Por Alan Luna
En la localidad de Huambocancha Alta, a
Y los artesanos que hunden la mirada en sus proyectos no cabecean de cansancio; sino, de atención. Proponiendo una idea y acercándose con detenimiento a cada detalle. Por eso se dirá que trabajan como obreros –claro, a primera vista-, pero, también, –y este es el punto relevante- como arquitectos y artistas.
De las manos a veces rudas del picapedrero surgen perspectivas y curvas exactas. Una mano femenina cubierta por una breve enredadera de capullos cónicos, que servirá de portalapiceros, toma forma entre los dedos y las herramientas de simples fabricación de Alfredo Terán, artesano de cuarenta y siete años que integra una de las familias más conocidas de Huambocancha Alta.
La familia Terán es una marca registrada. Un tramo de camino regido por tradiciones y lazos de consanguinidad. Ellos están asociados con sus vecinos -lleven o no el apellido-. Al preguntárseles si desearían asociarse de una manera más integral muestran un interés sincero. “De esa forma conseguiríamos más trabajo y se cumpliría con los pedidos a tiempo. Por supuesto”. ¿Pero todos están de acuerdo? ¿O hay quienes prefieren trabajar independientemente? “Hay de todo. Pero la mayoría prefiere trabajar como asociación. Y a los que prefieren trabajar por su cuenta se los respeta igual.”
Emiterio Flores, vecino de los Terán, hace ruido con el esmeril mientras se protege la cara con una máscara especial. Polvo blanco, mezclado con agua -polvo acuoso que se fija en la ropa- salta algunos metros alrededor, cubriendo de paso el mandil del artesano. Emiterio dirige una línea en medio de la piedra con una precisión mecánica. El ruido mismo parece romper la roca. Esto será un bloque, probablemente para una pileta. Con la piedra más barata, que viene a ser la de cantería, se fabrican conductos de agua, por ejemplo; y con las más caras, como la marmolina y el granito, se elaboran desde objetos-detalle hasta fachadas y pilares. ¿El ruido y el polvo no le hacen daño? “No. Uno se acostumbra”. ¿Usted es dueño de esto? “No. Nosotros –mirando a un compañero- somos solo trabajadores. Obreros. Contratados”. ¿Cuánto puede costar un conducto de agua pequeño? “Unos cien soles” ¿Y uno grande de granito? “Ahí, hasta…unos mil cuatrocientos soles.” ¿Cuántas familias cree que se dediquen a este oficio? “Acá, en el kilómetro 8, por lo menos unas veinte familias”. ¿De dónde traen la piedra? “De Yanacancha”. ¿Estaría de acuerdo con una entidad que los asocie a todos? “Claro, porque no. De hecho sí estamos asociados ya. Sí existe una asociación”.
La piedra es una material noble. Así como lo escucha. Tan noble que la variedad nos permite escoger. De acuerdo a su maleabilidad y resistencia tenemos, por ejemplo, granito, cantería, piedra laja, piedra azul, marmolina, mármol, cuarzo, traquita, alaymosca, etc. Y todo se trabaja de acuerdo a pedidos. Desde carritos o llaveros de un sol hasta esculturas y piletas de diez mil o quince mil soles.
Regresamos con Alfredo Terán y lo hallamos trabajando con su hijo, en un taller al aire libre, ambientado por un radio de música cristiana. Ambos heredaron el oficio por mano paterna. El horario de trabajo puede variar, tomando en cuenta que uno es su propio jefe, pero normalmente las labores empiezan a las ocho de la mañana y se extienden, después del almuerzo, hasta las cinco o cinco y media de la tarde. Alfredo se dedica a la piedra desde los doce años. Es su sustento básico, aunque a parte se dedique la soldadura y agricultura. Alfredo ha obtenido certificados y diplomas en dibujo técnico en la universidad y en el Zepita. Parte de su trabajo ha quedado registrado en la fachada y en los pilares del Centro de Convenciones Ollanta. Bien pudo ser arquitecto convalidando todos los cursos, o artista profesional por su impecable memoria fotográfica. Le basta mirar a una persona para traducirla en piedra. ¿Qué se necesita para tener su talento con la piedra? “Hay que tener interés y delicadeza para esto”. ¿Cuáles son los motivos más pedidos? “Las esculturas de campesinos”. ¿Llegan turistas? “Claro. Muchos turistas. Vienen todos los días”. ¿Y esto le alcanza para mantener a su familia? “Sí”. ¿Su esposa también participa? “También”. ¿Está de acuerdo en asociarse? “Por supuesto. A pesar de que a veces hay algunos líos. Estaría muy bien eso de asociarse”.
Casas más allá -y más arriba-, encontramos a Norma Terán, mujer de media edad que también se dedica a la artesanía en piedra: a la venta y elaboración. Nos muestra pequeños trabajos en cuarzo y rnarmolina. Nos dice que para que obtengan esos colores peculiares se utiliza barniz transparente; y, seguido, nos muestra las herramientas con las que trabaja. Toda la gente de la zona es amable, y no es retórica, sino una constatación. Huambocancha es uno de los pocos lugares en donde aún se puede encontrar casas con las puertas abiertas y el silencio necesario para disipar el estrés.
Y avanzando un poco más, ubicamos a Rodolfo Terán, presidente de la asociación de artesanos de Huambocancha Alta, trabajando con cincel y martillo una lápida a pedido. Y es que no todo es decorativo. Los trabajos van también por lo utilitario: conductos de agua, bancas, gradas, molinos, batanes, pisos, etc. Rodolfo tiene un punto de vista más crítico respecto al papel que las autoridades asumen frente los artesanos. ¿Qué se necesita? “Uno o dos camiones para trasladar el material”. ¿Quiénes los representan? “Personas ajenas que se han adueñado del nombre” ¿Cuál, sería, entonces, la prioridad? “Qué hablen de frente con nosotros, los productores. No con gente que no nos representa”. Rodolfo nos cuenta que en Huambocancha están asociados desde 1985. Que también hay productores en Porcón, en Aylambo, en Llushcapampa, en Santa Apolonia, etc. Que los trabajos de la localidad se han exportado al extranjero, a países como EE.UU., Francia, España, Argentina. Y que los trabajos más grandes y más elaborados pueden llegar a costar hasta unos treinta, cuarenta, o cincuenta mil soles.
La piedra fue el pasado, y ahora el futuro.
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