Mi mejor concierto 01: Oasis en Lima - Perú 2009 (Crónica)

Un OASIS en la ciudad más desencantada del país (*)
Por Alan Luna

La cultura pop de los noventa tuvo en la banda Oasis a una de sus expresiones más fieles respecto a la noción de lo cool -y radical- en una sociedad hambrienta de “novedad clásica”. Rock and roll reinventado, punta de lanza para la revolución de la generación X, la generación del desfiladero y el videogame. Todo eso y un efemérico MTV. Y doblemente en una Latinoamérica con su pesimismo recién pintado y su alienación de siempre. Esa Latinoamérica a donde los riff de los Gallagher llegaban a través de las radios más selectivas, entiéndase dirigidas a los sectores AB, e incluso al nunca bien atendido A+. Este hemisferio sur que nunca llegó a ser beat, pero que tuvo su cuota ajena. Del walkman al discman y al reproductor mp3. De la genialidad de componer himnos urbanos al escándalo mediático. De la pluma de Noel al cuchillo de Liam. En suma, del Dr. Jeckyll a Mr. Hyde. Un Caín y Abel para el papel couché. Oasis: ¿herederos reencarnación de los Beatles o bravucones talentosos? La reedición del vinilo lo dirá. Mientras tanto, ya han sido considerados en su época como la mejor banda del planeta. Y ahora se los podrá ver en una de sus presentaciones en vivo, con la roja y oportuna cereza de traer como baterista a Zak Starkey, el talentoso hijo de Ringo Star. ¿Qué? ¿Que no vendrá? ¿Que ya se separó de la banda hace años? ¿Que no quería ser una estrella sin vida familiar? Igual. Oasis es Oasis. “A un mes de su presentación en Lima ya se han vendido más de veinte mil entradas” -dice un blog. Una banda de verdad, de cuero y metal. Más de treinta mil fanáticos asegurados, 10 toneladas de equipos, cuatro pantallas gigantes y un exuberante show de luces. Sétimo disco en cartelera, “Dig Out Your Soul”. Bueno, Lima es el lugar.


El plan: llegar al concierto. La ruta: Cajamarca-Trujillo, Trujillo-Lima y viceversa. El tratamiento: seudo periodístico. El objetivo: un cajamarquino en Oasis (de hecho, habrán muchos; pero muchos no).


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Trujillo. Primer tramo cumplido. Nueve horas de viaje. Riñones calcificados. Columna con collarín. Ausencia de alma, por lo menos en el aliento. Despeinados. Resecos. Novedades hasta nuevo aviso.


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Lima. Ocho horas y media de viaje. Sol amable. Alguien nos espera en el terminal de una empresa de transportes. El taxi cruza el Nacional. Aún no hay cola. ¿Pernoctar? Quizá en otra década. Día despejado.


La gente sugieren desayunar gallina: caldo de gallina. Un mercado en la Av. Cuba, un plato hondo de cuatro soles cincuenta, y sale con presa. Si desean con té. ¿Un guisado de chancho? Nada, nada. Algunos llevan mascarilla. Otros estornudan y son mirados con sospecha. Dos ancianos llevan bozal mientras compran en una bodega. Las calles están bien cuidadas. Para descansar, un departamento en Jesús María, en el sétimo piso. La vista es generosa. Los hermanos Gallagher ya están en Lima. Unos quinientos fanáticos fueron a recibirlos al aeropuerto superando el temor por el supuesto primer caso confirmado de gripe porcina (caso que luego fue descartado). Liam levantó las manos fugazmente. Suficiente para los sufridos fans. Luego hubo prueba de sonido a la que solo algunos afortunados pudieron acceder. Ya casi no quedan entradas en Teleticket. Las últimas van para la tribuna. Algunos hablan de treinta mil asegurados, otros de treinta y cinco mil. Las verdaderas estadísticas se confirmarán al día siguiente.


¡Más de 40 mil asistentes! Se sabía. ¡43 mil para ser exactos! Y qué dijo Noel en el Myspace de la banda: “Tocamos anoche en el Estadio Nacional de fútbol. ¡48 mil entradas vendidas! Escandaloso. Increíble concierto. Verdadero salto (pogo)”.


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EL DÍA

Cuatro de la tarde y es buena hora para hacer cola, para empezar a hacer fila detrás de una fila ya enorme. “Supersonic” es el lugar. Puerta 9, señor. Por allá. ¿Aquí? No. La de allá, la grandota. Ok. La gente está inquieta. Llevan horas esperando. Alguien se “cola”. Vienen los de polo rojo, los de seguridad. el tipo desaparece y va a ofrecer cola más adelante. El piso está lleno de latas de cerveza, botellas plásticas y volantes. ¡Polos de Oasis a 15 soles! ¡Compro entradas! ¡Tengo cancha y Tribuna! ¡Llaveros a dos por cinco¡ La cola se mueve. ¡Gloria! Y se mueve rápido. Entradas a la mano, por favor. Revisión. Alza las manos. ¿Y esta cámara fotográfica? Si todos han pasado con su cámara. Pasa, nomás.


El Estadio Nacional no es el monstruo que pinta la televisión. Es grande, pero ahí nomás. Es más bien acogedor, cálido, encarador. Y tiene que abrir todas sus puertas para ubicar al público del concierto en las zonas señaladas. Los sectores llevan el nombre de las canciones más emblemáticas de la banda, y obviamente se distancian por el precio. ¿Descuento? Claro, si compraste con tarjeta. “Wonderwall”, “Supersonic”, “Live Forever”, “Morning Glory”, “Roll With It”, etc., así hasta la Tribuna. Todo copado: Oriente, Occidente y Norte. Y en Sur, un impresionante escenario, algo descubierto, pero surrealista al fin y al cabo. Una intrincada armazón metálica que sostiene columnas y luces por todas partes. Los operadores siguen conectando cables y ajustando todo lo que se pueda ajustar. Ya es hora. Vamos. One, two, three. Y en las enormes pantallas se pasan comerciales de las marcas auspiciadoras. Tres veces. Pifias. Ahora sí. Y...entran los Turbopótamos, la banda limeña. Calentar un poquito mientras se revisan los celulares.


