes del impacto social que representaría la década de los hippies. Fromm hace filosofía para avanzados. Intuye el insano porvenir de las culturas altamente industrializadas. Advierte la neurosis de los que no puedan adaptarse a un medio enajenante. Especula y apuesta como los duros del póquer sobre el obvio porvenir de las disfunciones del consumismo y las libertades mal entendidas: “Hoy nos encontramos con personas que obran y sienten como si fueran autómatas; que no experimentan nunca nada que sea verdaderamente suyo; que se sienten a sí mismas totalmente tal como creen que se las considera; cuya sonrisa artificial ha reemplazado a la verdadera risa; cuya charla insignificante ha sustituido al lenguaje comunicativo; cuya sorda desesperanza ha tomado el lugar del dolor auténtico.” (…) “Absorbemos las películas, los reportajes de crímenes, los licores, las diversiones.”

Criticó, desde ambos lados del ovillo, las facciones mesiánicas convertidas en ideales religiosos: “El cristianismo predicó la renovación espiritual, olvidando los cambios del orden social sin los cuales la renovación espiritual no puede ser efectiva para la mayoría de las gentes.” (…) “El socialismo, y en particular el marxismo, insistió en la necesidad de cambios sociales y económicos, y olvidó la necesidad del cambio interior de los seres humanos, sin el cual los cambios económicos no pueden llevar nunca a la “sociedad buena” .

Pero, por encima ello el autor ensaya reales esperanzas en un socialismo humanista que no olvide al hombre como fin y medio de todo avance positivo: “El hombre se encuentra hoy ante la más fundamental de las decisiones: no tiene que decidir entre capitalismo y comunismo, sino entre “robotismo” (en sus variedades capitalista y comunista) y socialismo humanista comunitario.”

Socialismo que no llegó a ver en vida, y que creo –como van las cosas- está muy lejos de materializarse como opción real para las próximas décadas; dejando como sentencia una proyección evidente: “La mayoría de los hechos parece indicar que (el hombre) se inclina por el “robotismo”, y eso significa, a la larga, locura y destrucción; pero todos esos hechos no son bastante fuertes para destruir la fe en la razón,…”

Y como la interpretación es el juego más sensual del cerebro, y estando en Latinoamérica, por qué no echarle un vistazo a nuestra realidad.
¿Seremos los peruanos hombres plenos, llenos de optimismo y fuerzas para cambiar las bases de nuestra condicionada realidad?
La respuesta parece interpretarse de una reciente encuesta del Instituto de Opinión Pública de la PUCP (**), en donde, a la pregunta:
En líneas generales, ¿diría Ud. que los peruanos son... (felices)?
Hombres y mujeres, mayores de 18 años, de catorce provincias urbanas en 13 regiones del país, respondieron:

Muy felices / Bastante felices: 17 %
Poco felices / Nada felices: 80 %
No precosa: 3 %

Y es que en este extraño país que –enroscándose a sí mismo- aún busca su identidad, la viabilidad del “ser” no se evidencia en términos de capitalismos o comunismos, de derechas o izquierdas, sino, en salud mental. Un peruano difícilmente podrá cambiar para adaptarse a sí mismo si antes tiene que adaptarse a un sistema que le es ajeno, ofensivo, indiferente y sobre todo injusto, y al que, sin embargo, debe entregarse cada mañana para sobrevivir y llevar un pan a la mesa.

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(*) Erich Fromm. “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea”.
Fondo de Cultura Económica, México. 1956


(**) Pontificia Universidad Católica del Perú

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