ANFIBIO ANTE DIOS

Sobre un primus se cocinó un país
como un caldo de cultivo a la intemperie
que se aferraba a su propio vientre para no nacer
sin haber sido concebido.
Y cuando todos eran buenos y limpios, sin alcohol industrial,
se desinfectaron de la peor forma,
digamos…con espejos.
Y las madres eran como velas enormes que se derretían
y los hijos como fantasmas enredados en el trigo
en medio de una trilla feroz
y los edificios, fibras musculares de dioses
muertos en enciclopedias bellamente ilustradas.
No ocurrió en ningún lugar
pero ocurrió en todos,
en cualquier mitin de vértebras esperanzadas.
Y Dios es peruano como el fútbol, pero el diablo también…
Entonces las costumbres copularon con las necesidades
y la inteligencia con los caninos hincados
en la voluptuosa res del poder.
No hay delito más sagrado que fecundar
el sentido común
día y noche, día y noche,
día y noche.
Y reinicia sus trasmisiones la pequeña radio en llamas
desde algún lugar inconforme del intestino,
con frecuencia inalterada para todo el universo.
Bienvenidos, damas y caballeros,
al teatro animal de la locura,
al rodeo de las culturas de la elegancia del fango
en vajillas de plata,
al circo romano
en el rodil de las ternuras humanas por la sangre,
al siniestro evento de la corbata
devorándose a la corbata.
Y agárrense que les cae el fruto del árbol
por el lóbulo izquierdo,
y las plagas virtuales
por cualquier agujero evolutivo del corazón.
Y si se cocinó a fuego lento nuestra identidad,
nuestra alma se hizo a un solo hervor
que tierno cayó
como un rayo terrible al barro enfermo.
Y de ese primus a la intemperie de rabias intactas
emergió una nación
que prefirió las estadísticas cínicas y anfibias
de su propia segregación
a la belleza de un rayo de sol
entrecortándose entre las alas de un breve quinde.
(Alan Luna)

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