Nueve de la noche. Silent. Las luces giran. Saltan. Cambian de color. Los técnicos de Oasis prueban los instrumentos. Todo perfecto. Gritos. La poderosa consola truena. Suelta de un escupitajo, a la vez que las luces enloquecen, “Fuckin’ in the bushes”, instrumental comentado que a la sazón, y en inglés, diría -más o menos-: Armamos este festival para ustedes, bastardos, con mucho amor. Trabajamos durante un año para ustedes, cerdos. (...) Me encanta. Hay lugar para todos aquí. Todos son bienvenidos. En efecto los amo”. Y Liam abre camino para los Oasis en el escenario. Noel avanza. La gente aprieta y grita. Celulares y cámaras en ristre. Manos arriba. Han llegado. Saludan, y de frente a los instrumentos. Tac, tac, tac y “Rock “n” Roll Star”, que más que una canción es una declaratoria de principios. Somos estrellas de rock and roll y seremos eternos. Liam adopta su tradicional postura de cuervo encorvado frente al micrófono. Cuervo con traje largo hasta las rodillas y pelo corto. Noel con su casaca de siempre y con la guitarra más colorida. No me importa tu vida. Salten. Fuck...Salten y contengan el aliento lo más que puedan. Es básicamente eso, rock and roll. Salten que los de atrás quieren llegar adelante. Luces anaranjadas. Es solo rock and roll. Es solo rock and roll. El último rasguito, y la batería cierra la primera canción. En la guitarra, Gem Archer. En el bajo, Andy Bell. Una melenuda reencarnación de G. Harrison en los teclados. ¿Y quién es el tipo de la batería?

El sonido que emiten los amplificadores es impecable. Sigue “Lyla”.


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Se sucederán así clásicos como “The Masterplan”, “Wonderwall”, “Supersonic”, “Champagne Supernova”, etc., con estrenos del nuevo material. No hay respiro. Piedad. Exhalación. El público salta y suda sobre sus horas de espera. Esas endemoniadas pantorrillas se vuelven resortes. Letras de hipnótica sencillez. Tipos de la calle que buscaban salir de la rutina de su Manchester natal, o con el fútbol, o con la música. La mayoría entiende el pulso. Se desgarra la garganta de un tipo que entona perfecto el inglés. Una rubia en los hombros de su enamorado esquiva las latas de cerveza que le llueven de atrás. Bájate.


Noel dice algunas cosas en español. “Muchas gracias, Lima”. La gente grita. Aúlla. Noel agradece en inglés. La gente responde. Noel se despeja y señala con el dedo:“This is the best city in years”. Ya no importaba que Noel haya perdido otra vez el celular en el aeropuerto y que le hayan dado una mascarilla para la gripe porcina ya que el celular se lo devolvió una atractiva azafata y la mascarilla lo hacía ver como un malo de James Bond -palabras de Noel-. Cool. No importaba porque parecía estar realmente satisfecho. Liam comenta algo -condimentado con fucking(s) a discreción-. Lenguaje poético para los que ESTÁN en el hombro de los gigantes y escupen en los rendidos estadios de fútbol. Liam aplaude a las tribunas. Se dirige a la gente de los costados y a los del fondo. Saludos a la distancia. Liam se corona con la pandereta y desaparece por un momento. Noel toma el escenario con serenidad y suelta una versión más acústica de “Don’t look back in anger”; quizá el momento más emotivo y más conectado de todos. Lima tuvo su Woodstock por un par de horas.


Y para terminar la tormenta, un cóver de los Beatles, “I am the Walrus”, la canción más indescifrable del Morsa de John Lennon, con las imágenes psicodélicas de las pantallas inteligentes. Y Liam baja –salta- al público, escoltado por la gente de seguridad. “Live Forever” reclama la gente. Liam estira la mano. Algunos fans lo tocan. Otros se quedan con la mano estirada para siempre a unos centímetros de la energía. Noel regresa brevemente para aplaudir a la marea. Thank you very much.


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Al día siguiente, la banda no pudo abandonar el país debido a una densa neblina. “Neblina caliente”, como la bautizó Noel. (**)


Ya desde Chile, Bell y Archer reconocieron el concierto de Lima fue el mejor que han hecho en lo que va de la gira, y que junto con el de Buenos Aires serán difíciles de superar.

ACTUALIZACIÓN (28 de agosto - 2009): Noel, desde la página web del grupo: “Con tristeza y gran pesar les digo que dejé Oasis esta noche. La gente escribirá y dirá lo que quiera, pero simplemente no podía seguir trabajando un día más con Liam. Mis disculpas a toda las personas que compraron entradas para los shows en París, Constanza y Milán”,

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(*) Debemos reconocer, sin embargo, que Lima no fue la ciudad de CO2 encapotado, humedad y sensación térmica insoportable como esperábamos. Como sí lo fue la vez en que cubrimos orto concierto, el de Fito Páez.

(**) La noche siguiente al concierto, cruzando el distrito de Miraflores, rumbo a una entrevista, pudimos comprobar la espesa neblina que transformó a la capital en una Londres sudamericana.




Agradecimientos especiales a Omar Luna

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