Por Ybrahim Luna
Cuando el amor se vuelve una guerra civil, es mejor abandonar el barco sin rozar la proa. Cuando el matrimonio se convierte en una productora multifuncional de niños para el psicoterapeuta, es necesario exiliarse de la manera más profesional para evitar daños colaterales. Cuando las relaciones no tienen su Waterloo piadoso, o su Sahara ardiente, es mejor sacar los alfileres vudú del corazón y retirarse a la Meca de la libertad. Pero eso sí - y de hecho-, nadie saldrá ileso. Nadie podrá hacerlo.
Entonces, te colgarás un rosario de canciones cursis en el cuello para espantar ilusiones. Porque creerás que, en relación inversa, éstas serán más devastadoras progresivamente. Y –ojo- que se entienda que ésta no es una receta exclusiva de la culinaria femenina. He visto a chefs llorar por una cebolla. Y he visto a King Kong doblegado ante un bolerazo efectivo (casi ilegal) del gran Agustín Lara.
Pero, empezando por el principio (lugar común), el amor no nos cayó del cielo (cuestiones dialécticas), sino, nos subió por las rodillas, entiéndase: el Celo.
En algún “extraño y maravilloso” momento de la evolución se fusionaron dos culebras de una misma cabeza: la agitación hormonal, perpetuadora de la especie, y la costumbre “redescubierta” por algún miembro de la tribu. Y no se sabe en qué momento, y los escáneres sobre la momia no podrán determinarlo, alguien murió de amor por primera vez.
Así que explicarlo sería entrar en un juego de infinitas trampas. No queda de otra que avanzar. Aunque sea en círculos. Avanzar.
Claro que podemos definir las cosas por sus clichés. Y asumir que el desamor (de forma superficial y televisiva, obviamente) se puede comparar con el luto, en su esencia y parafernalia. He visto en los últimos días a algunos zombis de cuello y corbata (disculpen la infidencia) ir a sus oficinas y sonreírle a sus clientes como manda el protocolo, pero con el corazón roto en veinte pedazos en un compartimiento de su maletín James Bond. Digamos, que en ese sentido, todos sí somos iguales bajo el sol. No habrá doctorado, chaleco, ni suero que te acompañe en el trance más espinoso. Y si es cierto que un clavo saca otro clavo, alguien debería repartirlos piadosamente a los que perdieron el martillo. O Woody Allen, inventar otro orgasmatrón para los que se quieran anestesiar felizmente un par de años. O quizá, y sólo es una idea creativa -nada maliciosa-, la criogenización podría ser la alternativa.
Y, bueno, rehusándose este breve tema, con vida propia, a morir mal… podemos resumir la historieta en algunas certezas (bastante huachafas, dicho sea de paso). Para muestra: siempre te recordaré, el tiempo cura las heridas, hay muchos peces en el mar, si tú eres feliz yo soy feliz, ya encontrarás a alguien que te valore, lo nuestro es especial, eres mi alma gemela, te quiero sólo como amigo, a nadie amaré como a ti, no quiero ilusionarme, pero podemos seguir viéndonos, te bajaré las estrellas,…hasta que la muerte nos separe, etc., etc., y un etc. más.
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