El "Usha Usha" de Jaime Valera - Cajamarca

Aparecido en la revista cajamarquina Nuestra Gente de Febrero del 2009

Por Alan Luna

A Jaime Valera no le gusta que le pregunten tonterías, como ¿qué perfume utilizas? No pues, hijo...Para hablar con Jaime, que -dicho sea de paso- tiene la tilde en ristre y el acento diacrítico en la opinión, hay que hacerlo anteponiendo bien los puntos sobre las íes. Así, con la sinceridad como aperitivo, caracho. Un cajacho es un cajacho.

Pero, ¿qué es un cajamarquino? Para Jaime, que posee un manifiesto, es identidad. Es amar lo que uno tiene, es recuperar el conocimiento del medio que nos parió: ese entorno de cosmogonía andina que nos engrandece por el solo hecho de ser una tierra pródiga y verde. Un cajamarquino es el que tiene como patria madre a Cajamarca, y a Cajamarca como su madre indígena.

Don Jaime gesticula cuando habla, como cuando canta en esa pequeña trinchera independiente que es el “Usha Usha”, ese bar bohemio y cultural que ha obtenido la mayoría de edad con 18 años de existencia, y que ha sido reconocido como sitio muy recomendable en las más prestigiosas guías turísticas de EE.UU., España, Francia, Alemania, Nicaragua e Inglaterra.

El “Usha Usha” es un ejemplo de éxito. Un bar pequeño, sin micrófono disociador, con mesas y bancas rústicas iluminadas por lámparas de fuego que reciben a todos sin distinción, desde el obrero hasta el doctor. La única regla es portarse bien. El que no cumpla esa máxima, sale. No importa el cargo. Jaime ha tenido que echar a algunos “visitantes” de su bar. El hecho de tener plata no es una carta abierta para fastidiar a los demás. Jaime se pone fuerte recordando que a veces, los mismos cajamarquinos son los menos educados. Qué común es ver las cabezas rubias rodeando las mesitas del local. Y con este negocio es que Jaime ha sabido mantenerse desde hace algún tiempo; y es que la familia también apoya y forma parte de este pulmón artístico. Los hijos lo acompañan a la hora de tocar los instrumentos o tras la barra. Y de hecho lo han visto trasnocharse como el artista y showman que es, complaciendo a sus amigos con cada pedido musical y conversación extendida. A partir de los jueves por la noche, Jaime se prepara, desde su plácida trinchera, a combatir el viento frío del olvido que asola Cajamarca desde todos los flancos. Eso lo molesta. Lo indigna mucho.

Ya en casa, Don Jaime deja un poco de lado la piel de músico y se calza la de sociólogo e historiador; así, con la autoridad que la lectura de más de mil de libro le ha dado. Libros que pudo revisar mientras trabajaba en una de las librerías más grandes del país. Jaime recuerda que la gente venía por un título y él inmediatamente hacía registro mental para saber si lo tenían o no. Y aunque no lo tuvieran, igual hacía el gesto de ir a buscarlo para ver si mientras volvía, el cliente elegía otro título. Las librerías lo adoptaron y él adoptó de ellas todo el conocimiento que pudo; igual como muchos años atrás adoptó la sensibilidad de sus primeros maestros artísticos, los campesinos tradicionales; por supuesto, a parte de su padre que tocaba la guitarra o de su madre que cantaba solo para los hijos.

Don Jaime ha adornado su sala con sus propias pinturas. Algunas de ellas como homenaje personal a Picasso y Van Gogh. En un apartado de la sala cuelgan innumerable reconocimientos enmarcados y medallas doradas. La trayectoria ha cosechado sus frutos.

La conversación siempre carga un tono ilustrativo. Jaime recuerda anécdotas y engarza a ellas sus propios puntos de vista de la sociedad. Está dándole los últimos toques a “Hacia lo Interior”, su libro de ensayos, narraciones y poesía. Un tratado personal que sigue la línea de la idea del rescate cultural. Recuerda especialmente, mientras se quita las gafas, una costumbre real maravillosa de la que fue testigo de niño, como era el poner ceniza en las entradas de la casa luego de un velorio y de haberse llevado a enterrar al difunto para registrar el regreso del finado -en espíritu- a través de las huellas descalzas que dejase sobre la ceniza. Ese es el tipo de costumbres que se necesitan recuperar como si de nuestra misma genealogía se tratase. Es necesaria esa visión desprejuiciada si se quiere entender las expresiones humanas en toda su dimensión. La iglesia no hizo mucho por difundirlas. Por el contrario, las vetó, impidiendo, por ejemplo, las demostraciones que hacían los chunchos de su arte en el centro histórico de la ciudad. ¿Qué criterio puede discernir qué es cultural y qué no?

“Yo soy rebelde…En el buen sentido de la palabra” “Estoy en contra de lo establecido, de lo que estanca” Es notoria la pasión de Jaime por la conversación, y sobre todo por la opinión, por el cuestionamiento de los conceptos equivocados de cajamarquinismo y de la imposibilidad de despegue de las artes cajamarquinas. Reitera que nadie puede amar lo que no conoce y que los medios de comunicación han desvirtuado su labor original. En vez de comunicar, ignoran. Y eso lo ha vivido en carne propia. Ha estudiado e innovado la música cajamarquina. Ha experimentado sin abandonar las líneas base. Pero muy pocos han difundido su música como esperaba. Su producción consta de un disco de 45 revoluciones, de cassettes, videos, CDs, y DVDs. Entre lo innovador está el papel del clarín que, a parte de ser un instrumento protagónico, se insinúa como instrumento de acompañamiento. E incluido a todo ello está la letra poética y la forma cajacha de vocalizar los géneros locales. Algunas empresas lo apoyaron; otras se excusaron amablemente.

Nació en Cajamarca en 1945. Y aquí pasó su infancia entre la hacienda de su padre y las costumbres de los campesinos. Viajó a Lima para estudiar y allí trabajó para lograr su independencia. Regresó a Cajamarca -y un día- por invitación de un amigo cantó en un local para público abierto y desde entonces no ha parado de hacerlo.

Con Don Jaime se puede hablar durante horas y conocer muchas anécdotas y puntos de vista. Pero si algo quiere resaltar el incombustible anfitrión del “Usha Usha” es la idea de revalorar el concepto de lo que significa ser cajamarquino. Esa es su batalla personal.

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1 comentarios:

raul albi dijo...

Soy un valenciano que conoció a Jaime en su entrañable local, allá por el año 1997, cuando junto a un buen amigo recorriamos tierras peruanas. Conversamos y bebimos pisco hasta altas horas de la madrugada. Hablamos de lo humano, de lo divino y sobre todo de Cajamarca, por que Jaime es un crítico enamorado de su tierra. Al partir intercambiamos presentes, el me entregó un buho con dedicatoria incluida, y yo dejé en su pared un mensaje como era obligado: ¡¡ Que huevos tienes Jaime¡¡