Recordando a las Geishas de los 90



Por Alan Luna

Una raza extraña, compuesta de anfibios y primates, se consolidó un mañana entre tintas y redacciones. Su alias: geishas. Por ese entonces el Perú ya calzaba con el sensacionalismo macartista. Esos, y esas, agentes del dardo y la franela, se aprendieron una predica de hienas camufladas de gorriones. Y fueron intocables. Se asumieron como jueces de la moral y la verdad. Sus plumas y despachos periodísticos eran más patéticos y mortíferos que un palillo chino envenenado o un paraguas con la punta de polonio 210. Su fuente de abasto cultural siempre fue Palacio de Gobierno o, en todo caso, la comisaría más sangrienta del distrito; sus ideales, generalmente dictados por las empresas más estables, eran tan canjeables como chapitas de gaseosa; sus amores, las peores cicatrices sociales. Esa turba gobernaba la opinión pública. Esas jóvenes mártires, sólo de sumisión, creían que todo se justificaba con tal de beneficiar al bien privatizado, o al jefe de turno. Esas heroínas de la libertad de prensa de los noventa, que estudiaban tres años en un instituto, creían tener la suficiente autoridad para levantar el dedo acusador en contra de las libertades que atentasen contra la “democracia” de sus convenios bajo la mesa . Esas heroínas estaban dominando la pradera de la vergüenza. Esas edecanes de la ignominia se paseaban en juguetes privados por todo el país, sonriéndole a la impunidad, creyéndose el cuento de hadas de las elegidas de un proyecto imperecedero. No, para ellas no habría fecha de caducidad, ni jubilación peruana. Ellas serían las hijas negadas, pero empalagosas, de un mandatario inoxidable. Su código de barras sería actualizable. Ellas también representaban, de algún modo retorcido, una característica muy peruana: el arribismo. Ese oficio que consiste en ser una sombra asalariada. Ellas nos mostraban lo peor de nosotros.
Pero al hundirse el barco se hundieron ellas. Y no hubo un salvavidas ni recicladora que las compusiera. Todas hicieron agua en pleno alta mar; y las que estuvieron hechas de cartón se desmenuzaron rápidamente en las aguas que anticipaban los primeros asomos de democracia.
Un día las geishas desaparecieron. Un día quisieron justificarse. Un día fingieron un mea culpa, y muy pocos les creyeron. Un día desaparecieron, y al siguiente aparecieron. Un día se mostraron al público como si nada. Un día visitaron nuevamente las redacciones y lograron el tan anhelado reciclaje. Pero un día también descubrieron que el estigma de Geisha sería absolutamente imborrable.

Article written by AUTHOR_NAME

WRITE_ABOUT_YOURSELF

0 comentarios: