Como diría un comentarista, “si los periodistas no mataron a Alicia, al menos ajustaron”.
En estos días de tele y tinta salpicada, incluso los periodistas han pasado a ser espectadores desde su condición de coberturar los hechos sin hacer ese ocioso ejercicio que significa la investigación de prioridades. Todo está digerido. Papilla para la redacción. El porqué es tan sociológico como político como indescifrable. Nunca hubo tal interés por un hecho y nunca tanta hipnosis pasiva de los medios. El periodismo en estos momentos es más fotográfico que deductivo. Y no solo por una cuestión de alcance, sino por una renovada crudeza, que esconde en el fondo un desborde informativo. Los hechos permiten confirmar que hasta los periodistas son llevados de las narices. Nadie puede imponer su criterio sin ser desbordado en las horas siguientes por una nueva y más escalofriante revelación. El periodismo es un espectador pasivo, y al parecer, muy a gusto.
En estos días de tele y tinta salpicada, incluso los periodistas han pasado a ser espectadores desde su condición de coberturar los hechos sin hacer ese ocioso ejercicio que significa la investigación de prioridades. Todo está digerido. Papilla para la redacción. El porqué es tan sociológico como político como indescifrable. Nunca hubo tal interés por un hecho y nunca tanta hipnosis pasiva de los medios. El periodismo en estos momentos es más fotográfico que deductivo. Y no solo por una cuestión de alcance, sino por una renovada crudeza, que esconde en el fondo un desborde informativo. Los hechos permiten confirmar que hasta los periodistas son llevados de las narices. Nadie puede imponer su criterio sin ser desbordado en las horas siguientes por una nueva y más escalofriante revelación. El periodismo es un espectador pasivo, y al parecer, muy a gusto.
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